igual que el suyo, Mr. Carter, es poco tolerante con las debilidades humanas.

– ?Y cree usted que el nino pueda estar aqui, senor Jawahal? -pregunto Carter, buscando reconducir el hilo de vuelta a la madeja.

– Jawahal -corrigio el visitante-. Vera. Lo cierto es que, una vez tuve conocimiento de los hechos, me senti en cierto modo responsable. Despues de todo, la muchacha trabajaba bajo mi techo. Yo y un par de capataces de confianza recorrimos la ciudad y averiguamos que la joven habia vendido al nino a un despreciable criminal que comercia con criaturas para mendigar. Una realidad tan lamentable como habitual hoy dia. Dimos con el pero, por circunstancias que ahora no hacen al caso, escapo en el ultimo momento. Esto sucedio anoche, en las inmediaciones de este orfelinato. Tengo motivos para pensar que, por miedo a lo que pudiera sucederle, este individuo quiza abandono al nino en la vecindad.

– Comprendo -dictamino Carter-. ?Y ha puesto este asunto en conocimiento de las autoridades locales, senor Jawahal? El trafico de ninos esta duramente castigado, como sabra.

El desconocido cruzo las manos y suspiro levemente.

– Confiaba en poder solucionar el tema sin necesidad de recurrir a ese extremo -di-jo-. Francamente, si lo hiciese, implicaria a la joven y el nino quedaria sin padre, ni madre.

Carter calibro cuidadosamente la historia del desconocido y asintio lenta y repetidamente en senal de comprension. No creia ni una sola coma de toda la narracion.

– Siento no poder serle de ayuda, senor Jawahal. Por desgracia, no hemos encon-trado a ningun nino ni hemos tenido noticia de que ello haya ocurrido en la zona -expli-co Carter-. De todos modos, si me proporciona sus datos, me pondria en contacto con usted en caso de que se produjese cualquier noticia, aunque me temo que me veria obli-gado a informar a las autoridades en el caso de que un nino fuese abandonado en este hospital. Es la ley y yo no puedo ignorarla.

El hombre contemplo a Carter en silencio durante unos segundos, sin parpadear. Carter le sostuvo la mirada sin alterar su sonrisa un apice, aunque sentia como se le encogia el estomago y su pulso se aceleraba igual que lo hubiese hecho de hallarse frente a una serpiente dispuesta a saltar sobre el. Finalmente, el desconocido sonrio cordialmente y senalo la silueta del Raj Bhawan, el edificio del gobierno britanico, de aspecto palaciego, que se alzaba en la distancia bajo la lluvia.

– Ustedes, los britanicos, son admirablemente observadores de la ley y eso les honra. ?No fue Lord Wellesley quien decidio cambiar la sede del gobierno en 1799 a ese magni-fico enclave para darle nueva envergadura a su ley? ?O fue en 1800? -inquirio Jawahal.

– Me temo que no soy un buen conocedor de la historia local -apunto Carter, desconcertado por el extravagante giro que Jawahal habia conferido a la conversacion.

El visitante fruncio el ceno en senal de amable y pacifica desaprobacion de su declarada ignorancia.

– Calcuta, con apenas doscientos cincuenta anos de vida, es una ciudad tan desprovista de historia que lo menos que podemos hacer por ella es conocerla, Mr. Carter. Volviendo al tema, yo diria que fue en 1799. ?Sabe la razon del traslado? El gobernador Wellesley dijo que la India debia ser gobernada desde un palacio y no desde un edificio de contables; con las ideas de un principe y no las de un comerciante de especias. Toda una vision, diria yo.

– Sin duda -corroboro Carter, incorporandose con la intencion de despedir al extra-no visitante.

– Mas, si cabe, en un imperio donde la decadencia es un arte y Calcuta su mayor museo -anadio Jawahal.

Carter asintio vagamente sin saber muy bien a que.

– Siento haberle hecho perder su tiempo, Mr. Carter -concluyo Jawahal.

– Al contrario -repuso Carter-. Tan solo lamento no poder serle de mayor ayuda. En casos asi todos tenemos que hacer cuanto este en nuestra mano.

– Asi es -corroboro Jawahal, incorporandose a su vez-. Le agradezco su amabili-dad de nuevo. Tan solo quisiera formularle una pregunta mas.

– La contestare con sumo gusto -replico Carter, rogando internamente la llegada del momento en que poder librarse de la presencia de aquel individuo.

Jawahal sonrio maliciosamente, como si hubiese leido sus pensamientos.

– ?Hasta que edad permanecen los muchachos que recogen con ustedes, Mr. Carter?

Carter no pudo ocultar su gesto de extraneza ante la cuestion.

– Confio en no haber cometido ninguna indiscrecion -se apresuro a matizar Jawa-hal-. Si asi fuere, ignore mi cuestion. Es simple curiosidad.

– En absoluto. No es ningun secreto. Los internos del St. Patricks permanecen bajo nuestro techo hasta el dia que cumplen los dieciseis anos. Pasado ese plazo, concluye el periodo de tutela legal. Ya son adultos, o asi lo cree la ley, y estan en disposicion de emprender su propia vida. Como vera, esta es una institucion privilegiada.

Jawahal le escucho atentamente y parecio meditar sobre el tema.

– Imagino que debe de ser doloroso para usted verlos partir tras tenerlos todos esos anos a su cuidado - observo Jawahal-. De algun modo, usted es el padre de todos esos chicos.

– Forma parte de mi trabajo -mintio Carter.

– Por supuesto. Sin embargo, perdone mi atrevimiento, pero, ?como saben ustedes cual es la verdadera edad de un chico que carece de padres y familia? Un tecnicismo, supongo…

– La edad de cada uno de nuestros internos se fija en la fecha de su ingreso o por un calculo aproximado que la institucion aplica -explico Carter, incomodo ante la perspectiva de discutir procedimientos del St. Patricks con aquel desconocido.

– Eso le convierte en un pequeno Dios, Mr. Carter -comento Jawahal.

– Es una apreciacion que no comparto -respondio secamente Carter.

Jawahal saboreo el desagrado que habia aflorado al rostro de Carter.

– Disculpe mi osadia, Mr. Carter -repuso Jawahal-. En cualquier caso, me alegra haberle conocido. Es posible que le visite en el futuro y pueda hacer una contribucion a su noble institucion. Tal vez vuelva dentro de dieciseis anos y pueda asi conocer a los muchachos que hoy mismo van a entrar a formar parte de su gran familia.

– Sera un placer recibirle entonces si asi lo desea -dijo Carter, acompanando al desconocido hasta la puerta de su despacho-. Parece que la lluvia arrecia con fuerza otra vez. Tal vez prefiera usted esperar a que amaine.

El hombre se volvio a Carter y las perlas negras de sus ojos brillaron intensamente. Aquella mirada parecia haber estado calibrando cada uno de sus gestos y expresiones desde el momento en que habia penetrado en su despacho, husmeando en las fisuras y analizando pacientemente sus palabras. Carter lamento haber hecho aquel ofrecimiento de extender la hospitalidad del St. Patricks.

En aquel preciso instante, Carter deseaba pocas cosas en el mundo con la misma intensidad con que ansiaba perder de vista a aquel individuo. Poco le importaba si un huracan estaba arrasando las calles de la ciudad.

– La lluvia cesara pronto, Mr. Carter -respondio Jawahal-. Gracias de todos modos.

Vendela, precisa como un reloj, estaba esperando en el pasillo el fin de la entrevista y escolto al visitante hasta la salida. Desde la ventana de su despacho, Carter contemplo aquella silueta negra alejandose bajo la lluvia hasta verla desaparecer al pie de la colina entre las callejuelas. Permanecio alli, frente a su ventana, con la mirada fija en el Raj Bha-wan, la sede del gobierno. Minutos despues, la lluvia, tal como Jawahal habia predicho, ceso.

Thomas Carter se sirvio otra taza de te y se sento en su butaca a contemplar la ciudad. Se habia criado en un lugar similar al que ahora dirigia, en las calles de Liverpool. Entre los muros de aquella institucion habia aprendido tres cosas que iban a presidir el resto de su vida: a apreciar el valor de lo material en su justa medida, a amar a los clasicos y, en ultimo lugar pero no de menor importancia, a reconocer a un mentiroso a una milla de distancia.

Saboreo el te sin prisa y decidio empezar a celebrar su cincuenta aniversario, a la vista de que Calcuta todavia tenia sorpresas reservadas para el. Se acerco hasta su armario de vitrinas y extrajo la caja de cigarros que reservaba para las ocasiones memorables. Prendio un largo fosforo y encendio el valioso ejemplar con toda la parsimonia que requeria el ceremonial.

Luego, aprovechando la llama providencia de aquella cerilla, extrajo la carta de Aryami Bose del cajon de su escritorio y le prendio fuego. Mientras el pergamino se reducia a cenizas en una pequena bandeja grabada con las iniciales del St. Patricks, Carter se deleito con el tabaco y, en honor a uno de sus idolos de juventud, Benjamin

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