– Ah -intervino Esmond Handl-, lamento recordarle que dentro de unos dias habra una cesion de poderes a Francia por parte de Inglaterra a cambio de total libertad de accion en Egipto. Su gobierno tendra que pagar, y el suyo, Meffre, sera el encargado de llevar a buen termino las negociaciones.

– No opino lo mismo -dijo Meffre entonces-. El secuestro se ha efectuado ahora y no dentro de unos dias, y es por tanto asunto que incumbe a las autoridades britanicas. En Marruecos hace falta mano dura y Francia la empleara. Dentro de unos dias, como usted dice, las cosas habran mejorado notablemente y se habra puesto un punto final a los desmanes.

– ?Donde han sido secuestrados… Perdicarius dijo usted que se llamaban? -inquirio Littlefield. -

– En Tanger y a la luz del dia -respondio Tourneur-. Es una verguenza. Y llevarse a un nino es abominable.

– Por favor -dijo Florence Bonington-, voy enterandome de lo sucedido, pero ?seria alguno de ustedes tan amable de decirme quien es Raisuli? Lamento ser tan ignorante.

– Tampoco yo lo se, querida -dijo Marjorie Tourneur poniendole una mano sobre el brazo carinosamente.

Victor Arledge vio que Bayham se disponia a satisfacer el interes de la senorita Bonington y se le anticipo:

– Ahmed Ben Mohammed Raisuli es un jefe local bereber: un caudillo. El pueblo esta molesto porque el sultan Abdul Aziz intenta introducir normas europeas en el pais. Las tribus bereberes, ante esto, se han rebelado aprovechandose del descontento de la poblacion, que les da ayuda y esconde cuando lo necesitan. Tienen sus campamentos junto a la frontera con Argelia. Raisuli secuestro a Walter Harris y pide por el una suma de dinero elevadisima. Supongo que ahora hara lo mismo con Perdicarius.

– Se olvida usted de algo, senor Arledge -dijo Meffre-. Con ese dinero piensan comprar armas.

– ?Armas? ?Acaso piensan en una verdadera revolucion? -pregunto Amanda Cook.

– En una insurreccion -dijo Littlefield. -

– Pero eso danaria nuestros intereses, ?no es cierto?

– En efecto. El momento es critico. -Una buena medida seria la de evacuar a la poblacion civil europea - apunto Handl.

– ?Cree usted que el peligro es tan grande? -pregunto Florence-. ?Tan inminente?

– Nunca se sabe, senorita Bonington. Si la vida de esos dos hombres y ese nino solo puede salvarse pagando la suma que piden, es mas que posible que los bereberes intenten tornar Melilla con las armas que consigan con ese dinero y eso ya seria un problema de grave solucion.

– Que no paguen entonces -dijo Meffre

– Esa es una cuestion muy delicada -intervino Bayham-. Las vidas de tres personas inocentes estan en juego. No deberia usted hablar tan a la ligera.

– Quisiera saber… -empezo Clara Handl.

– No hablo a la ligera, senor Bayham, tengalo en cuenta. No suelo hacerlo.

– Es una gran verdad -apunto Arledge.

– Quisiera saber si no correremos ningun peligro.

– Su ironia, senor Arledge, esta fuera de lugar.

– No habia ironia en mi observacion, senor Meffre. Usted nunca habla a la ligera, aunque, tal vez para contradecirme, acabe de hacerlo.

– Arledge, le advierto que no pienso consentir sus impertinencias un minuto mas.

– Senor mio, el unico que esta resultando impertinente es usted. Yo me he limitado a corroborar una afirmacion suya. ?Que mas desea?

– Yo hablaba con el senor Bayham, no con usted. Intervenir en una conversacion privada es una impertinencia.

– ?Una conversacion privada con una docena de personas a su alrededor? Voy a empezar a pensar que el senor Bayham tenia razon. No debe usted hablar con ligereza, senor Meffre, pero, sobre todo, creo que debe aprender a hacerlo con propiedad.

– ?Me insulta usted!

– No es mi intencion. Le aseguro que si lo fuera ya se habria sonrojado.

– Caballeros, por favor, tengan moderacion -dijo Littlefield-. Hablabamos de algo serio.

– Cierto: de tres vidas -comento Arledge, que gustaba de decir siempre la ultima palabra de una discusion.

Miro hacia Hugh Everett Bayham, que le sonrio con complicidad y agradecimiento. Mientras el doctor Bonington lanzaba denuestos contra Raisuli con el fin de acabar con la tension que se habia extendido por toda la habitacion, Littlefield, Tourneur y Handl atacaban la excesiva cautela del sultan, sin cuyo consentimiento las tropas britanicas no podian dar un escarmiento a los rebeldes. Arledge penso que gracias a la ridicula aunque bien fundada susceptibilidad de Leonide Meffre, Bayham y el habian establecido un contacto que sin duda los haria intimos amigos: el que provocan las alianzas tacitas y las impunidades compartidas. Sus esperanzas de averiguar algun dia lo sucedido en Escocia, que se habian desvanecido (penso asimismo en aquel momento: en realidad sin fuerte oposicion) cuando abandonaron Alejandria, volvieron a aparecer con intensidad cuando se alejaban de Tunez.

El Tallahassee surcaba las aguas y desde la orilla se divisaban sus resplandecientes luces.

En aquel velero nada era previsible, y asi, por muy irrevocable que pareciera una decision o por muy condenable que resultara una conducta, las cosas, merced a una simple insinuacion de otras sendas mas halaguenas, se encontraban con la capacidad (siempre inadvertida y nunca tenida en cuenta por sus beneficiarios en los momentos dificiles, pese a sus abundantes demostraciones) de presentarse ante los ojos de los pasajeros, tras haberlos desalentado poco antes, tan prometedoras como el dia en que el Tallahassee habia zarpado de Marsella. Cuando esta capacidad hizo una nueva demostracion de fuerza y de poderio sirviendose de la primera plana de un periodico, la alegria y los endebles impetus volvieron a apoderarse del animo de los viajeros, muy en especial del novelista Victor Arledge. ?Fue tal vez aquella potente energia que flotaba sobre el Tallahassee -incapaz, sin embargo, de llevar una vida duradera: minada por los altibajos-, o fue quiza el deseo de poner fin a la tension que los continuos cambios de proposito y el no saber a que atenerse provocaban en el lo que hizo que Victor Arledge tomara la inusitada decision de dejar de lado temores, cortesia, prevenciones y cautelas para poner en juego su reputacion en el empeno -su importancia inicial ya rebasada y ya entonces desmedida- de averiguar por que Hugh Everett Bayham habia sido secuestrado y llevado a Escocia y cual era la identidad de la joven que le habia otorgado sus encantos? Nunca logro saberse; y mucho importaria saberlo cuando tal decision trajo como consecuencia la desaparicion del gran escritor; su reclusion, su abandono, su renuncia y finalmente su muerte en circunstancias quiza no del todo desdichadas pero que probablemente ningun creador, es decir, ninguna persona que aspire a la inmortalidad, habria deseado.»

LIBRO CUARTO

Mientras observaba los dibujos de la alfombra, aguardando a que el senor Branshaw continuara tras tan larga pausa, oi el ruido que hacia el libro al cerrarse, y al levantar la cabeza algo sobresaltado por el golpe, que no esperaba, vi que la senorita Bunnage, con gran diligencia y como si corroborara con su actitud que el fin de la lectura habia llegado, ponia el capuchon a su pluma y guardaba con cuidado y aplicacion las hojas sobre las que, casi ininterrumpidamente desde que el senor Branshaw habia empezado a leer, ella habia garabateado sus impresiones sobre La travesia del horizonte, o cosa parecida, puesto que a pesar de que en mas de una ocasion el roce de la pluma con el papel me habia distraido e inducido a tratar de descifrar a distancia los apuntes de la senorita Bunnage, su menuda y abigarrada letra, al menos desde la posicion en que yo me encontraba, era ilegible, y por tanto, aunque lo imaginaba, desconocia el contenido de su constante tarea. He de admitir, aunque mi gesto pueda resultar pueril e indicar que mis dotes de observacion son nulas, que durante unos segundos no supe a que atenerme: lo que hasta entonces habia leido el senor Holden Branshaw, aunque

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