saltado. La estacion estaba de nuevo desierta y no habia mas rastro del tren que dos hileras de llamas que se extinguian a lo largo de los railes. Noto que las entranas se le inundaban de agua helada y corrio de vuelta hacia el punto donde habia visto por ultima vez a Siraj. Maldiciendo su cobardia, lloro de rabia y comprobo que estaba solo en la estacion.
El amanecer, a lo lejos, le mostraba el camino de salida.
El preludio del alba se insinuaba timidamente a traves de los postigos cerrados de la sala de la biblioteca del museo indio. Seth y Michael, exhaustos, dormitaban sobre la mesa al borde de la inconsciencia. Mr. De Rozio suspiro profundamente y retiro su silla del escritorio frotandose los ojos. Llevaba horas enfrascado en el oceano de documentos tratando de desentranar aquel monstruoso sumario judicial; su estomago le reclamaba atenciones, amen de una clara moratoria en la ingestion de cafe si se esperaba de el que siguiera cumpliendo sus funciones con cierta dignidad.
– Me rindo, bellas durmientes -atrono.
Seth y Michael levantaron la cabeza de un respingo y comprobaron que el dia habia madrugado mas que ellos.
– ?Que ha podido encontrar, senor? -pregunto Seth, reprimiendo un bostezo.
Su estomago crujia y su cabeza parecia estar repleta de un potaje de manzanas cocidas.
– ?Bromeas, hijo? -dijo el bibliotecario-. Me parece que me habeis tomado el pelo.
– No comprendo, senor -adujo Michael. De Rozio bostezo airosamente mostrando unas fauces cavernosas y emitio un sonido que desperto en los muchachos la imagen mental de un hipopotamo retozando en un rio.
– Muy simple -dijo el bibliotecario-. Vinisteis aqui con una historia de asesinatos y crimenes y con ese absurdo enredo del tal Jawahal.
– Pero todo eso es cierto. Tenemos informacion de primera mano.
De Rozio rio con sorna. -A lo mejor es a vosotros a quienes han tomado por tontos -replico-. En toda esa pila de papeles no he encontrado una sola mencion a vuestro amigo Jawahal. Ni una letra. Cero.
Seth sintio que su desinflado estomago se deslizaba hasta sus pies por la pernera del pantalon.
– Pero eso es imposible, Jawahal fue condenado e ingreso en la prision de la que huyo anos despues. Tal vez podriamos, empezar de nuevo por ahi. Por la fuga. Debe cons-tar en algun lugar…
De Rozio le escruto con escepticismo con sus ojos porcinos y penetrantes. Su rostro delataba claramente que no habia segunda oportunidad.
– Si yo fuera vosotros, chicos -sugirio el bibliotecario-, volveria a donde hubiese conseguido esa historia y me aseguraria de que esta vez me la explicaran entera. Y respecto a ese Jawahal que segun vuestro informe misterioso estaba en prision, me parece que mas escurridizo de lo que vosotros y yo podemos manejar.
De Rozio examino a los dos muchachos. Estaban palidos como el marmol. El orondo erudito les ofrecio una sonrisa de conmiseracion.
– Mis condolencias -murmuro- Habeis estado olfateando en el agujero equivoca-do.
Poco despues, Seth y Michael contemplaban el amanecer sentados en los la fachada principal del museo indio. Una ligera llovizna habia impregnado las calles de una capa brillante que formaba una lamina de oro liquido a la luz del Sol ascendente entre las brumas del Este. Seth miro a su companero y le mostro una moneda.
– Cara, yo voy a ver a Ariami y tu vas a la prision- dijo Seth- Cruz al reves.
Michael asintio con los ojos entrecerrados. Seth lanzo la moneda al aire y el circulo de bronce describio una trayectoria de brillos parpadeantes, hasta detenerse de nuevo sobre la muneca de Seth. Michael se inclino a comprobar el resultado.
– Recuerdos a Aryami… -murmuro Seth.
La luz del dia llego finalmente a la casa del ingeniero Chandra tras una noche que parecia no querer acabar jamas. Ian bendijo por primera vez en su vida el sol de Calcuta cuando sus rayos velaron el manto de oscuridad que los habia envuelto durante horas.
El dia se llevo consigo el aspecto amenazador de la casa, y Ben y Sheere tambien agradecieron visiblemente la llegada de la claridad con un gesto relajado y de sincero cansancio. Les costaba recordar la ultima vez que habian dormido, aunque apenas fuese unas horas antes. El peso del sueno y el agotamiento que el ritmo de los acontecimientos les habia deparado les permitian afrontar la situacion ahora con una serenidad que, en la oscuridad de la noche, no hubieran osado considerar.
– Bien -dijo Ben-. Si hay algo que esta casa tiene, es que resulta segura. Si nuestro amigo Jawahal hubiese podido entrar aqui, ya lo hubiese hecho. Nuestro padre tendria aficiones excentricas, pero sabia proteger una casa. Propongo que tratemos de dormir un poco. Tal como estan las cosas, prefiero dormir a la luz del dia y estar bien despierto al anochecer.
– No puedo estar mas de acuerdo -convino Ian-, ?Donde podriamos dormir?
– Hay varias habitaciones en las torres -explico Sheere-, hay donde elegir.
– Sugiero utilizar habitaciones contiguas-apunto Ben.
– De acuerdo -dijo Ian-. Y tampoco estaria de mas comer algo.
– Eso tendra que esperar -convino Ben-. Mas tarde saldremos a buscar algo.
– ?Como podeis tener hambre? -pregunto Sheere.
Ben e Ian se encogieron de hombros. -Fisiologia elemental -repuso Ben-. Preguntale a Ian. El es el medico.
– Como me dijo una vez una maestra que daba clases de lectura en una escuela de Bombay -dijo Sheere-, la principal diferencia entre un hombre y una mujer es que un hombre siempre antepone su estomago a su corazon. Una mujer siempre hace lo contra-rio.
Ben sopeso aquella teoria y no dudo en contraatacar.
– Cito textualmente a nuestro misogino favorito, Mr. Thomas Carter, soltero profe-sional y vocacional: «La verdadera diferencia es que mientras los hombres tienen el estomago mucho mas grande que el cerebro y el corazon, el corazon de las mujeres es tan pequeno que siempre se les escapa por la boca.»
Ian asistio al cruce de citas Ilustres presa de un absoluto asombro.
– Filosofia barata -sentencio Sheere.
– La barata, querida Sheere -adujo Ben-, es la unica filosofia que vale algo. Ian alzo una mano en senal de tregua. -Buenas noches, pareja -dijo dirigiendose directa-mente hacia la torre.
Diez minutos despues los tres estaban sumidos en un profundo sueno del que nadie les hubiera podido despertar. La fatiga pudo mas que el miedo.
Seth descendio media milla hacia el Sur desde las escalinatas del museo indio en Chowringhee Road y torcio en Park Street hacia el Este, en direccion al area del Bema-pukur, donde las ruinas de la antigua penitenciaria de Curzon Fort se alzaba en las inme-diaciones del cementerio escoces. El deteriorado camposanto de los escoceses habia sido construido en lo que antiguamente suponian los limites oficiales de la ciudad. En aquella epoca, la elevada tasa de mortalidad y la velocidad con que los cadaveres se descom-ponian obligaron a trasladar todos los terrenos funerarios fuera de Calcuta por motivos de salud publica. Los escoceses, ironicamente, aunque habian controlado con mano firme durante decadas toda la actividad mercantil de Calcuta, descubrieron que no podian pagarse un entierro entre las tumbas de sus vecinos britanicos y se vieron obligados a levantar su propio cementerio. En Calcuta los ricos se negaban a ceder su suelo a los mas pobres, incluso despues de muertos.
Al aproximarse a los restos de la penitenciaria de Curzon Fort, Seth comprendio por que motivo todavia no habia sido victima de los sangrientos derribos habituales en la ciudad. La estructura del edificio parecia pender de un hilo invisible dispuesto a desplo-marse sobre el gentio al menor intento de alterar su equilibrio. El incendio parecia haber devorado la prision como si se hubiera tratado de una maqueta de carton, abriendo bre-chas y destrozando vigas y puntales con ferocidad inusitada. Las techumbres carboniza-das podian entreverse a traves de los ventanales, como las encias enfermas de un viejo a-nimal.
Seth se acerco al umbral del edificio y se pregunto de que modo iba a averiguar algo en aquella pila de maderos y ladrillos quemados. A buen seguro, no permaneceria alli mas memoria del pasado que los barrotes de metal y las celdas que acabaron sus dias transformadas en hornos mortales y sin escapatoria.
– ?Vienes de visita, muchacho? -susurro una voz quebrada a su espalda.
Seth se volvio, sobresaltado, y comprobo que las palabras que habia oido provenian de los labios de un