por ninguna fiebre del amplio catalogo que acostumbraba a segar las vidas de miles de criaturas como aquella y les negaba el derecho a alcanzar la edad necesaria para aprender a pronunciar el nombre de su madre. Todo cuanto venia con el era la medalla en forma de sol de oro que Carter sostenia entre sus dedos y aquella carta. Una carta que, si habia de dar por verdadera, y le costaba encontrar una alternativa a esa posibilidad, le colocaba en una situacion comprometida.
Carter guardo la medalla bajo llave en el cajon superior de su escritorio y tomo de nuevo la misiva, releyendola por decima vez.
Apreciado Mr. Carter
Me veo obligada a solicitar su ayuda en las mas penosas circunstancias, apelando a la amistad que me consta le unio a mi difunto marido durante mas de diez anos. Durante ese periodo, mi esposo no escatimo elogios para con su honestidad y la extraordinaria con-fianza que usted siempre le inspiro.
Por ello, hoy le ruego que atienda mi suplica, por extrana que pueda parecerle, con la mayor urgencia y, si cabe, con el mayor de los secretos.
El nino que me veo obligada a entregarle ha perdido a sus padres a manos de un asesino que juro matar a ambos y acabar igualmente con su descendencia. No puedo ni creo oportuno revelarle los motivos que le llevaron a cometer tal acto. Bastara con decirle que el hallazgo del nino debe ser mantenido en secreto y que bajo ningun concepto debe usted dar parte del mismo a la policia o a las autoridades britanicas, puesto que el asesino dispone de conexiones en ambos organismos que no tardarian en llevarle hasta el.
Por motivos obvios, no puedo criar al nino a mi lado sin exponerle a sufrir el mismo destino que acabo con sus padres. Por ello le ruego que se haga cargo de el, le de un nom-bre y le eduque en los rectos principios de su institucion para hacer de el el dia de manana una persona tan honrada y honesta como lo fueron sus padres.
Soy consciente de que el nino no podra conocer jamas su pasado, pero es de vital importancia que asi sea.
No dispongo de mucho tiempo para brindarle mas detalles y me veo de nuevo en la obligacion de recordarle la amistad y la confianza que tuvo usted en mi esposo para legiti-mar mi peticion.
Le suplico que, al termino de la lectura de esta misiva, la destruya, asi como cualquier signo que pudiera delatar el hallazgo del nino. Siento no poder efectuar esta peticion en persona, pero la gravedad de la situacion me lo impide.
En la confianza de que sabra tomar la decision adecuada, reciba mi eterna gratitud.
Aryami Bose.
Una llamada a su puerta le arranco de la lectura. Carter se quito los lentes, doblo cuidadosamente la carta y la deposito en el cajon de su escritorio, que cerro con llave.
– Adelante -indico.
Vendela, la enfermera jefe del St. Patricks, se asomo a su despacho con su sempiterno semblante adusto y oficioso. Su mirada no respiraba buenos augurios.
– Hay un caballero abajo que desea verle-anuncio escuetamente.
Carter fruncio el ceno.
– ?De que se trata?
– No me ha querido dar detalles -respondio la enfermera, pero su expresion pare-cia insinuar claramente que su instinto olfateaba que tales detalles, de haberlos, resultaban vagamente sospechosos.
Tras una pausa, Vendela entro en el despacho y cerro la puerta a su espalda.
– Creo que se trata de lo del nino -dijo la enfermera con cierta inquietud-. No le he dicho nada.
– ?Ha hablado con alguien mas? -inquirio Carter.
Vendela nego silenciosamente. Carter asintio y guardo la llave de su escritorio en el bolsillo de su pantalon.
– Puedo decirle que no esta aqui en este momento -apunto Vendela.
Carter considero la opcion por un instante y determino que, si las sospechas de Vendela apuntaban en la direccion correcta (y solian hacerlo), aquello no haria mas que reforzar la apariencia de que el St. Patricks tenia algo que ocultar. La decision se fraguo al instante.
– No. Le recibire, Vendela. Hagale pasar y asegurese de que nadie del personal habla con el. Discrecion absoluta sobre este asunto. ?De acuerdo?
– Comprendido.
Carter escucho alejarse por el pasillo los pasos de Vendela mientras limpiaba de nuevo sus lentes y comprobaba que la lluvia volvia a golpear en los cristales de su venta-na con impertinencia.
El hombre vestia una larga capa negra y su cabeza estaba envuelta en un turbante sobre el que se apreciaba un medallon oscuro que emulaba la silueta de una serpiente. Sus estudiados ademanes sugerian los de un prospero comerciante del Norte de Calcuta y sus rasgos parecian vagamente hindues, aunque su piel reflejaba una palidez enfermiza, la piel de alguien a quien nunca alcanzaran los rayos del sol. El mestizaje de razas nacido de Calcuta habia fundido en sus calles a bengalies, armenios, judios, anglosajones, chinos, musulmanes e innumerables grupos llegados hasta el campo de Kali en busca de fortuna o refugio. Aquel rostro hubiera podido pertenecer a cualquiera de esas etnias y a ninguna.
Carter sintio los ojos penetrantes en su espalda, inspeccionandole cuidadosamente, mientras servia las dos tazas de te en la bandeja con que Vendela les habia provisto.
– Sientese, por favor -indico Carter amablemente al desconocido-. ?Azucar?
– Lo tomare como usted.
La voz del desconocido no mostraba acento ni expresion alguna. Carter trago saliva, fijo una sonrisa cordial en sus labios y se volvio tendiendo la taza de te al sujeto. Dedos enfundados en un guante negro, largos y afilados como garras, se cerraron sobre la porcelana ardiente sin vacilacion. Carter tomo asiento en su butaca y removio el azucar en su propia taza.
– Siento importunarle en estos momentos, Mr. Carter. Imagino que tendra usted mucho que hacer, por lo que sere breve -afirmo el hombre.
Carter asintio cortesmente. -?Cual es entonces el motivo de su visita, senor…? -em-pezo Carter.
– Mi nombre es Jawahal, Mr. Carter -explico el desconocido-. Le sere muy franco. Tal vez mi pregunta le parezca extrana, pero, ?han encontrado un nino, un bebe de apenas unos dias, durante la noche pasada o durante el dia de hoy?
Carter fruncio el ceno y lucio su mejor semblante de sorpresa. Ni demasiado obvio ni demasiado sutil.
– ?Un nino? Creo que no comprendo. El hombre que afirmaba llamarse Jawahal sonrio ampliamente.
– Vera. No se por donde empezar. Lo cierto es que se trata de una historia un tanto embarazosa. Confio en su discrecion, Mr. Carter.
– Cuente con ella, senor Jawahal -repuso Carter tomando un sorbo de su taza de te.
El hombre, que no habia probado la suya, se relajo y se dispuso a aclarar sus deman-das.
– Poseo un importante negocio textil en el Norte de la ciudad -explico-. Soy lo que podriamos llamar un hombre de posicion acomodada. Algunos me llaman rico y no les falta razon. Tengo muchas familias a mi cargo y me honra tratar de ayudarlas en cuan-to esta a mi alcance.
– Todos hacemos cuanto podemos, tal como estan las cosas -anadio Carter, sin apartar su mirada de aquellos dos ojos negros e insondables.
– Claro -continuo el desconocido-. El motivo que me ha traido a su honorable institucion es un penoso asunto al que quisiera poner solucion cuanto antes. Hace una semana una muchacha que trabaja en uno de mis talleres dio a luz a un nino. El padre de la criatura es, al parecer, un bribon anglo-indio que la frecuentaba y cuyo paradero, una vez tuvo noticia del embarazo de la muchacha, es desconocido. Al parecer, la familia de la joven es de Delhi, musulmanes y gentes estrictas, que no estaban al corriente del asunto.
Carter asintio gravemente, mostrando su conmiseracion por la historia referida.
– Hace dos dias supe por uno de mis capataces que la muchacha, en un rapto de locura, huyo de la casa donde vivia con unos familiares con la idea de, al parecer, vender al nino -prosiguio Jawahal-. No la juzgue mal, es una muchacha ejemplar, pero la presion que pesaba sobre ella la desbordo. No debe extranarle. Este pais, al