Franklin, decidio que el nuevo inquilino del orfelinato St. Patricks creceria con el nombre de Ben y que el personalmente pondria todo su empeno en que el muchacho encontrase entre aquellas cuatro paredes a la familia que el destino le habia robado.

Antes de proseguir con mi narracion y entrar a detallar los acontecimientos realmente significativos de este relato, que tuvieron lugar dieciseis anos mas tarde, debo detenerme brevemente para presentar a algunos de sus protagonistas. Baste decir que, mientras todo esto sucedia en las calles de Calcuta, algunos de nosotros aun no habiamos nacido y otros contabamos con apenas unos dias de vida. Solo una circunstancia nos era comun y acabaria por unirnos bajo el techo del St. Patricks: nunca tuvimos una familia ni un hogar.

Aprendimos a sobrevivir sin ninguna de las dos cosas o, mejor, inventando nuestra propia familia y creando nuestro propio hogar. Una familia y un hogar elegidos libremente, donde no cabian el azar ni la mentira. Ninguno de los siete conocia mas padre que a Mr. Thomas Carter y sus discursos sobre la sabiduria que escondian las paginas de Dante y Virgilio, ni mas madre que la ciudad de Calcuta, con los misterios que albergaban sus calles bajo las estrellas de la peninsula de Bengala.

Nuestro club particular tenia un nombre pintoresco, cuyo origen verdadero solo conocia Ben, que lo bautizo a su capricho, aunque algunos manteniamos la sospecha de que habia tomado la denominacion prestada de un viejo catalogo de importadores por correo de Bombay. Sea como fuere, la Chowbar Society se constituyo en algun momento de nuestras vidas, a partir del cual los juegos del orfanato ya no ofrecian desafios tentadores. Por el contrario, nuestra astucia estaba lo suficientemente desarrollada como para lograr escabullirnos impunemente del edificio al filo de la madrugada, pasado el toque de queda de la venerable Vendela, rumbo a nuestra sede social, la muy secreta y rumoreadamente encantada casa abandonada que ocupo durante decadas la esquina de Cotton Street y Brabourne Road, en plena ciudad negra y a tan solo un par de bloques del rio Hooghly.

En honor a la verdad, debo decir que aquel caseron, al que nosotros denominabamos con orgullo el Palacio de la Medianoche (en consideracion al horario de nuestras sesiones plenarias), nunca estuvo encantado. La fama de su embrujo, empero, no era ajena a nuestra labor subterranea. Uno de nuestros miembros fundadores, Siraj, asmatico profesional y experto erudito en historias de fantasmas, aparecidos y encantamientos de la ciudad de Calcuta, tramo una leyenda convenientemente siniestra y verosimil respecto a un supuesto antiguo inquilino. Esto ayudaba a mantener limpio y libre de intrusos nues-tro refugio secreto.

La historia, en breves palabras, versaba sobre un viejo comerciante que se aparecia envuelto en un manto blanco y recorria el caseron levitando sobre el suelo, con los ojos encendidos como brasas y largos colmillos lobunos asomando entre sus labios, sediento de almas incautas y fisgonas. El matiz de los ojos y los colmillos, por supuesto, era una aportacion personal e intransferible de Ben, aficionado irredento a urdir tramas cuya truculencia colocaba a los clasicos de Mr. Carter, Sofocles y el sangriento Homero inclui-dos, a la altura del betun.

Pese a las resonancias jocosas de su nombre, la Chowbar Society era un club tan selecto y estricto como los que poblaban los edificios eduardinos del centro de Calcuta y emulaban a sus homonimos en Londres; salones donde vegetar, brandy en mano, era patrimonio de los mas altos patricios sajones. Nuestro proposito, sin embargo, a falta de escenario mas glorioso, era mas noble.

La Chowbar Society habia nacido con dos misiones irrenunciables. La primera, ga-rantizar a cada uno de sus siete miembros la ayuda, proteccion y apoyo incondicional de los demas, bajo cualquier circunstancia, peligro o adversidad. La segunda, compartir los conocimientos que cada uno de nosotros iba adquiriendo y ponerlos al alcance de los otros, armandonos para el dia en que cada uno tuvieramos que enfrentarnos al mundo en solitario.

Cada miembro habia jurado por su nombre y su honor (no disponiamos de parientes proximos a los que hipotecar en juramentos) cumplir con estos dos propositos y guardar el secreto de la sociedad. En los siete anos de su existencia ininterrumpida jamas se acepto un nuevo miembro. Miento, hicimos una excepcion, pero relatarla ahora seria adelantar acontecimientos…

Nunca hubo un club donde sus miembros estuviesen mas unidos Y donde la importancia del juramento tuviese tanto peso. A diferencia de los clubes de los caballeros adinerados de Mayfair ninguno de nosotros tenia un hogar o una querida esperandonos a la salida del Palacio de la Medianoche. Y tambien en clara divergencia con los vetustos montepios para exalumnos de Cambridge, la Chowbar Society admitia mujeres.

Empezare pues por la primera mujer que suscribio el juramento como miembro fundador de la Chowbar Society, aunque cuando la ceremonia tuvo lugar, ninguno de nosotros (la aludida incluida, a sus nueve anos) pensaba en ella como en una mujer Su nombre era Isobel y, tal como ella decia, habia nacido para las candilejas. Isobel sonaba con convertirse en la sucesora de Sarah Bernhardt, seducir a los publicos desde Broadway a Shafestbury, y colocar en el desempleo a las divas de la naciente industria del cine en Hollywood y Bombay. Coleccionaba recortes y programas de teatro, escribia sus propios dramas («monologos activos», decia ella) y los representaba para todos nosotros con notable exito. Sobresalian sus excelentes composiciones de mujer fatal al borde del abis-mo. Bajo su talante extravagante y melodramatico, Isobel poseia, con la probable excep-cion de Ben, el mejor cerebro del grupo.

Las mejores piernas, sin embargo, pertenecian a Roshan. Nadie corria como Roshan, que habia crecido en las calles de Calcuta al cuidado de ladrones, mendigos y toda una suerte de fauna de aquella jungla de pobreza que eran los nacientes barrios en expansion al sur de la ciudad. A los ocho anos, Thomas Carter lo trajo al St. Patricks y tras varias fugas y retornos, Roshan decidio quedarse con nosotros. Entre sus talentos estaba la cerra-jeria. No habia en la Tierra un cerrojo que se resistiera a sus artes.

Ya he hablado de Siraj, nuestro especialista en casas encantadas. Siraj, amen de su asma, su complexion debil y su salud enfermiza, poseia una memoria enciclopedica, especialmente en lo tocante a historias tenebrosas de la ciudad (y las habia a cientos). En los relatos fantasmales que adornaban nuestras veladas senaladas, Siraj era el documen-talista y Ben, el fabulador. Desde el fantasma cabalgante de Hastings House al espectro del lider revolucionario del motin de 1857, pasando por el horripilante suceso del llamado agujero negro de Calcuta (donde murieron mas de cien hombres asfixiados tras ser apresados en un asedio al antiguo Fort William), no habia cuento ni episodio macabro de la historia de la ciudad que escapase al control, analisis y archivo de Siraj. Huelga decir que para los demas, su pasion era motivo de regocijo y celebracion. Para su desgracia, sin embargo, Siraj sentia una adoracion por Isobel rayana en lo enfermizo. No pasaban seis meses sin que sus propuestas de matrimonio futuro (invariablemente declinadas) fueran causa de tormenta romantica en el grupo y agudizasen el asma del pobre amante ignorado.

Los afectos de Isobel eran competencia exclusiva de Michael, un muchacho alto, delgado y taciturno que se entregaba a largas melancolias sin motivo aparente y que tenia el dudoso privilegio de haber llegado a conocer y recordar a sus padres, muertos en unas inundaciones en el delta del Ganges al volcar una barcaza sobreocupada. Michael hablaba poco y sabia escuchar. Solo existia un modo de llegar a conocer sus pensamientos: observar las decenas de dibujos que hacia durante el dia. Ben solia decir que, si hubiese mas de un Michael en el mundo, el invertiria su fortuna (por ganar todavia) en acciones de companias papeleras.

El mejor amigo de Michael era Seth, un muchacho bengali, fuerte y de semblante severo que sonreia unas seis veces al ano y aun asi con reparos. Seth era un estudioso de cuanto se pusiera en su linea de tiro, devorador incansable de los clasicos de Mr. Carter y aficionado a la Astronomia. Cuando no estaba con nosotros, dedicaba todos sus empenos a la construccion de un extrano telescopio con el que Ben solia decir que no llegaria a verse ni la punta de los pies. Seth nunca aprecio el sentido del humor vagamente caustico de Ben.

Tan solo me queda Ben y, aunque le he dejado para el final, me resulta muy dificil hablar de el. Habia un Ben diferente para cada dia. Su humor cambiaba a la media hora y pasaba de largos silencios con el rostro triste a periodos de hiperactividad que acababan por agotarnos a todos. Un dia queria ser escritor; al siguiente, inventor y matematico; al otro, navegante o buceador; y el resto, todo junto y algunas cosas mas. Ben inventaba teorias matematicas que ni el mismo conseguia recordar y escribia historias de aventuras tan disparatadas que acababa por destruirlas a la semana de terminarlas, avergonzado de haberlas firmado. Ametrallaba constantemente a todos cuantos le rodeabamos con ocu-rrencias extravagantes y con enrevesados juegos de palabras que siempre se negaba a repetir. Ben era como un baul sin fondo, lleno de sorpresas y tambien de misterios, de luces y sombras. Ben era, y supongo que sigue siendolo, aunque haga decadas que no nos vemos, mi mejor amigo.

En cuanto a mi, hay poco que contar. Llamadme simplemente Ian. Solo tuve un sueno, un sueno modesto: estudiar Medicina y llegar a ejercer como Medico. La fortuna fue amable conmigo y me lo concedio. Como escribio una vez Ben en una de sus cartas, «Yo pasaba por alli y vi lo que estaba sucediendo».

Recuerdo que en los ultimos dias de aquel mes de mayo de 1932, los siete miembros de la Chowbar Society ibamos a cumplir los dieciseis anos. Aquella era una edad fatidica, temida y a la vez esperada con ansia por

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