hubiera ocupado toda la manana en ello, no era demasiado extenso -yo calculaba menos de ochenta paginas, insuficientes para constituir por si solas toda una novela: por corta que fuera, a juzgar por el grosor del original,
Salimos a la calle y echamos a andar; ella, vivaracha y con paso ligero, parecia tal vez un poner de Manchuria que trotaba; yo, aun no del todo satisfecho por las derivaciones que mi fiesta estaba teniendo, me limitaba a ofrecerle el brazo.
Cuando llegamos a su casa (un edificio bajo de fachada blanca, puertas y contraventanas verdes, aspecto agradable y anticuada sencillez) y yo ya me disponia a despedirme, ella me invito a almorzar; y ante mi negativa inicial insistio tanto que tuve que aceptar, muy a reganadientes. Al parecer, vivia sola con una criada entrada en anos que salio a recibirnos refunfunando, y su fortuna, a todas luces heredada, debia de ser considerable a juzgar por los cuadros que adornaban las paredes y por la calidad de los muebles. La senorita Bunnage me introdujo en un espacioso comedor y me pregunto si deseaba algun aperitivo. Salio de la habitacion en su busca -aunque volvia a tener mucha hambre y en absoluto queria avivarla preferi evitar el riesgo de tener que soportar un nuevo despliegue de ruegos e insistencias- y luego, mientras yo bebia una copa de sack a pequenos sorbos, ella y la criada pusieron mesa para dos.
El primer plato dejo mucho que desear, y los prolongados silencios que se sucedieron entre las multiples, distanciadas y aburridas indagaciones que la senorita Bunnage pretendia hacer sobre mi persona fueron intolerables; pero ya en el segundo plato, advertido de que la situacion no podria cambiar a menos que yo lo quisiera, y reacio a permitir la aparicion de violencias excesivas y superfluas, toque el para mi carente de interes tema de
– Piensa que la historia es disparatada, ?verdad? Bueno, en cierto modo lo es. Pero he de advertirle que de momento no puedo decirle mucho acerca de este asunto; y lo siento de veras, porque creo que usted y yo ya somos como companeros de armas o de viaje, y por tanto me parece justo que sepa la verdad. Pero no hoy; manana tal vez, cuando el senor Branshaw haya dado por finalizada su lectura. Vera, si ahora contestara a su pregunta tendria la impresion de estarme comportando como uno de esos escritores que dejan leer sus novelas antes de que esten terminadas, y eso no me gustaria: demostraria que soy muy impaciente y que no se callar en los momentos adecuados. Hay que saber prolongar la incertidumbre. Le ruego que me disculpe y le prometo que manana le dare una respuesta convincente y satisfactoria, que seguramente le sorprendera.
He de recalcar que si habia hecho aquella pregunta no habia sido en aras de recibir una contestacion que sanase mi curiosidad, pues tal no existia, y por ello no dejo de intrigarme la incomprensible parrafada de la senorita Bunnage, que por un lado no me aclaraba si los hechos de La
– No faltaba mas.
El resto de la comida discurrio sin variaciones palpables y la charla fue trivial, pero cuando, ya tarde, abandone la casa de la senorita Bunnage, la opinion que en un principio me habia formado de ella habia cambiado notablemente. Ahora, no puedo evitarlo, la recuerdo con mas que carino, y aunque solo la vi dos veces en mi vida, su fragil figura, que ella trataba de investir con atributos ingenuamente misteriosos sin lograr con ello disimular su buen caracter, tiene un muy especial significado para mi que no acierto a concretar. No habiamos vuelto a mencionar la novela del amigo del senor Branshaw, pero, superada la tensa situacion de las primicias del almuerzo, habiamos encontrado multiples temas, banales pero entretenidos, de que hablar, y el tiempo habia pasado rapidamente mientras tomabamos te o mirabamos el atardecer. Durante aquellas tres o cuatro horas que pase en Finsbury Road descubri que aquella damita indefinida y seguramente otonal era mucho mas inteligente de lo que habia supuesto en un principio, y fue tal vez esta nueva apreciacion lo que hizo que mi interes por
El senor Branshaw me recibio con su cortesia caracteristica que nada tenia de cordial y me rogo que le acompanara en la bebida mientras aguardabamos la llegada de la senorita Bunnage, que ya se retrasaba. Durante la espera el senor Branshaw y yo nos limitamos a beber vino italiano y a cruzar frases anodinas. Su falta de vitalidad me hacia preguntarme que habria tenido de especial su amigo para que a su muerte Branshaw se hubiera erigido en proclamador de las excelencias de su unica obra y hubiera asumido un papel para el que, en teoria, se requeria un entusiasmo del que el carecia en absoluto: a medio camino entre el albacea y el biografo, el senor Branshaw no reunia los requisitos necesarios para adoptar ninguna de las dos posturas, y por otro lado, si bien no rebosaba de felicidad por el hecho de tener que leer a dos extranos lo que el consideraba la mas importante novela de los ultimos tiempos, tampoco, sin lugar a dudas, se lamentaba por tener que hacerlo. Si aquella frialdad era realidad, apariencia o adquisicion yo no lo sabia, y en otras circunstancias habria dicho que poco me interesaba, pero aquel dia, tal vez como continuacion del homenaje que con mi curiosidad acerca de