primer objeto comestible que se pusiera a tiro. Por lo que respectaba a Ben, no le cabia duda. En estos momentos su mejor amigo debia de estar sonando con una bandeja repleta de delicias culinarias y un suntuoso postre de dulces de Chhana, una mezcla de jugo de lima y leche hirviendo que enloquecia a los golosos bengalies.
Consciente de que el sueno ya habia sido mas caritativo con el de lo que cabia espe-rar, decidio aventurarse al exterior en busca de provisiones con que aplacar su apetito y el de sus companeros. Con algo de fortuna, penso, estaria de vuelta antes de que ambos hu-biesen tenido tiempo de bostezar.
Atraveso la sala de la gran maqueta y se dirigio hasta la escalera en espiral, compro-bando satisfecho que a la luz del dia el aspecto de la casa resultaba considerablemente menos inquietante. La primera planta permanecia imperturbable e Ian constato el hecho de que la casa aislaba el interior de la temperatura externa con prodigiosa efectividad. No le costaba imaginar el sofocante calor que debia de imponer su ley tras aquellos muros y, sin embargo, la casa del ingeniero se diria situada en el pais de la eterna primavera. Cruzo varias galaxias a paso ligero sobre el mosaico a sus pies y abrio la puerta al exterior, con-fiando en no olvidar la combinacion de la excentrica cerradura que sellaba el santuario privado de Chandra Chatterohec.
El sol caia inmisericorde sobre el espeso jardin y la laguna que la noche anterior le habia parecido una lamina de ebano pulido desprendia ahora intensos destellos sobre la fachada de la casa. Ian se dirigio a la boca de salida del tunel secreto bajo el puente de madera y por un momento se dejo llevar por la ilusion de que, a la luz de un dia resplan-deciente y abrasador de verano como aquel, las amenazas que durante la noche les habian atormentado parecian desvanecerse con la misma facilidad que una figura de hielo en el desierto.
Disfrutando de aquel parentesis de tranquilidad, se introdujo en el pasillo y, antes de que el hedor acre de su interior invadiese sus pulmones, salio de nuevo por la brecha que conducia a la calle. Una vez alli, lanzo mentalmente una moneda al aire, y decidio emprender su busqueda alimentaria hacia el Oeste.
Mientras se alejaba canturreando por la calle desierta, poco podia imaginar que los cuatro circulos concentricos de la cerradura de la casa habian empezado a girar de nuevo con infinita lentitud y que esta vez la palabra de cuatro letras que compondrian al fijarse en la vertical no era el nombre de Dido, sino el de otra diosa mucho mas proxima: Kali.
Ben creyo escuchar un estruendo en suenos y desperto a la oscuridad absoluta de la habitacion en que habia estado descansando. Su primera impresion, en el aturdimiento de los segundos que siguen al brusco despertar de un largo y profundo sueno, fue de perplejidad al comprobar que ya habia anochecido y que debian de haber dormido durante mas de doce horas. Un instante despues, al escuchar de nuevo el impacto seco que creia haber oido en su sueno, comprendio que no era la noche lo que impedia que la luz del dia penetrase en la habitacion. Algo estaba sucediendo en la casa. Los postigos se estaban cerrando con fuerza, como las compuertas de una esclusa, hermeticamente. Ben salto de la cama y corrio hacia la puerta en busca de sus amigos.
– ?Ben! -escucho gritar a Sheere. Corrio hasta la puerta de su habitacion y la abrio. Su hermana, inmovil, estaba al otro lado de la puerta, temblando. La abrazo y la saco de la estancia mientras contemplaba aterrado como, uno a uno, los ventanales de la casa se ce-rraban al igual que parpados de piedra.
– Ben -gimio Sheere-. Algo ha entrado en la habitacion mientras dormia y me ha tocado.
Ben sintio que un escalofrio le recorria el cuerpo y condujo a Sheere hasta el centro de la sala de la maqueta de la ciudad. En un segundo, se hizo la oscuridad absoluta en torno a ellos. Ben rodeo a Sheere con sus brazos y le susurro que guardase silencio mientras trataba de escrutar en la oscuridad algun signo de movimiento. Sus ojos no consiguieron discernir forma alguna entre las sombras, pero ambos pudieron oir aquel rumor que parecia invadir los muros de la casa y hacia pensar en cientos de pequenos animales correteando bajo el suelo y entre las paredes.
– ?Que es eso, Ben? -susurro Sheere. Ben trataba de encontrar una respuesta cuan-do un nuevo acontecimiento le robo las palabras. Las luces de la maqueta de la ciudad se estaban encendiendo lentamente y los dos muchachos asistieron al nacimiento de una Calcuta nocturna frente a ellos. Ben trago saliva y sintio que Sheere se aferraba con fuerza a el. En el centro de la maqueta, el pequeno tren prendio sus faroles y sus ruedas empeza-ron a girar lentamente.
– Salgamos de aqui -murmuro Ben conduciendo a tientas a su hermana en direc-cion a la escalera que descendia al piso inferior-. Ahora.
Antes de que pudieran recorrer unos pasos en direccion a la escalinata, Ben y Sheere vieron que un circulo de fuego abria un orificio en la puerta de la habitacion que habia ocupado la muchacha y, en menos de un segundo, la consumia como una brasa que atravesase una hoja de papel. Ben sintio que sus pies se clavaban al suelo y observo unas pisadas de llamas que se acercaban a grandes zancadas desde el umbral de la puerta.
– ?Corre abajo! -grito Ben empujando a su hermana hacia el pie de las escaleras. -?Hazlo!
Sheere se precipito escaleras abajo presa de panico y Ben permanecio inmovil en la trayectoria de aquellas huellas llameantes que se abrian camino hacia el a toda velocidad. Una bocanada de aire caliente e impregnado de un hedor a queroseno quemado le escu-pio en el rostro al tiempo que una pisada de llamas caia a dos palmos de sus pies. Dos pu-pilas rojas como hierro candente se encendieron en la oscuridad y Ben sintio que una garra de fuego se cerraba sobre su brazo derecho. Al instante noto que aquella tenaza pul-verizaba la tela de su camisa hasta quemar su piel.
– Todavia no ha llegado la hora de nuestro encuentro -murmuro una voz metalica y cavernosa frente a el-, apartate.
Antes de que pudiera reaccionar, la ferrea mano que le asia le impulso con fuerza a un lado y le derribo en el suelo. Ben cayo sobre un costado y se palpo el brazo herido. Entonces logro ver a un espectro incandescente que descendia por la escalera de caracol destruyendola a su paso.
Los alaridos de terror de Sheere en el piso inferior le proporcionaron las fuerzas para ponerse de nuevo en pie. Corrio hacia aquella escalera que apenas era ya un esqueleto de barras de metal vestidas de llamas y comprobo que los escalones habian desaparecido. Se lanzo por el hueco de la escalerilla. Su cuerpo impacto contra el mosaico de la primera planta y una sacudida de dolor le recorrio el brazo lacerado por el fuego.
?Ben! -grito Sheere-. ?Por favor! Ben alzo la mirada y contemplo como Sheere era arrastrada sobre el suelo de estrellas encendidas envuelta en un manto de llamas trasluci-do, como la crisalida de una mariposa infernal. Se incorporo y corrio tras ella, siguiendo el rastro que su raptor dejaba en direccion a la parte trasera de la casa y tratando de esquivar el impacto furioso de los cientos de libros de la biblioteca circular que salian despedidos ardiendo desde los estantes y se descomponian en una lluvia de paginas en combustion. Uno de los impactos le derribo de nuevo, cayo de bruces y se golpeo en la cabeza.
Su vision se nublo lentamente mientras observaba al visitante igneo que se detenia y se volvia a contemplarle. Sheere aullaba de panico, pero susgritos ya no eran audibles. Ben lucho por arrastrarse unos centimetros por el suelo cubierto de brasas y trato de no ceder a aquel impulso de dejarse vencer por el sueno y abandonar la resistencia. Una sonrisa cruel y canina se dibujo frente a el, y entre la masa borrosa que convertia su campo de vision en un cuadro de acuarelas frescas, reconocio al hombre que habia visto en la locomotora de aquel tren fantasmal cruzando la noche. Jawahal.
– Cuando estes listo, ven a por mi -le susurro el espiritu de fuego-. Ya sabes donde estoy…
Un instante despues, Jawahal asio de nuevo a Sheere y atraveso con ella la pared trasera de la casa como si fuese una cortina de humo. Antes de perder el sentido, Ben escucho el eco del tren alejandose en la distancia.
– Esta volviendo en si -murmuro una voz a cientos de kilometros de alli.
Ben trato de dilucidar las manchas borrosas que se agitaban frente a su rostro y pronto reconocio algunos rasgos familiares. Unas manos le acomodaron suavemente y colocaron un objeto blando y confortable bajo su cabeza. Ben parpadeo repetidamente. Los ojos de Ian, enrojecidos y desesperados, le observaban ansiosos. Junto a el estaban Seth y Roshan.
– ?Ben! ?puedes oirnos? -pregunto Seth, cuyo rostro parecia sugerir que no habia dormido en una semana.
Ben recordo subitamente y quiso incorporarse bruscamente. Las manos de los tres muchachos le devolvieron a su posicion de reposo.
– ?Donde esta Sheere? -consiguio articular. Ian, Seth y Roshan intercambiaron una mirada sombria.
– No esta aqui, Ben -contesto Ian, finalmente. Ben sintio que el cielo se desprendia a trozos sobre el y cerro los ojos.
– ?Que es lo que ha pasado? -pregunto finalmente, mas sereno.
– Me desperte antes que vosotros -explico lan- y decidi salir a buscar algo para comer. Por el camino me