anciano harapiento cuyos pies y manos lucian amplias llagas en avanzado estado de infeccion. Sus ojos oscuros le observaban nerviosamente tras un rostro enmascarado por la mugre y una barba cana y rala que se diria cortada a cuchillo.
– ?Es esta la penitenciaria de Curzon Fort, senor? -pregunto Seth.
Los ojos del mendigo se agrandaron al escuchar el insolito tratamiento que le dedicaba el muchacho y una sonrisa desdentada afloro en sus labios apergaminados.
– Lo que queda de ella -contesto-. ?Buscas acomodo, hijo?
– Busco informacion -repuso Seth, tratando de corresponder al mendigo con una sonrisa amable y cortes.
– Este es un mundo de ignorantes; nadie busca informacion. Excepto tu. ?Y que quieres saber, muchacho?
– ?Conoce usted este lugar? -pregunto Seth.
– Vivo en el -replico el mendigo-. Un dia fue mi carcel, hoy es mi casa. La provi-dencia ha sido generosa conmigo.
– ?Estuvo usted preso en Curzon Fort? -pregunto Seth, sin poder ocultar su asom-bro.
– Hubo un tiempo en que cometi grandes errores… y tuve que pagar por ellos -ofrecio el mendigo como respuesta.
– ?Hasta cuando permanecio en esta prision, senor? -pregunto Seth.
– Hasta el final.
– ?Estaba aqui la noche del incendio? El mendigo se aparto los harapos que le cubrian el cuerpo y Seth contemplo horrorizado la cicatriz purpura de la extensa quema-dura que le cubria el pecho y el cuello.
– Entonces, tal vez usted pueda ayudarme -dijo Seth-. Dos amigos mios corren peligro. ?Recuerda usted haber conocido a un interno llamado Jawahal?
El mendigo cerro los ojos y nego lentamente. -Ninguno de nosotros nos llamaba-mos por nuestros verdaderos nombres aqui, hijo -explico el mendigo-. El nombre, co-mo la libertad, era algo que todos dejabamos en la puerta al entrar y confiabamos en que, si lo manteniamos alejado del horror de este lugar, tal vez lo podriamos recuperar al salir, limpio y sin recuerdos. Nunca era asi, por supuesto…
– El hombre al que me refiero fue condenado por asesinato -anadio Seth-. Era joven. El fue quien provoco el incendio que destruyo la prision y huyo.
El mendigo le observo entre sorprendido y divertido.
?Que provoco el incendio! -exclamo con incredulidad-. El incendio empezo en las calderas. Una valvula de aceite exploto. Yo estaba fuera de mi celda, en mi turno de traba-jo. Eso me salvo.
– Ese hombre, preparo el incendio -Insistio Seth-, y ahora quiere matar a mis ami-gos.
El mendigo ladeo la cabeza, esceptico, pero asintio.
– Tal vez, hijo, ?que importa ya? -concedio el mendigo-. En cualquier caso, yo no me preocuparia por tus amigos. Ese hombre. Jawahal, poco podra hacerles ya.
Seth fruncio el ceno. -?Por que dice eso, senor? -inquirio Seth, confundido.
El mendigo rio.
– Hijo, la noche del incendio yo no tenia ni tu edad. Y era el mas joven de la prision -respondio el mendigo-. Ese hombre, fuera quien fuese, debe de tener ahora mas de cien anos.
Seth se llevo las manos a las sienes, absolutamente desconcertado.
– Un momento -dijo el muchacho-, ?no ardio la prision en 1916?
– ?1916? -rio de nuevo el mendigo-. Hijo, ?de donde sales tu? Curzon Fort ardio la madrugada del 26 de abril de 1857. Hace exactamente 75 anos.
Seth contemplo boquiabierto al mendigo, que estudiaba su rostro con curiosidad y cierta consideracion por la consternacion que parecia haberse apoderado de el.
– ?Cual es tu nombre, hijo? -pregunto el mendigo.
– Seth, senor -respondio el muchacho, livido.
– Siento no haberte sido de ayuda, Seth -dijo el mendigo.
– Lo ha hecho -repuso Seth-. ?Puedo yo ayudarle en algo, senor?
Los ojos del mendigo brillaron al sol y una amarga sonrisa afloro a sus labios.
– ?Puedes volver el tiempo atras, Seth? -pregunto el mendigo mirando la palma de sus manos.
Seth nego lentamente. -Entonces no puedes ayudarme. Vete ahora con tus amigos, Seth. Pero nunca te olvides de mi.
– No lo hare, senor.
El mendigo sonrio por ultima vez y, alzando su mano en senal de despedida, se volvio y se interno en las ruinas de la prision destruida. Seth le observo desaparecer entre las sombras y reemprendio su camino bajo el sol ardiente de la manana. Un velo de nubes negras parecia acercarse serpenteando en el horizonte, como una mancha de sangre esparciendose lentamente en un estanque.
Michael se detuvo al pie de la calle que conducia hasta la casa de Aryami Bose y contemplo atonito los restos humeantes de la que habia sido la vivienda de la anciana. Las gentes de la calle observaban silenciosamente desde el patio a los miembros de la policia que rastreaban entre los escombros e interrogaban a los vecinos. Rapidamente, se aproxi-mo hasta el lugar y se abrio camino entre el circulo de curiosos y vecinos consternados por el incendio. Un oficial de la policia le detuvo.
– Lo siento, muchacho. No se puede pasar -le informo tajantemente.
Michael oteo sobre su hombro y comprobo como dos de sus colegas levantaban una viga caida que todavia desprendia brizas de brasa.
– ?Y la mujer que vive en la casa? -pregunto Michael.
El policia le dirigio una mirada a medio camino entre la sospecha y el fastidio.
?La conocias?
– Es la abuela de unos amigos -respondio Michael. ?Donde esta??Ha muerto?
El oficial le observo sin aflojar la compostura durante unos segundos y finalmente nego.
– No hay rastro de ella -respondio-. Uno de los vecinos dice que vio a alguien co-rrer calle abajo poco despues de que las llamas asomaran por el techo. Ahora, largate. Ya te he dicho mas de lo que deberia.
– Gracias, senor -dijo Michael, retirandose entre la masa humana que se apilaba en pos de eventuales descubrimientos macabros.
Una vez libre de la turba de curiosos y vecinos, Michael examino las viviendas colindantes en busca de posibles indicios que sugiriesen a donde podia haber huido la anciana que guardaba con ella el secreto que Seth y el apenas habian conseguido desentra-nar. Los dos extremos de la calle se perdian en el amasijo de edificios, bazares y palacios de la ciudad negra. Aryami Bose podia estar en cualquier lugar.
El joven considero durante unos instantes varias posibilidades y finalmente se decidio por emprender rumbo hacia el Oeste, en direccion a las orillas del rio Hooghly. Alli miles de peregrinos se sumergian en las aguas sagradas del delta del Ganges buscando la purificacion del cielo y obteniendo la mayoria de las veces a cambio fiebres y enfermedades.
Sin volverse a contemplar las ruinas de la casa derribada por las llamas, Michael emprendio el camino a pleno sol, sorteando el gentio que poblaba las calles y las sumergia en una algarabia de mercaderes, rinas y rezos no escuchados. La voz de Calcuta. A su espalda, a una veintena de metros, una figura envuelta en un manto oscuro asomo entre los recodos de un callejon y empezo a seguirle entre la multitud.
Ian abrio los ojos a la luz del mediodia con la clara certeza de que su insomnio perenne no parecia estar dispuesto a concederle mas que unas horas de tregua en honor a la fatiga que sentia tras los acontecimientos de las ultimas horas. A juzgar por la consistencia de la luz que banaba la habitacion en la torre oeste de la casa del ingeniero Chandra, calculo que debian de estar cruzando el meridiano de media tarde. El apetito contumaz que le habia asaltado al amanecer volvio a hacer rechinar sus dientes con toda su sana. Como solia bromear Ben, parodiando las palabras del maestro Tagore, cuyo castillo se encontraba a pocos metros de alli, cuando el estomago habla, el hombre sabio escucha.
Ian salio de la habitacion con sigilo y comprobo que Sheere y Ben seguian disfrutando de un envidiable descanso en brazos de Morfeo. Y sospecho que, al despertar, incluso Sheere estaria dispuesta a dar cuenta del