encendido panegirico sobre el arte comercial y el infalible instinto del publico para reconocer una obra maestra.

– Le saltaban las lagrimas al recibirlo -explico vendala.

– Ian es un muchacho formidable, un tanto inseguro, pero formidable. Hara buen uso de ese billete y de la beca -afirmo Carter con orgullo.

– Pregunto por usted. Queria agradecerle su ayuda.

– ?No le habra dicho que puse dinero de mi bolsillo? -pregunto Carter, alarmado.

– Lo hice, pero Ben lo desmintio alegando que se habia usted gastado todo el presupuesto de este ano en deudas de juego -apunto Vendela.

La algarabia de la fiesta seguia chispeando en el patio. Carter fruncio el ceno.

– Ese muchacho es el diablo. Si no se marchase de aqui ya, le echaria.

– Usted adora a ese muchacho, Thomas -rio Vendela, incorporandose-. Y el lo sabe.

La enfermera se dirigio hacia la puerta y se volvio al llegar al umbral. No se rendia facilmente.

– ?Por que no baja?

– Buenas noches, vendala -atajo Carter.

– Es usted un viejo soso.

– No toquemos el tema de la edad o me vere obligado a perder mi condicion de caballero…

Vendala murmuro palabras ininteligibles ante la inutilidad de su insistencia y dejo a solas a Carter. El director del St. Patricks apago de nuevo la luz de su escritorio y, sigilosamente, se acerco a la ventana a vislumbrar el escenario de la fiesta entre las rendijas de la persiana, un jardin de bengalas encendidas y la luz cobriza de los faroles que tenia rostros familiares y sonrientes bajo la luna llena. Carter suspiro. Aunque ninguno de ellos lo sabia, todos tenian un billete de ida a algun lugar, pero solo Ian conocia el destino del suyo.

– Veinte minutos y sera medianoche -anuncio Ben.

Sus ojos brillaban mientras observaba las tracas de fuego dorado que esparcian una lluvia de briznas encendidas en el aire.

– Espero que Siraj tenga buenas historias para hoy -dijo Isobel examinando el fondo del vaso que sostenia al contraluz, como si esperase encontrar algo en el.

– Tendra las mejores -aseguro Roshan-. Hoy es nuestra ultima noche. El fin de la Chowbar Society.

– Me pregunto que sera del Palacio -senalo Seth.

Ninguno de ellos se referia al caseron abandonado bajo otra denominacion que aquella desde hacia anos.

– Adivina -sugirio Ben-. Una comisaria o un banco. ?No es eso lo que construyen siempre que derriban algo en cualquier ciudad del mundo?

Siraj se habia unido a ellos y considero las funestas predicciones de Ben.

– Quiza abran un teatro -apunto el enclenque muchacho mirando a su amor imposible, Isobel.

Ben puso los ojos en blanco y nego en silencio. En lo concerniente a adular a Isobel, Siraj no conocia los limites de la dignidad.

– Tal vez no lo toquen -dijo Ian, que habia estado escuchando callado a sus amigos, disimulando sus ojeadas furtivas al dibujo que Michael estaba plasmando en una pequena cuartilla.

– ?De que va la lamina, Canaleto? -inquirio Ben sin malicia en el tono de voz.

Michael alzo por primera vez los ojos de su dibujo y miro a sus amigos, que le observaban como si acabase de caer del cielo. Sonrio timidamente y exhibio la lamina a su publico.

– Somos nosotros -explico el retratista residente del club de los siete muchachos.

Los seis miembros restantes de la Chowbar Society escrutaron el retrato durante cinco largos segundos envestidos en un silencio religioso. El primero en apartar sus ojos del dibujo fue Ben. Michael reconocio en el rostro de su amigo el impenetrable semblante que lucia cuando le azotaban sus extranos ataques de melancolia.

– ?Esa es mi nariz? -pregunto Siraj-. ?Yo no tengo esa nariz! ?Parece un anzuelo!

– No tienes otra cosa -preciso Ben, esbozando una sonrisa que no engano a Michael, pero si a los demas-. No te quejes; si te hubiese sacado de perfil, solo se veria una linea recta.

– Dejame ver -dijo Isobel, haciendose con el dibujo y estudiandolo detalladamente a la luz de un farol parpadeante-. ?Asi es como nos ves?

Michael asintio.

– Te has dibujado a ti mismo mirando en otra direccion que los demas -observo Ian.

– Michael siempre mira lo que los demas no ven -dijo Roshan.

– ?Y que has visto en nosotros que nadie mas es capaz de observar, Michael? -pregunto Ben.

Ben se unio a Isobel y analizo el retrato. Los trazos del lapiz graso de Michael los habian situado juntos frente a un estanque donde se reflejaban sus rostros. En el cielo habia una gran luna llena y, en la lejania, un bosque que se perdia en la distancia. Ben examino los rostros reflejados y difusos sobre la superficie del estanque y los comparo con los de las figuras que posaban frente a la pequena laguna. Ni uno solo tenia la misma expresion que su reflejo. La voz de Isobel junto a el le rescato de sus pensamientos.

– ?Puedo quedarmelo, Michael? -pregunto Isobel.

– ?Por que tu? -protesto Seth.

Ben apoyo su mano sobre el hombro del fornido muchacho bengali y le dirigio una mirada breve e intensa.

– Deja que se lo quede -murmuro.

Seth asintio y Ben le palmeo carinosamente la espalda mientras observaba por el rabillo del ojo a una anciana dama elegantemente ataviada y acompanada por una joven de una edad similar a la suya y a la de sus amigos que cruzaba el umbral del patio del St. Patricks en direccion al edificio principal.

– ?Pasa algo? -pregunto Ian en voz baja junto a el.

Ben nego lentamente.

– Tenemos visita -apunto sin apartar los ojos de aquella mujer y de la muchacha-. O algo parecido.

Cuando Bankim llamo a su puerta, Thomas Carter ya se habia percatado de la llega-da de aquella mujer y su acompanante a traves de la ventana desde la cual contemplaba la fiesta del patio. Encendio la luz del escritorio y ordeno a su ayudante que entrase.

Bankim era un joven de rasgos acusadamente bengalies y ojos vivos y penetrantes. Tras crecer en el St. Patricks habia vuelto como maestro de Fisica y Matematicas al orfanato despues de varios anos de trabajo en diversas escuelas de la provincia. La afor-tunada resolucion de la historia de Bankim era una de las excepciones con las que Carter alimentaba su moral ano a ano. Verle alli como adulto formando a otros jovenes sentados en las aulas que el habia compartido anos atras era la mejor recompensa que podia imaginar a su esfuerzo.

– Siento molestarle, Thomas -dijo Bankim-. Pero hay una dama abajo que afirma necesitar hablar con usted. Le he dicho que no estaba y que hoy celebrabamos una fiesta, pero no ha querido escucharme y ha insistido energicamente por no decir otra cosa.

Carter miro a su ayudante con extraneza y consulto su reloj.

– Es casi medianoche -dijo-. ?Quien es esa mujer?

Bankim se encogio de hombros

– No se quien es, pero se que no se marchara hasta que la reciba -contesto Bankim.

– ?No ha dicho que queria?

– Solo me ha dicho que le entregue esto -respondio Bankim tendiendo una peque-na cadena brillante a Carter-. Dijo que usted sabria lo que era.

Carter tomo la cadena en sus manos y la examino bajo la lampara de su escritorio. Era una medalla, un circulo que representaba una luna de oro. La imagen tardo unos se-gundos en encender su memoria.

Carter cerro los parpados y sintio como un nudo se formaba lentamente en la boca de su estomago. Poseia una medalla muy similar a aquella, oculta en el cofre que guardaba bajo llave en la vitrina de su despacho. Una medalla que no habia visto en dieciseis anos.

– ?Algun problema Thomas? -pregunto Bankim, visiblemente preocupado por el cambio de expresion que

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