pobres majaderos murieron para el mundo como verdaderos heroes. Luchando contra los elementos, en pugna por vencer una horrible tormenta en el Oceano Pacifico, sus cuerpos fueron arrojados al mar por el oleaje. Kerrigan y Beatrice estuvieron casados cuatro anos y al cabo de este tiempo ella murio tragicamente en una catastrofe ferroviaria cerca de San Francisco, cuando iba a reunirse con el tras una corta separacion. Desde entonces Kerrigan no ha vuelto a ser el de antes. Nunca la ha olvidado y de vez en cuando la nostalgia es tan grande que no puede soportarla. El unico remedio que tiene contra estas crisis es abandonarlo todo e irse a pasar una temporada en su isla. Nadie mas que el y Beatrice ha puesto los pies alli, si exceptuamos al doctor Horace Merivale ya Reginald Holland, que alli yacen enterrados para siempre. En este lugar sus recuerdos se avivan y, lejos de entristecerle aun mas, actuan como un sedante para el.
De toda esta historia yo solo suponia algunas cosas hasta que hace unos dias el capitan Kerrigan me revelo los pormenores. Su borrachera se debio a que, sorprendido por una de sus crisis durante la travesia, no pudo soportar la idea de tener que permanecer a bordo del Tallahassee sin poder trasladarse a su isla. Si puso en peligro las vidas de la senorita Cook, el capitan Seebohm y la senorita Bonington fue porque estaba desesperado y no sabia lo que hacia, pero en ningun momento se propuso hacerles dano. Por eso me pidio que lo excusara ante todos ustedes y que le relatara esta historia. Si, decididamente me alegro de que la senorita Bonington no la haya escuchado; tal vez sea demasiado cruda para los oidos de una mujer tan fragil como ella parece ser. Pero de momento ya todo ha pasado y el capitan Kerrigan ha vuelto a comportarse como un caballero. Crea que lo es y espero que mi narracion haya servido para hacerle cambiar de opinion con respecto a el. Le he contado algunos de los desmanes y abusos que cometio pero pienso que tal vez haya sido lo suficientemente habil como para dejar deslizar tambien algunos detalles que demuestran que dejo de ser un hombre sin escrupulos para convertirse en un ser zarandeado por las circunstancias y atormentado por el pasado. ?Sabe? Kerrigan no ha vuelto a matar a nadie desde que acabo con Reginald Holland. Aunque ahora, si lo pienso bien, me doy cuenta de que apenas si le he hablado del proceso que experimento desde que se enamoro de Beatrice Merivale hasta hoy dia. Su cambio fue gradual -tiene la prueba en su falta de dureza para con gente como Lutz, Kolldehoff, Merivale y Holland-, pero cuando se enamoro de Beatrice dejo de serlo. No le he hablado de esto apenas porque, se lo repito una vez mas, nunca he sabido decir cosas inteligentes acerca del amor; aunque tal vez deberia aprender a hacerlo. Algunos de mis colegas son genios para esto y escriben paginas inolvidables, pero yo me sonrojo solo de pensar en ello. Tampoco he sido nunca capaz de hacerlo con las mujeres que he amado; yo… – Victor Arledge se interrumpio. Con gesto malhumorado miro su reloj y comprobo que ya era tarde. Se levanto de su butaca, se observo con detenimiento en el espejo del armario de su camarote: se atuso el pelo y se estiro la corbata. Y entonces cogio su bastoncillo y se encamino hacia el comedor con la esperanza de que todavia le dieran de cenar.
Todo empeoro aun mas cuando se supo que el capitan Joseph Dunhill Kerrigan habia matado al contramaestre Eugene Collins. Fordington-Lewthwaite, un hombre que tenia el ambicioso proyecto de escalar los peldanos que fueran necesarios para llegar a ser capitan propietario, no habia quedado muy satisfecho, desde su posicion de mero oficial, con la explicacion que se habia dado de la muerte de Collins y que mas o menos todo el mundo habia aceptado como cierta -incluido el coronel McLiam del Cuerpo de Policia Britanica en Alejandria-, y una vez que tuvo en su poder el gobierno del barco, creyo que averiguar lo que realmente habia sucedido le valdria una recompensa. Guiandose unicamente por su intuicion, decidio que un hombre tan violento como Kerrigan -quien, de no haber lanzado por la borda a Amanda Cook, se habria quedado en simple borracho- tenia por fuerza que haber intervenido en la desaparicion del contramaestre. Sobre todo cuando este, pendenciero y provocador, se llevaba muy mal con el segundo oficial del Tallahassee. Fordington- Lewthwaite se amparo en el hecho de que el capitan Kerrigan estaba ya absolutamente desprestigiado entre los pasajeros del velero -y que por tanto estos, a cuya mas servil disposicion estaba Fordington-Lewthwaite, no pondrian objeciones a que se le declarara culpable de la muerte de Collins- y una semana despues de que Leonide Meffre fuera arrojado a las aguas del Mediterraneo recluto a dos voluntarios y se encerro con ellos y Kerrigan en el camarote de este ultimo. Victor Arledge y Lederer Tourneur los vieron entrar con paso decidido, y, extranados, aguardaron, paseando por los alrededores, a que salieran. Fordington-Lewthwaite y sus subordinados tardaron una hora en hacerlo y durante este tiempo los dos escritores oyeron golpes y gritos que procedian del camarote de Kerrigan y empezaron a alarmarse, pero no se atrevieron a irrumpir en la habitacion. Cuando Fordington- Lewthwaite salio estaba sudando, en mangas de camisa y muy satisfecho a juzgar por la expresion de su rostro. Arledge y Tourneur salieron a su encuentro y le interrogaron con la mirada; y entonces aquel oficial pomposo y academicista les dio la noticia: Kerrigan habia confesado ser el asesino de Collins.
Al parecer, la intuicion de Fordington- Lewthwaite no se habia equivocado y, aunque en un principio obro arbitrariamente y desde luego sus metodos no eran recomendables, habia acertado en sus suposiciones. Kerrigan y Collins, una noche, se habian enzarzado en una discusion acerca del trato que este daba a la marineria y habian acabado por llegar a las manos. Collins habia sacado un punal y Kerrigan, en defensa propia segun todos los indicios -si bien Fordington-Lewthwaite se guardo bien de decirlo-, le habia cortado el cuello con una de las gruesas cuerdas que, enrolladas en espiral, abundaban sobre la cubierta del Tallahassee. Y despues -y en ello se basaba principalmente Fordington-Lewthwaite para acusarle de asesinato- lo habia rematado pegandole un tiro en el occipucio -a quemarropa, por lo que nadie habia oido la detonacion- y habia deslizado el cadaver por la borda lenta y cuidadosamente para que nadie pudiera tampoco escuchar el ruido que habria hecho al entrar en contacto con el agua, colocado en una postura verdaderamente grotesca sobre uno de los rollos de cuerda con la ayuda de unas poleas. Aunque Arledge se sintio ofendido porque Kerrigan no hubiera incluido este episodio -tal vez demasiado reciente para ser revelado- en sus confidencias, no pudo creer al principio aquella version de los detalles del crimen. Sin embargo se vio obligado a hacerlo cuando dos dias despues Fordington-Lewthwaite presento pruebas irrefutables: el arma con que Kerrigan habia disparado contra la cabeza de Collins, una confesion en toda regla hecha por escrito y al parecer voluntaria, y algunos objetos personales del contramaestre que se habian encontrado en uno de los cajones de la comoda del camarote del capitan y que demostraban que Kerrigan no solo era un asesino irascible sino tambien un ladron. Y aunque Arledge, asimismo, podria haber pensado que las pruebas eran falsas y que habian sido preparadas por el mismo Fordington-Lewthwaite, sabia que este, a pesar de ser un barbaro ambicioso, por nada del mundo habria pisado el terreno de la ilegalidad -aparte de carecer de la imaginacion necesaria para urdir tales pormenores.
Aquella mala nueva sirvio para desentumecer un poco y hacer salir de su ensimismamiento a los expedicionarios, que consideraron la revelacion de Fordington-Lewthwaite como algo que ya no se podia consentir. Hastiados y todavia afectados por el comportamiento de Kerrigan en cubierta, no habian sabido reaccionar con indignacion -si olvidamos a la senorita Bonington- cuando Arledge, con mucha sangre fria, mato a Meffre. Pero cuando supieron que Kerrigan habia asesinado a Eugene Collins -del cual la mayor parte de ellos ni se acordaba- montaron en colera y, espoleados por la ira liberada, sacaron a relucir la muerte del poeta frances como uno mas de los peldanos que la violencia y la impunidad habian escalado a bordo de aquel navio endemoniado, y Arledge sufrio las consecuencias. La senorita Cook, el senor Littlefield y el senor Beauvais le retiraron el saludo repentinamente; Florence Bonington, con la satisfaccion que otorga el acatamiento final de proposiciones una vez desoidas, llego a insultarle durante el transcurso de un almuerzo; los Handl, ineditos durante toda la travesia, mantuvieron su postura y no salieron en su defensa; Hugh Everett Bayham se mostro con el aun mas seco de lo que lo habia hecho hasta entonces; y solo Lederer Tourneur -un caballero que acabo por resultar cargante pero que sin duda era ecuanime- no cambio de actitud con respecto a el, si bien tampoco oso enfrentarse a sus companeros y se limito a permanecer en una posicion digna pero pasiva. Es evidente que aquel rencor que se desato de manera general en contra de Victor Arledge no se debia principalmente al hecho de que se hubiera batido con Leonide Meffre y hubiera salido airoso del lance, sino mas bien a que de todos era bien sabido que Arledge era el unico, amigo de Kerrigan, y al estar encerrado y lejos de su alcance el verdadero causante de todos sus males, los viajeros tomaron como blanco de sus pullas y redentor de sus sufrimientos al novelista ingles afincado en Francia, el mas cercano al capitan Kerrigan. Arledge trato de reaccionar ante aquel trato que se le dispensaba con tanta altaneria como pudo y procuro dejarse ver lo menos posible; ya no volvio a meditar sentado en las hamacas de popa, sus