fauces de un dragon inmovil y expectante, cuyas infinitas hileras de colmillos largos y afilados se desvanecian en las tinieblas de su interior.

Isobel camino hacia el puente que conducia hasta Jheeter’s Gate y sorteo los antiguos railes que lo surcaban trazando una via muerta hacia aquel mausoleo estigio. Los maderos que formaban el tendido de la vieja estacion estaban ahora podridos y ennegrecidos, y la maleza salvaje avanzaba entre ellos. La estructura oxidada del puente crujia a su paso e Isobel no tardo en advertir la presencia de carteles que prohibian la entrada y advertian del peligro de derribo que se cernia sobre el. Ningun tren habia vuelto a cruzar el rio sobre aquel puente y, a juzgar por su aspecto desolado y degradado, Isobel supuso que nadie habia vuelto a repararlo o ni siquiera a recorrerlo a pie.

A medida que la orilla Este de Calcuta iba quedando a su espalda y el fantas-magorico rompecabezas de acero y sombras de Jheeter’s Gate se alzaba frente a ella bajo el manto escarlata del crepusculo, Isobel empezo a barajar la idea de que tal vez su proposito de acudir a aquel lugar no fuera tan atinado como habia estimado en un principio. Una cosa era representar el papel de aventurera indomita y resuelta ante las adversidades, y otra muy diferente, sumergirse en aquel escenario sobrecogedor sin conocer ni una sola pagina del tercer acto.

Un aliento vaporoso e impregnado de ceniza y carbonilla que exhalaban a bocanadas los tuneles ocultos en las entranas de la estacion llego hasta su rostro. Era un hedor acido y penetrante, un olor que sin motivo aparente Isobel asociaba con una vieja fabrica enterrada en gases letales y capas de suciedad y oxido. Isobel concentro la mirada en las primeras luces lejanas de las barcazas que surcaban el Hooghly y trato de conjurar la compania de sus anonimos navegantes, mientras recorria el tramo del puente que restaba hasta la entrada de la estacion. Cuando llego al extremo opuesto, se detuvo entre los railes que se adentraban en la negrura y contemplo el gran fronton de acero. Sobre el empanadas por las manchas infligidas por las llamas, podian apreciarse las letras labradas que anunciaban el nombre de la estacion; recordaba la entrada de un gran monumento funerario: JHEETER’S GATE. Isobel respiro profundamente y se dispuso a cometer el acto que menos habia deseado realizar en sus dieciseis anos de vida: penetrar en aquel lugar.

Seth y, Michael exhibieron su beatifica sonrisa de alumnos ejemplares ante los escrutadores ojos de Mr. De Rozio, bibliotecario jefe de la sala principal del museo indio, y soportaron su inmisericorde analisis durante varios segundos.

Es la peticion mas absurda que he oido en mi vida -sentencio De Rozio-. Al menos desde la ultima vez que estuviste aqui, Seth.

– Vera, Mr. De Rozio -improviso Seth-, sabemos que el horario es solo de mananas y que lo que mi amigo y yo le pedimos puede parecer un poco extravagante…

– Viniendo de ti, nada es extravagante, jovencito -corto De Rozio…

Seth reprimio una sonrisa. En Mr. De Rozio, las ironias pretendidamente punzantes eran signo inequivoco de debilidad e interes. Su nombre de pila era ignorado por la totalidad de la humanidad, con las posibles excepciones de su madre y su esposa, si es que habia en la India mujer con agallas suficientes para desposarse con semejante ejemplar, estandarte de lo variopinto que podia llegar a resultar el genero humano. Bajo su aspecto de cancerbero bibliofilo, De Rozio poseia un terrible talon de Aquiles: una curiosidad y una propension al cotilleo de corte academico, que relegaba a las mujeronas del bazar a la condicion de simples aficionadas.

Seth y Michael se miraron por el rabillo del ojo y decidieron soltar toda la carnaza.

– Mr. De Rozio -empezo Seth en tono melodramatico-, no debiera decir esto, pero me veo obligado a confiar en su reconocida discrecion: hay varios crimenes involucrados en este asunto y mucho nos tememos que puedan acontecer mas si no ponemos coto a ello.

Los ojos diminutos y penetrantes del bibliotecario parecieron crecer por unos segundos.

– ?Estais seguros de que Mr. Thomas Carter esta al corriente de esto? -inquirio con severidad.

– El nos envia -repuso Seth-. De Rozio los observo de nuevo, en busca de fisuras en su semblante que delatasen algun turbio tejemaneje.

– Y tu amigo -solto De Rozio senalando a Michael-, ?por que no habla nunca?

– Es muy timido, senor -explico Seth. Michael asintio debilmente, como si quisiera confirmar ese extremo. De Rozio carraspeo, dubitativo.

– ?Dices que hay crimenes de por medio? -dejo caer con estudiado desinteres.

Asesinatos, senor -confirmo Seth-. Varios. De Rozio miro su reloj y, tras meditar unos segundos y dirigir miradas alternativas a los muchachos y a la esfera, se encogio de hombros.

Esta bien -concedio-. Pero sera la ultima vez. ?Como se llama ese hombre del que quereis saber?

– Lahawaj Chandra Chatterghee, senor -se apresuro a responder Seth.

– ?El ingeniero? -pregunto De Rozio-. ?No murio en el incendio de Jheeter’s Gate?

– Si, senor -explico Seth-. Pero habia alguien con el que no murio. Alguien muy peligroso. Alguien que provoco el incendio. Alguien que sigue ahi, dispuesto a cometer nuevos crimenes…

De Rozio sonrio con malicia.

– Suena interesante -murmuro. Repentinamente una sombra de alarma asalto al bibliotecario. De Rozio inclino su considerable masa hacia los dos muchachos y les senalo con gesto terminante.

– ?Todo esto no sera un invento de ese amigo vuestro, no? -inquirio-. ?Como se llama?

– Ben no sabe nada de esto, Mr. De Rozio le tranquilizo Seth-. Hace meses que no le vemos.

– Mejor asi -sentencio De Rozio-. Seguidme.

Isobel se introdujo con pasos temerosos en el interior de la estacion y dejo que sus pupilas se aclimatasen a la tiniebla que enmascaraba el lugar. Sobre ella, a decenas de metros, se abria la boveda principal, formada por largas arcadas de acero y cristal. La gran mayoria de las laminas de vidrio se habia fundido bajo las llamas o sencillamente habia estallado pulverizando una lluvia de fragmentos ardientes sobre toda la estacion. La luz del atardecer se filtraba entre las rendijas de metal oscurecido y las astillas de cristal que habian sobrevivido a la tragedia. Los andenes se perdian en la oscuridad dibujando una suave curva bajo la gran boveda, su superficie cubierta con los restos de los bancos quemados y las vigas desprendidas de la techumbre.

El gran reloj que un dia se habia alzado en el anden central al igual que un faro en la bocana de un puerto se erguia ahora como un centinela sombrio y mudo. Isobel cruzo bajo la esfera del reloj y advirtio que las agujas se habian doblegado gelatinosamente hacia el suelo y formaban lenguas de chocolate fundido que indicaban para siempre la hora del horror que habia devorado la estacion.

Nada parecia haber cambiado en aquel lugar, excepto por la huella de los anos de suciedad y el efecto de las lluvias que el manto torrencial del monzon habia filtrado a traves de los respiraderos y las grietas de la boveda.

Isobel se detuvo a contemplar la gran estacion desde el centro y creyo estar en el interior de un gran templo sumergido, infinito e insondable.

Una nueva bocanada de aire caliente y humedo cruzo la estacion y agito sus cabellos en el aire al tiempo que arrastraba pequenas briznas de suciedad sobre los andenes. Isobel sintio un escalofrio y escruto las negras bocas de los tuneles que se adentraban en la tierra en el extremo de la estacion. Hubiera deseado tener a los demas miembros de la Chowbar Society junto a ella ahora, justo cuando los acontecimientos adquirian un cariz poco recomendable y excesivamente parecido a las historias que Ben se complacia en inventar para sus veladas en el Palacio de la Medianoche. Isobel palpo en su bolsillo y extrajo el dibujo que Michael habia realizado de todos los miembros de la Chowbar Society, posando ante un estanque donde sus rostros se reflejaban. Isobel sonrio al verse retratada por el lapiz de Michael y se pregunto si era asi como el la veia en realidad. Los echaba de menos.

Entonces lo escucho por primera vez, distante y enterrado en el murmullo de las corrientes de aire que recorrian aquellos tuneles. Era el sonido de voces lejanas, semejante al que recordaba haber oido de la algarabia de una multitud cuando se habia sumergido en el Hooghly anos atras, el dia en que Ben la enseno a bucear. Pero esta vez, Isobel tuvo la certeza de que no eran las voces de los peregrinos las que parecian acercarse desde lo mas profundo de los tuneles. Eran las voces de ninos, cientos de ellos. Y aullaban de terror.

De Rozio acaricio con precision los tres rollos consecutivos que constituian su regia papada y examino de nuevo la pila de documentos, recortes y papeles inclasificables que habia reunido en varias expediciones al tracto digestivo de la alejandrina biblioteca del museo indio. Seth y Michael le observaban ansiosos y expectantes.

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