Los miembros de la Chowbar Society aligeraron el paso y siguieron a Ben serpen-teando por el puente hasta su extremo, sin detenerse a mirar atras. Al pisar de nuevo tie-rra firme a escasos metros de la entrada a la estacion, Ben se volvio e indico a sus compa-neros que se alejasen del entramado metalico.
– ?Que era eso? -pregunto Ian a su espalda. Ben se encogio de hombros.
– ?Mirad! -exclamo Seth-. ?En el centro del puente!
Las miradas de todos se concentraron en aquel punto. Los railes estaban adquiriendo una tonalidad rojiza que irradiaba en ambas direcciones y desprendia un ligero halo humeante. En pocos segundos, ambos railes empezaron a combarse sobre si mismos. La estructura entera del puente empezo a gotear gruesas lagrimas de metal fundido que caian sobre el Hooghly y producian explosiones violentas al impactar con la fria corriente.
Los cinco muchachos asistieron paralizados al sobrecogedor espectaculo de una estructura de acero de mas de doscientos metros que se fundia ante sus ojos, como un bloque de manteca en una sarten ardiente. La luz ambar del metal liquido se sumergio en el rio y dibujo una densa pincelada sobre los rostros de los cinco amigos. Finalmente, el rojo incandescente dio paso a un tono metalico opaco, sin brillo, y los dos extremos se abatieron sobre el rio como dos sauces de acero que hubieran quedado atrapados en la contemplacion de su propia imagen.
El sonido furioso del acero chispeando en el agua se apaciguo lentamente. Entonces los cinco amigos pudieron escuchar a sus espaldas que la voz de la antigua sirena de la estacion de Jheeter's Gate rasgaba la noche de Calcuta por primera vez en dieciseis anos. Sin mediar palabra, se volvieron y cruzaron la frontera que los separaba del fantasmago-rico escenario de la partida que se disponian a jugar.
Isobel abrio los ojos ante el alarido de la sirena que recorrio los tuneles imitando la advertencia de un bombardeo. Sus pies y manos estaban sujetos firmemente a dos largas barras de metal herrumbrosas. La unica claridad que percibia se filtraba desde la rejilla de un respiradero situado sobre ella. El eco de la sirena se perdio lentamente…
De pronto escucho que algo se arrastraba hacia el orificio de la trampilla. Miro hacia las rendijas de luz y observo que el rectangulo de claridad se oscurecia y la trampilla se abria. Cerro los ojos y contuvo la respiracion. El cierre de los ganchos metalicos que la inmovilizaban de pies y manos salto con un chasquido y sintio una mano de largos dedos que la asia por la base del cuello y la alzaba en vertical a traves de la trampilla. La mucha-cha no pudo evitar gritar de terror y su secuestrador la lanzo contra la superficie del tunel como un peso muerto.
Abrio los ojos y contemplo una silueta alta y negra, inmovil, frente a ella, una figura sin rostro.
– Alguien ha venido por ti -murmuro la faz invisible-. No les hagamos esperar.
Al instante, dos pupilas ardientes se encendieron sobre aquel rostro, fosforos prendiendo en la oscuridad. La figura la agarro por el brazo y la arrastro a traves del tu-nel. Tras lo que le parecieron horas de agonica caminata en la oscuridad, Isobel distinguio la silueta fantasmal de un tren detenido en las sombras. Se dejo arrastrar hasta el vagon de cola y no opuso resistencia cuando fue empujada al interior con fuerza, donde quedo encerrada.
Isobel habia caido de bruces sobre la superficie carbonizada del vagon y noto una profunda punzada de dolor en el vientre. Un objeto le habia abierto un corte de varios centimetros. Gimio. El terror se apodero de ella totalmente al percibir unas manos que la aferraban y trataban de darle la vuelta. Grito y se enfrento al rostro sucio y exhausto de lo que parecia ser un muchacho todavia mas asustado que ella.
– Soy yo, Isobel -murmuro Siraj-. No tengas miedo.
Por primera vez en su vida, Isobel dejo que sus lagrimas fluyesen sin freno frente a Siraj y abrazo el cuerpo huesudo y debil de su amigo.
Ben y sus companeros se detuvieron al pie del reloj, con sus agujas caidas, que se alzaba en el anden principal de Jheeter's Gate. A su alrededor se desplegaba un amplio e insondable escenario de sombras y luces angulosas que entraban desde la claraboya de acero y cristal, y que dejaban entrever los rastros de lo que algun dia habia sido la mas suntuosa estacion de tren jamas sonada, una catedral de hierro erigida al dios del ferroca- rril.
Al contemplarla desde alli, los cinco muchachos pudieron imaginar el semblante que Jheete’rs Gate habia lucido antes de la tragedia. Una majestuosa boveda luminosa tendida por arcos invisibles que parecian suspendidos del cielo y cubrian hileras e hileras de andenes alineados en curva, en forma de ondas dibujadas por una moneda en un estanque. Grandes carteles que anunciaban las salidas y llegadas de los trenes. Lujosos quioscos de metal labrado y relieves victorianos. Escalinatas palaciegas que ascendian por conductos de acero y cristal hacia los niveles superiores y creaban pasillos suspendidos en el aire. Las multitudes deambulando por sus salas y abordando largos expresos que habrian de llevarlos a todos los puntos del pais… De todo aquel esplendor apenas quedaba mas que un oscuro reflejo truncado, convertido en el amago de antesala al infierno que sus tuneles parecian prometer.
Ian se fijo en las agujas del reloj, deformadas por las llamas, y trato de imaginar la magnitud del incendio. Seth se unio a el, ambos evitaron comentarios.
– Deberiamos separarnos en grupos de dos para esta busqueda. El lugar es inmenso- Indico Ben.
– No creo que sea una buena idea -replico Seth, que no podia borrar de su mente la imagen del puente derrumbandose sobre las aguas.
Aunque lo hicieramos asi, solamente somos cinco. -apunto Ian. -?Quien ira solo?
– Yo -repuso Ben. Los demas le observaron con una mezcla de alivio y preocupacion.
– Sigue sin parecerme una buena idea -repitio Seth.
– Ben tiene razon -apoyo Michael-. Por lo que hemos visto hasta ahora, poco importa si somos cinco o cincuenta.
– Hombre de pocas palabras, pero siempre llenas de animo -comento Roshan.
– Michael -sugirio Ben-, tu y Roshan podeis registrar los niveles. Ian y Seth se ocuparan de este nivel.
Nadie parecia dispuesto a discutir el reparto de destinos. Tan poco apetecible parecia uno como otro.
– Y tu, -?donde piensas buscar? -. -pregunto Ian, intuyendo la respuesta.
– En los tuneles.
– Con una condicion -Indico Seth, tratando de imponer el sentido comun.
Ben asintio.
– Sin heroismos ni estupideces -explico Seth-. El primero que vea un indicio de algo se para, marca el lugar y vuelve a buscar al resto.
– Suena razonable -convino Ian.
Michael y Roshan asintieron de buen grado.
– ?Ben? -solicito Ian.
– De acuerdo -murmuro Ben.
– No lo hemos oido -insistio Seth.
– Prometido -dijo Ben-. Nos encontraremos aqui en media hora.
– El cielo te oiga -dijo Seth.
En la memoria de Sheere las ultimas horas se transformaron en apenas unos segundos, durante los que su mente parecia haber sucumbido a los efectos de una poderosa droga que habia nublado sus sentidos y la habia precipitado a un abismo sin fondo. Recordaba vagamente sus esfuerzos vanos por zafarse de la presion implacable de aquella silueta ignea que la habia arrastrado a traves de una interminable reticula de conductos, mas oscuros que la noche cerrada. Recordaba tambien, como una escena extraida de un episodio lejano y confuso, el rostro de Ben debatiendose en el suelo de una casa cuyos contornos le resultaban familiares, aunque ignoraba cuanto tiempo habia transcurrido desde entonces. Tal vez una hora, una semana o un mes.
Cuando recobro la consciencia de su propio cuerpo y de las magulladuras que la lu-cha habia dejado en el, Sheere comprendio que llevaba ya despierta unos segundos y que el escenario que la rodeaba no formaba parte de su pesadilla. Se encontraba en el interior de una estancia larga y profunda, flanqueada por dos hileras de ventanales a traves de los cuales se aventuraba cierta claridad lejana que permitia adivinar los restos de lo que pare-cia, un estrecho salon. Los esqueletos destrozados de tres pequenas lamparas de cristal pendian del techo igual que arbustos secos. Los restos de un espejo astillado brillaban en la penumbra tras un mostrador que sugeria el aspecto de un bar de lujo. Un bar de lujo, sin embargo, devorado por una furia incendiaria inmisericorde.