justamente, pero no tenia ningun interes por que su ecuanimidad fuera reconocida publicamente; su satisfaccion era personal, privada, y lo que el consideraba importante era estar en paz consigo mismo y no con los demas. Y fueron estos modestos planteamientos los que hicieron que Lederer Tourneur interviniera en favor de Arledge, y no su aprecio por el novelista. Tourneur se contento con la retirada de Wonham y sus marinos y con ello dio pie a que los pasajeros, que solo habian escuchado las acusaciones de Fordington-Lewthwaite y las impertinentes respuestas de Victor Arledge, retuvieran en sus memorias solo aquellas palabras. Arledge ni siquiera se habia tomado la molestia de defenderse y habia mantenido una postura antipatica segun el criterio de los expedicionarios; y estos, ya previamente en contra de el, dieron por supuesto que Fordington-Lewthwaite llevaba la razon y consideraron que sus improperios habian estado justificados. Victor Arledge, una vez mas, sufrio las consecuencias del caracter rebelde y aventurero del capitan Kerrigan, quien, sin saberlo, tanto mal le hizo y tan relevante papel desempeno en los tormentos de los ultimos anos de la vida del escritor.

Cuando el Tallahassee estaba ya surcando aguas marroquies y aquellos pasajeros que ponian fin a su travesia en la ciudad de Tanger salian de sus escondites y comentaban animados sobre cubierta el inminente termino del crucero, Victor Arledge, despues de tres amargos dias de enclaustramiento, salio de su camarote y se encamino hacia las hamacas de popa, desiertas como de costumbre. Se sento en una de ellas y permanecio durante quince minutos en tension, contemplando el horizonte y despues se levanto y busco con la mirada a algun miembro de la tripulacion. Cuando lo encontro -un muchacho de corta edad que seguramente desempenaba el cargo de grumete- se llego hasta el y le entrego una nota ordenandole que se la entregara al senor Hugh Everett Bayham en persona. El grumete prometio hacerlo en el acto y Arledge regreso a las hamacas de popa y volvio a tomar asiento. Alli aguardo ensimismado y consumiendo cantidades ingentes de cigarrillos durante cerca de cuarenta y cinco minutos, hasta que por fin oyo pasos que se aproximaban y se puso en pie. Eran Lederer y Marjorie Tourneur, que, joviales por la idea de que pronto iban a desembarcar en Tanger y con ello a perder definitivamente de vista el Tallahassee, estaban dando un paseo por el barco cogidos del brazo. Al ver a Arledge sonrieron, estrecharon su mano con calor y se sentaron junto a el. Arledge, al parecer, se mostro nervioso e intranquilo durante toda la conversacion que sostuvo con el matrimonio.

– ?Como se encuentra usted? -le pregunto Tourneur-. Hace dias que no sale.

– Bueno, senor Tourneur -contesto Arledge-, usted sabe mejor que nadie que mi presencia no es bien acogida en ninguna parte del Tallahassee.

Los Tourneur estaban de buen humor y Lederer le dio una improcedente palmada en la espalda y repuso:

– No debe usted acobardarse, Arledge. Piense que todavia le queda por pasar en este barco mucho tiempo. Si sigue usted asi, no podra proseguir el viaje.

– Bueno, ya saben ustedes la ultima noticia acerca de esto, me imagino. Lo mas probable es que el Tallahassee no continue hasta la Antartida. Fordington-Lewthwaite se ha reunido con los demas oficiales y les ha dado un detallado informe de la situacion. Estamos en unas condiciones irrisorias para acometer tal empresa. Es descabellado.

– No sabia nada -dijo Tourneur-, y lo que me pregunto es como usted, que esta tan apartado de la vida social del velero, tiene esa informacion.

– Como sabe, dos gigantones guardan mi maltrecha puerta. Anoche oi sus comentarios. Crei que la noticia era del dominio publico y que yo era el ultimo en enterarme. Vera: el capitan Seebohm, aunque practicamente restablecido, esta muy debil para adentrarse por quien sabe cuantos meses en el Atlantico; Kerrigan… todos sabemos que ha sido del organizador de esta aventura disparatada; Fordington- Lewthwaite no tiene suficiente experiencia para suplantarles durante tanto tiempo y ademas no posee el grado de capitan; los poneys de Manchuria han muerto en su mayoria y no creo que en Tanger podamos conseguir ni tan siquiera perros adecuados; los pasajeros estan cansados, arrepentidos de haber exigido este crucero previo, y algunos de ellos han manifestado ya sus deseos de cancelar la expedicion y desembarcar tambien en Tanger -o bien poner rumbo a Marsella- para regresar desde alli a sus hogares; y la tripulacion, tacitamente, tambien apoya a este grupo. Solo los investigadores cientificos insisten en llegar hasta el polo sur. Alegan que, de ser suspendida la expedicion, ellos no habran hecho mas que perder su valioso tiempo y amenazan con exigir una fuerte indemnizacion si el Tallahassee se queda en Tanger. Pero, ya sabe, somos nosotros quienes finalmente financiamos el proyecto y supongo que seran nuestros deseos los que prevaleceran. Es casi seguro que todos desembarcaremos en Tanger.

Lederer Tourneur suspiro, se paso una mano por su larga cabellera rubia, y pregunto:

– ?Y usted que opina, Arledge?

– Yo me alegro, senor Tourneur, como podra usted imaginar. Deseo ardientemente estar de nuevo en mi confortable piso de la rue Buffault o pasar una temporada en el campo. Crea que echo mucho de menos todo eso: la tranquilidad, la vida ordenada, el sosiego. Aunque el capitan Seebohm ha de tomar todavia una decision -por culpa de los investigadores unicamente-, espero con alegria el momento de llegar a Tanger. Estoy convencido de que mi viaje terminara alli.

– ?Aunque, por un azar, se decida proseguir hasta la Antartida? -intervino Marjorie Tourneur.

– Aun asi -respondio Arledge-. El unico interes que este viaje tenia para mi esta a punto de ser satisfecho -e, inquieto, se volvio para mirar hacia atras.

– Si, comprendo que el crucero no haya resultado muy agradable para usted. Las cosas se han complicado tontamente y usted ha pagado por ello. El comportamiento de Lambert Littlefield y de la senorita Cook, sobre todo, ha sido exasperante.

– Si -respondio Arledge agradecido por la simpatia de la senora Tourneur-, pero tampoco importa ya. Tal vez mis gestiones habrian tenido el exito asegurado de antemano de no haber sido por ellos y por la senorita Bonington, pero el resultado de esas gestiones ahora no depende ya de gente como ellos. Por otra parte -anadio-, creo que cometi un error al aceptar el desafio de Meffre y por ello me temo que parte de la culpa de todo ha sido mia.

Tourneur le interrumpio con calor:

– Usted no tuvo mas remedio que aceptar, Arledge. No diga tonterias. El duelo fue legal, y si usted es buen tirador nadie tiene la culpa de ello. Todos lamentamos la muerte de Meffre como habriamos lamentado la suya, pero el error lo cometio el al retarle sabiendo que usted tenia todas las de ganar. ?Que otra cosa podia usted haber hecho? Todos somos caballeros, ?no es asi?

Arledge no solo estaba nervioso e intranquilo; tambien parecia enormemente fatigado. Guardo silencio durante unos segundos y entonces dijo pausadamente:

– Si, senor Tourneur, todos somos caballeros, incluido el capitan Kerrigan.

Lederer Tourneur y su esposa, algo confundidos por el extrano estado de Arledge y por las alusiones que habia hecho a gestiones e intereses cuyo significado y contenido eran desconocidos para ellos, se pusieron en pie y se despidieron cordialmente de el hasta otro rato y se dispusieron a reanudar su paseo por cubierta.

Lo que ahora sigue lo he logrado saber a traves de un sobrino de Lederer Tourneur. Su tio, hoy muerto, se lo contaba como una de las escenas mas deplorables que jamas habia contemplado. Censuraba la conducta de Victor Arledge y la tachaba de verdadero insulto a la dignidad de la persona. Ojala que Lederer Tourneur no hubiera sido tan estricto ni tan caballero. Ahora podriamos saber con exactitud cuales fueron las causas decisivas del retiro y muerte de Arledge y no tendriamos que contentarnos con vagas suposiciones y mas o menos acertadas conclusiones.

Cuando el matrimonio Tourneur, como digo, se disponia a reanudar su paseo por la cubierta, Hugh Everett Bayham se presento en las hamacas de popa, saludo con una ligera y apresurada inclinacion de cabeza al cuentista y a su esposa -quienes al verle con el rostro enrojecido, preocupados por lo que pudiera suceder, se detuvieron y permanecieron alli durante unos tres minutos hasta que comprobaron a que se debia su indignacion y, violentos, se retiraron precipitadamente- y se encaro con Victor Arledge. Este contuvo la respiracion como si temiera que Bayham pudiera golpearle y estuviera dispuesto a recibir la agresion sin inmutarse. Pero el pianista se limito a agitar en el aire la nota que Arledge habia entregado al grumete y a preguntar de malos modos:

– ?Que significa este mensaje, Arledge?

Arledge, sin duda, se sentia cohibido por la presencia del matrimonio Tourneur, y dudo un instante para inmediatamente despues hacer un movimiento con la cabeza que indicaba que habia tomado una resolucion y

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