Trato de incorporarse y, al tiempo que comprobaba que la cadena que le sujetaba las munecas a la espalda estaba trabada en una estrecha tuberia, comprendio instintivamente donde se hallaba: en el interior de un tren varado en las galerias subterraneas de Jheeter's Gate. La oscura certidumbre de su paradero dejo caer sobre ella una lluvia de agua helada que la desperto del sopor y el aturdimiento que pesaban sobre su mente.
Forzo la vista y trato de encontrar, entre la masa oscura de mesas caidas y restos del incendio, alguna herramienta que pudiera servirle para liberarse de sus ataduras. El interior del vagon devastado no parecia contener mas que vestigios carbonizados e inservibles que habian sobrevivido milagrosamente. Forcejeo exasperada sin obtener mas resultado que un endurecimiento en las ataduras que la retenian.
Dos metros frente a ella, una masa negra que habia tomado desde el principio por una pila de escombros se volvio repentinamente, con la celeridad de un gran felino que hubiera permanecido inmovil. Una sonrisa luminosa se encendio sobre un rostro invisible en la sombra. Su corazon dio un vuelco y la figura se acerco hasta un palmo escaso de su rostro. Los ojos de Jawahal resplandecieron como brasas al viento y Sheere percibio el hedor acido y penetrante de la gasolina quemada.
– Bienvenida a lo que queda de mi hogar, Sheere -murmuro Jawahal friamente-. ?Es asi como te llamas, no?
Sheere asintio, paralizada por el terror que le inspiraba aquella presencia.
– No debes temer nada de mi -dijo Jawahal. Sheere reprimio las lagrimas que pug-naban por escapar a su control; no pensaba rendirse tan pronto. Cerro los ojos con fuerza y respiro entrecortadamente.
– Mirame cuando te hablo -dijo Jawahal en un tono que le helo la sangre.
Sheere abrio los ojos lentamente y comprobo con horror que la mano de Jawahal se acercaba a su rostro. Sus largos dedos, protegidos por un guante negro, acariciaron su me-jilla y le apartaron los mechones de cabello que caian sobre su frente con suma delicadeza. Los ojos de su secuestrador parecieron palidecer por un segundo.
– Te pareces tanto a ella… -susurro Jawahal. Repentinamente, la mano se retiro al igual que un animal asustado, y Jawahal se incorporo. Sheere noto que las ligaduras a su espalda cedian y sus manos quedaban libres.
– Levantate y sigueme -ordeno.
Sheere obedecio docilmente y dejo que Jawahal abriera el paso. En cuanto la oscura silueta se hubo adelantado un par de metros entre los escombros del vagon, echo a correr en direccion opuesta tan rapidamente como sus musculos entumecidos se lo permitieron. La muchacha atraveso el vagon atropelladamente y se lanzo contra la puerta que separaba los coches del convoy y los conectaba a traves de una pequena plataforma al aire libre. Poso su mano sobre la manilla de acero ennegrecido y presiono con fuerza. El metal cedio como arcilla de moldear y Sheere contemplo atonita como se convertia en cinco afilados dedos que la asieron por la muneca. Lentamente, la lamina de la puerta se doblo sobre si misma y adquirio la forma de una estatua brillante de cuyo rostro liso emergieron los rasgos de Jawahal. Sus rodillas flaquearon y cayo postrada frente a el. Jawahal la alzo en el aire y la muchacha leyo la ira contenida en sus ojos.
– No trates de huir de mi, Sheere. Muy pronto, tu y yo seremos un solo ser. Yo no soy tu enemigo. Soy tu futuro. Cruza a mi lado o, de lo contrario, esto es lo que sucedera contigo.
Jawahal tomo del suelo los restos de una copa de cristal rota, los rodeo con sus dedos y presiono con fuerza. El cristal se fundio bajo su puno y derramo entre los dedos gruesas gotas de vidrio liquido que cayeron sobre la superficie del vagon formando un espejo de llamas entre los escombros. Jawahal solto a Sheere y la dejo caer a escasos centimetros del cristal humeante.
– Ahora, haz lo que te he dicho.
Seth se arrodillo frente a lo que parecia una lamina brillante sobre el suelo en la seccion central de la estacion y la palpo con la yema de los dedos. El liquido estaba tibio, era espeso y tenia la textura del aceite derramado.
– Ian, ven a ver esto -llamo Seth. El joven se acerco y se arrodillo junto a el. Seth le mostro sus dedos impregnados en aquella sustancia viscosa. Ian humedecio la punta de su dedo indice y, tras comprobar la consistencia frotandola con el pulgar, olfateo la sus-tancia.
– Es sangre -dictamino el aspirante a medico.
Seth palidecio subitamente y se limpio los dedos en la pernera del pantalon con impaciencia.
– ?Isobel? -pregunto Seth apartandose del charco y reprimiendo las nauseas que ascendian desde la boca de su estomago.
– No lo se -respondio Ian desconcertado-. Es reciente o eso parece.
Ian se incorporo y miro alrededor de la amplia mancha oscura.
– No hay marcas alrededor. Ni huellas -murmuro.
Seth le miro, sin comprender el alcance de aquella apreciacion.
– Quien quiera que haya perdido toda esa sangre no podria ir muy lejos sin dejar un rastro -explico Ian-, aunque lo hubiesen arrastrado. No tiene sentido.
Seth sopeso la teoria de su amigo y rodeo los restos de sangre, corroborando la observacion de que no habia marcas o senales que partiesen de el en varios metros a la redonda. Ambos amigos se reunieron de nuevo e intercambiaron una mirada de extrane-za. Repentinamente, una sombra de incertidumbre asomo en los ojos de Ian y Seth cazo al vuelo la idea que acababa de cruzar la mente de su amigo. Despacio, ambos alzaron la cabeza y miraron en direccion a la boveda que se elevaba en la oscuridad.
Ian y Seth escrutaron las sombras superiores de la gran sala y su mirada se detuvo sobre la estructura de una gran arana de cristal que pendia de su centro. Desde uno de los extremos, una soga blanca sujetaba un cuerpo envuelto en un manto brillante que se balanceaba lentamente en el vacio. Ambos tragaron saliva.
– ?Esta muerto? -pregunto timidamente Seth.
Ian mantuvo la mirada fija en el macabro hallazgo y se encogio de hombros.
– ?No deberiamos avisar a los demas? -apunto Seth nerviosamente.
– Tan pronto como averiguemos quien es replico Ian-. Si la sangre es suya, y todo parece indicar que asi es, puede que aun viva. Vamos a descolgarlo.
Seth entorno los Ojos. Habia esperado que algo semejante sucediese tan pronto como habian cruzado el puente, pero el constatar que su prediccion era cierta reforzo la nausea que le bailaba en la garganta. El muchacho respiro profundamente y opto por no meditar mas al respecto.
– De acuerdo- convino Seth, resignado-. ?Como?
Ian examino la parte superior de la sala y advirtio que existia una plataforma metali-ca que rodeaba su perimetro a unos quince metros de altura. Desde alli partia un estrecho conducto hasta la arana de cristal, apenas una pasarela, probablemente destinada al man-tenimiento y limpieza de la estructura.
– Subiremos hasta ese pasillo y lo descolgaremos -senalo Ian.
– Uno de nosotros tendria que quedarse aqui para atenderlo -preciso Seth-, y creo que tendrias que ser tu.
Ian observo detenidamente a su companero. -?Estas seguro de que quieres subir solo?
– Me muero de ganas… -replico Seth-. Espera aqui. Y no te muevas.
Ian asintio y vio partir a Seth en direccion a las escalinatas que ascendian al nivel superior de Jheeter's Gate. Tan pronto como las sombras engulleron a su companero y el sonido de sus pasos se alejo escaleras arriba, examino la oscuridad a su alrededor.
Las brisas que escapaban de los tuneles siseaban en sus oidos y arrastraban pequenos fragmentos de escombros sobre el suelo. Ian alzo de nuevo la vista y trato de reconocer aquella figura que giraba suspendida sin conseguirlo. La sola idea de que pudiera tratarse de Isobel, Siraj o Sheere no osaba insinuarse en su mente. De subito, un reflejo fugaz parecio iluminar la superficie del charco a sus pies, pero cuando lan bajo la mirada, ya no habia nada.
Jawahal arrastro a Sheere a traves del pasadizo fantasmal que formaba aquel tren detenido en el tunel hasta el vagon de cabeza, que precedia a la locomotora. Una intensa lumbre anaranjada asomaba bajo las compuertas del vagon y el rumor furioso de una caldera rugia en su interior. Sheere sintio que la temperatura crecia vertiginosamente a su alrededor y que todos los poros de su piel se abrian al contacto del aire ardiente y abrasador que exhalaba aquel lugar.