paseos se hicieron infrecuentes, ordeno que le llevaran el almuerzo a su camarote y solo salia para cenar en el ultimo turno, cuando solo algunos trasnochadores y tahures improvisados ocupaban los comedores. Incluso paso dias enteros encerrado en su cabina, garabateando frases inconexas que por desgracia no estan ahora en mi poder. Pero el desden de sus companeros de viaje no fue lo que acabo de trastornar a Victor Arledge. Sus deseos de averiguar en que habian consistido las peripecias de Hugh Everett Bayham en Escocia, de saber quienes eran las hermanas que habitaban el piso inferior de la casa en que habia sido recluido, de desvelar el misterio que habia tras de la joven que lo sedujo, seguian atormentandole; y se dio cuenta de que a medida que el tiempo iba pasando, por unas u otras causas sus posibilidades de llegar algun dia a desenterrar todo aquello disminuian a pasos agigantados. Sus relaciones con aquel caballero, que habian empezado por ser tirantes, mas tarde se habian enmendado levemente y despues se habian hecho frias, habian terminado por no existir. Las pocas veces que se cruzaban en un pasillo o en la cubierta del velero Hugh Everett Bayham daba por salvada su buena educacion con una simple inclinacion de cabeza y tanto el como los demas pasajeros se retiraban con poco disimulo cuando el aparecia en alguna habitacion en la que los otros estuvieran reunidos. Lo mas probable es que Victor Arledge, de haberse inclinado por la otra alternativa despues de la muerte de Leonide Meffre -aquella noche de su triste cavilar-, habria obligado a Fordington-Lewthwaite a hacer una escala en Oran o Mostaganem y habria abandonado el
Pero -como se suele decir en casi todas las situaciones que han alcanzado un elevado grado de humillacion- todavia no habia llegado lo peor: Kerrigan logro escaparse y ello agravo de forma inesperada la situacion de Victor Arledge.
Una manana dos de los secuaces de Fordington-Lewthwaite, encargados de vigilar y alimentar al capitan, descubrieron -cuando se disponian a dejarle su parco desayuno y tal vez a propinarle la diaria paliza que, segun algunos informes, Fordington-Lewthwaite exigia- que el capitan Kerrigan habia conseguido abrir su puerta y burlar la custodia de sus guardianes nocturnos -una pareja de fornidos marineros muy dados a abandonar su puesto para ir a ingerir scotch y taconear ruidosamente con sus companeros y que se dejaban vencer por el sueno con gran facilidad- y, aprovechando algun descuido de estos, habia huido del velero. Se echo en falta un bote y obviamente se supuso que Kerrigan lo habia utilizado para llevar a cabo su fuga. Fordington-Lewthwaite acogio la noticia con voces y juramentos y se encargo personalmente de castigar a los negligentes; pero no solo se limito a eso: indignado, iracundo, excesivamente alterado, se dirigio hacia el camarote de Arledge, derribo la puerta de un empellon y penetro -decir solo abruptamente seria faltar a la verdad- en los aposentos del escritor ingles, que en aquel instante se estaba acabando de vestir y que le recibio con una mirada tan fria como el viento de las colinas.
– ?Como lo hizo? -pregunto Fordington-Lewthwaite-. ?Como lo consiguio? ?Contesteme!
Arledge lo miro de arriba a abajo y respondio:
– No se de que me esta usted hablando, pero debo advertirle que no sera facil arreglar esa puerta. Mejor seria que fuera ya avisando a algunos de sus hombres para que empiecen a intentarlo.
Fordington-Lewthwaite obsequio a sus ojos con un brillo de furor mal contenido, se acerco a Arledge y le cogio por las solapas de la chaqueta que se acababa de poner. Algunos viajeros contemplaban la escena desde el quicio de la puerta derribada.
– ?Le he hecho una pregunta, senor Arledge, y quiero que me conteste! ?Como logro abrir la puerta? ?Fue usted? ?Claro que fue usted!
Arledge, a pesar de su abatimiento general, aun conservaba gran parte de su valor. Sin pestanear, y mirando fijamente a Fordington- Lewthwaite, dijo:
– Mi querido amigo, le aconsejo que quite sus manos de mi traje si no quiere verse en la misma situacion que el poeta Leonide Meffre, que era un hombre mucho mas sensato que usted.
Fordington-Lewthwaite, algo acobardado por el gelido tono que habia empleado Victor Arledge y tal vez por el recuerdo del cuerpo de Meffre cayendo al mar, volvio en si y retiro sus manos de las solapas de la chaqueta de aquel; ya con menos conviccion volvio a preguntar:
– ?Le ayudo usted a escapar?
Arledge se estiro el traje y respondio:
– Sigo sin saber de que me habla, oficial.
– No trate de fingir, Arledge. Lo sabe perfectamente. Kerrigan ha huido.
El tono de Arledge se hizo aun mas duro y despectivo.
– Usted, marino, es tan poco sutil -dijo- que nunca podria darse cuenta de cuando estoy fingiendo y cuando no, y por ello no le reprocho que piense que ahora lo hago. Pero esta usted muy equivocado. Me habria gustado ayudar a escapar al capitan Kerrigan, pero no lo hice y crea que lo lamento de veras. Debio haberseme ocurrido.
Entonces Fordington-Lewthwaite perdio definitivamente el control de sus nervios. Se volvio hacia la cada vez mas numerosa concurrencia y grito:
– ?Lo han oido? ?Lo han oido todos bien? ?Ha confesado que fue el quien ayudo a escapar a Kerrigan!
Lederer Tourneur intervino entonces:
– No diga estupideces, Fordington-Lewthwaite. Todos hemos oido lo que el senor Arledge ha dicho;
Fordington-Lewthwaite se encaro de nuevo con Arledge y dijo:
– Usted ha confesado que le habria gustado ayudar a escapar a Kerrigan, ?no es cierto?
– Asi es.
– ?Como sabemos, entonces, que no lo ha hecho?
– Una pregunta tan idiota no merece contestacion -respondio Arledge.
Fordington-Lewthwaite dio entonces unos pasos hacia el umbral de la puerta y dijo:
– ?Wonham! ?Venga con unos hombres y arreste inmediatamente a este sujeto!
Algunos marinos y el citado Wonham se llegaron hasta el lugar en que estaba Fordington-Lewthwaite, pero entonces Lederer Tourneur se interpuso y dijo:
– Escuche, Fordington-Lewthwaite. Esta usted exagerando. No abuse de su poder, que al fin y al cabo no le va a durar mucho. Ya sabe que el capitan Seebohm esta practicamente restablecido, y yo tambien puedo darle mi version de los hechos. Esta usted obrando de forma ilegal. Tenga por seguro que si arresta al senor Arledge le acusare de mas de un cargo en cuanto estemos en territorio de jurisdiccion britanica.
Fordington-Lewthwaite, seguramente, recordo sus aspiraciones de llegar a ser capitan propietario algun dia y parecio calmarse un poco con las palabras que Tourneur en un aparte -en voz lo suficientemente baja como para que los demas pasajeros solo oyeran un murmullo- le habia dirigido.
– Esta bien -respondio-. Pero lo que no me impedira es que lo tenga bajo vigilancia. Soy el responsable provisional de este barco y ya ha habido demasiadas catastrofes a bordo. No estoy dispuesto a consentir que este individuo pueda cometer ningun otro delito. Es de la misma calana que Kerrigan. Y por tanto es muy peligroso.
– Creo que se equivoca usted, pero, si asi lo desea, puede vigilarlo, que yo no se lo impedire. Lo que no estoy dispuesto a tolerar es que se arreste a un hombre sin tener pruebas de que haya cometido ninguna fechoria. Y le advierto que no aceptare ninguna prueba que demuestre que el senor Arledge ayudo a escapar a Kerrigan que no sea autentica.
El rostro de Fordington-Lewthwaite se tomo grave.
– Jamas haria eso, senor Tourneur -dijo ya en un tono contemporizador-. Lamento lo ocurrido. Estaba fuera de mi. Le ruego que me disculpe.
– A quien deberia pedir disculpas es al senor Arledge, Fordington- Lewthwaite, y no a mi.
Fordington-Lewthwaite miro a Arledge, que se habia sentado en una butaca y habia encendido un cigarrillo, y contesto:
– Eso es pedir demasiado.
Y acto seguido dio una orden y Wonham, sus marinos y el se retiraron con paso ligero.
Sin embargo, el mal ya estaba hecho: Lederer Tourneur, a pesar de su buena voluntad, cometio el error de hablar en voz baja con Fordington-Lewthwaite y de no dar posteriormente mas explicaciones a sus companeros de viaje. O tal vez no fue un error. El cuentista ingles era un hombre que se daba por satisfecho con actuar