hubiera planteado. Opto, pues, por dejar caer al suelo su tabaquera de metal mientras sacaba un cigarrillo. Al oir el ruido la joven se volvio sin sobresalto y Arledge aprovecho el momento para excusarse por su torpeza que tal vez la habria despertado y presentarse. Ella, de ojos azules y rostro dulce, elegante pero sencillamente trajeada, dijo que no tenia importancia, que no dormia y que estaba muy contenta de conocerlo; habia leido cuatro de sus novelas y le parecian excelentes, aunque nunca habia tenido la oportunidad de ver sus famosas adaptaciones teatrales ya que vivia en el campo y el teatro es un privilegio de las grandes ciudades. Su diccion era perfecta, quiza levemente amanerada -lo cual, lejos de deslucirla, la hacia encantadora-, y su voz sosegada, melodica en extremo. Aunque cordial, era discreta, y tanto ello como su falta de reservas hicieron que Arledge olvidara pronto sus primeras intenciones: entablaron una animada -dentro de lo que es aconsejable entre dos personas timidas y bien educadas- charla sobre la mediocridad del drama de la epoca y sobre el vacio que habia dejado con su muerte el autor de
– No se conocen, ?verdad? El senor Victor Arledge, el senor Hugh Everett Bayham.
Los dos hombres se estrecharon las manos y Florence se puso en pie, expreso su ferviente deseo de proseguir la conversacion en algun otro momento, se despidio y se fue del brazo de Bayham.
Victor Arledge espero unos minutos para no correr el riesgo de alcanzarlos y despues encamino sus pasos hacia el comedor.
Durante los dias siguientes Arledge estuvo muy contento y recobro su natural buen humor.
La muerte de Collins, por un lado, y su primer contacto con Bayham y su joven amiga, por otro, lograron que su apatia se desvaneciera y que sus horas no fueran perdidas en vano. Desde aquella fecha, aunque se encontrara desocupado en apariencia, sus sentidos estaban siempre alerta y a la expectativa, avisados de la posibilidad de un nuevo intercambio de impresiones, ya con alguno de los pasajeros restantes, que tal vez podria darle datos acerca de Florence y su padre, ya con ellos mismos o con Bayham. Puede decirse sin reservas que la joven se habia convertido, quiza por otros motivos, en objeto de los pensamientos de Arledge tanto como Bayham lo habia sido hasta entonces por motivos de curiosidad; y ello, lejos de preocuparle, le hacia revivir aun mas. Aunque no sabia por que Florence Bonington llamaba tanto su atencion sin haber hecho nada, en definitiva, para merecerlo, lo cierto es que los movimientos de Arledge estaban pendientes de los de ella, a la espera de una conversacion, un saludo, una sonrisa, una mirada furtiva. Pero pronto supo averiguarlo. Florence Bonington era muy joven -no mas de diecinueve anos- y, aunque desde luego no era una adolescente quinceanera, su belleza perfecta y un tanto fria y sus rasgos generales coincidian con los de la hermana de la aventajada estudiante de piano que habia seducido a Hugh Everett Bayham. Era aquel parecido fisico lo que hacia que Arledge tratara por todos los medios de complacerla y ganarse sus simpatias. No negare que la primera explicacion que dio Arledge a su repentino interes por la joven tuviera algunos visos de veracidad, pero si anadire que tal explicacion tenia tambien como fundamento la carta de Esmond Handl y no los evidentes encantos de la senorita Bonington. Si Arledge, un hombre que tenia con las mujeres el exito necesario para no verse forzado a dar grandes pasos para conquistarlas, se tomo tantas molestias para entablar amistad con Florence Bonington fue porque, por un lado, a traves de Bayham -su objetivo principal- habia sabido del muy especial extasis que aquella joven, de ser la que el sospechaba, era capaz de proporcionar, y porque, por otro, especulaba con la posibilidad de que fuera ella la que, una vez rendida, le contara los verdaderos pormenores de la aventura de Bayham en Escocia, seguramente, ademas, con mayor conocimiento de causa. Y esperaba con ansiedad el momento de ver al padre de la joven, que aun no habia hecho acto de presencia sobre la cubierta del
Kerrigan y Seebohm tardaron tres dias en solventar los papeleos derivados de la muerte del contramaestre y obtener el permiso de McLiam para proseguir el viaje, y este corto periodo de tiempo, pese a verse amenazado por la suspension de la travesia y por las difusas sombras de feroces bandidos, sirvio para que los pasajeros calmaran sus animos y aplacaran sus inquietudes y para que Esmond Handl superara su malestar y volviera a ser el mismo de siempre. Alejandria, ademas, se revelo como una de las ciudades mas hermosas y deslumbrantes del mundo para los expedicionarios, que tuvieron tiempo suficiente para recorrer sus calles con tranquilidad. Todo mejoro, pues, y mientras el
Uno de estos tres dias, concretamente la antevispera de aquel en que el velero habria de abandonar Alejandria, Arledge, tras haber dado un largo paseo por los barrios mas pintorescos de la metropoli en compania de los Handl, que se habian separado de el durante unos minutos para hacer compras, se sento en un cafe de nombre italiano con el proposito de sacudir el polvo que casi privaba de color a su traje y tomar un refresco, cuando vio, a cierta distancia, que Bayham, Florence Bonington y un caballero cuyos rasgos no acertaba a adivinar trataban de hacerse entender o discutian -era dificil asegurarlo- con un vendedor ambulante. Pidio una limonada a un camarero que se habia acercado para atenderle, le dijo que volveria inmediatamente y, haciendo lo que se podria llamar -no del todo impropiamente: sus intereses estaban en juego- acopio de valor, fue hacia ellos. Bayham hacia gestos con las manos al vendedor; Arledge presumio que regateaba sin mucho exito.
– Buenos dias -dijo dirigiendose a Florence Bonington-. Me da la impresion de que tienen dificultades con este experto comerciante. Si puedo servirles de interprete…
– Oh, buenos dias, senor Arledge -contesto la joven volviendose hacia el; el senor Bonington, un hombre bajo, rechoncho, mal vestido y vulgar, tambien lo hizo, y ella anadio-: Creo que no conoce usted a mi padre. El senor Arledge, mi padre, el doctor Bonington.
– Encantado -dijo el novelista sin poder disimular cierta expresion de desencanto.
El doctor Bonington hizo una leve inclinacion de cabeza.
– Al parecer, este vendedor trata de enganarnos, senor Arledge, y Hugh, como podra observar, no logra entenderse muy bien con el: -dijo Florence, y dio un golpecito en el hombro de Bayham, que seguia proponiendo numeros con los dedos y aun no se habia percatado de la intervencion de Arledge. Hugh Bayham se volvio y, despues de saludar con cortesia, explico su problema.
– Este hombre quiere tres libras por ese jarron que tiene entre las manos. Me parece excesivo e intento hacerselo comprender.
– ?Que precio le parece justo?
– Una libra y media, por ejemplo.
– Me temo que nunca hubiera podido hacer que entendiera esa cifra valiendose unicamente de los dedos, senor Bayham.
– No me importa pagar tres libras por algo que me gusta, aunque no lo valga -dijo Florence Bonington-, pero me molesta que se obstine en estafarnos.
– No se preocupe, senorita Bonington -dijo Arledge-. Creo que podre arreglarlo.
Se encaro con el vendedor y en su aceptable arabe le explico la situacion. Una libra y media le parecio poco, pero acabo por acceder y Arledge le pago. Miro a Florence con el jarron entre las manos y dijo:
– Senorita Bonington, este vaso es un obsequio.
– Gracias, senor Arledge, pero no era necesario que…
– Por favor, ni una palabra mas. Y ahora, sin excusa posible, seran tan amables de dejar que les invite a un refresco en aquel cafe. Tengo una mesa y tambien una limonada que hace un rato estaba verdaderamente fria. Por favor.
El doctor Bonington parecio dudar; pero Bayham se le anticipo.
– No tenemos intencion de negarnos, senor Arledge. Con sumo gusto le acompanaremos.
– Alejandria es una ciudad muy hermosa -dijo Florence cuando ya se hubieron sentado-. Creo que podria quedarme a vivir aqui.
– Seria un tanto incomodo -dijo Arledge-. Hay demasiada mezcla de razas y eso es siempre poco tranquilizador. Los distintos temperamentos chocan y los disturbios se suceden sin interrupcion.