se les acercaba y que ello habia sido el motivo de que hubieran tardado en llegar mucho mas de lo que lo habian hecho el dia anterior desde los islotes a la isla. Por supuesto, todos lo creyeron, excepto seguramente Beatrice Merivale, que por entonces ya se habia convertido en una verdadera aliada del capitan Kerrigan merced a su intervencion en contra de Dieter Flock. Kerrigan estaba cada vez mas seguro de esto, pero la mezcla de incondicionalidad y pasividad que, por otra parte, ponia de manifiesto la senora Merivale en todos sus actos le hacia mantenerse todavia a la expectativa, algo confundido, sin atreverse a dar ningun paso por temor a que sus suposiciones fueran erroneas. Lo que el capitan Kerrigan no advertia -poco y mal conocedor de las mujeres- era que Beatrice Merivale pertenecia a una clase de personaje femenino que por timidez, por falta de afecto y por estar acostumbrado a que todo se lo den hecho, jamas pide las cosas directamente por muy ardientes que sean sus deseos, sino que siempre espera a que se las ofrezcan.
No se que maravillas logro hacer el capitan Kerrigan con su improvisada tripulacion -bueno, tampoco me haga caso; nada se acerca de navegacion y tal vez no recuerdo los tiempos que me dio nuestro infortunado capitan-, pero el caso es que divisaron las islas Marianas antes de que terminara la manana. El doctor Merivale y Reginald Holland, para los que en realidad no existian ni el desaliento ni el escepticismo, volvieron a mostrarse entusiasmados por la vista que se les ofrecia. Se apuraron aun mas en sus tareas y en menos de una hora hubieron desembarcado en una isla que prometia reunir todos los requisitos indispensables para convertirse en la futura ciudad de Merry Holland. Los dos hombres se dispusieron a recorrerla en cuanto hubieron ayudado a Kerrigan a fijar la embarcacion junto a la orilla e invitaron a Beatrice y al capitan a que los acompanasen. Ella contesto que no tenia ganas y que se fiaba del buen gusto de su marido y rechazo la sugerencia, y Kerrigan hizo lo propio alegando que deseaba revisar la averia que Flock habia sido incapaz de descubrir y que el seguia notando cuando navegaba a cierta velocidad.
De manera que los megalomanos, especialmente joviales por intuir que la isla iba a ser de su agrado, se adentraron solos por aquellos parajes tropicales y brindaron a Kerrigan y a la senora Merivale la primera oportunidad de estar a solas.
Cuando al atardecer regresaron, Kerrigan ya habia seducido a Beatrice Merivale, o -si usted lo prefiere asi- Beatrice Merivale ya habia seducido a Kerrigan. Como ya le dije antes, senor Bayham, fue el azar, disfrazado de Dieter Flock, lo que precipito los acontecimientos: el doctor Horace Merivale y su amigo Reginald regresaron de su expedicion tan satisfechos que no se dieron cuenta de lo que habia sucedido durante su ausencia -la ternura que es capaz de sentir el capitan Kerrigan al parecer lo revelaba- y, llenos de gozo, comunicaron a este y a la senora Merivale que habian decidido comprar la isla y que solo esperarian hasta el dia siguiente para ponerse de nuevo en marcha y dirigirse hacia Hong-Kong, desde donde harian las gestiones pertinentes para la adquisicion legal. Como anteriormente le habia sucedido con su socio Lutz, Kerrigan se vio sorprendido por lo unico que no habia previsto. Rapidamente sopeso la posibilidad, de seguir enganandoles y hacerles creer que volvian al puerto chino para en realidad continuar viajando hacia San Francisco, pero -como tambien le habia sucedido cuando, ante la contraoferta de Lutz y Kolldehoff, decidio no seguir anticipandose a los hechos o esquivandolos y enfrentarse a ellos- la desecho. Que Merivale y Holland no hubieran advertido que llevaba rumbo noroeste cuando lo suponian sureste era una cosa; que no se dieran cuenta de que iban hacia el este cuando querian ir hacia el oeste, otra muy distinta y, se le antojo, imposible. Aunque comportarse de esta manera (despues de haber sorteado infatigablemente los peligros y las situaciones apuradas abandonar la lucha) es algo muy caracteristico de Kerrigan, creo que en aquella ocasion la existencia de Beatrice Merivale influyo en su determinacion: Kerrigan saco una pistola del bolsillo derecho, de su chaqueta y encanono a sus patronos. Estos, al principio, creyeron que se trataba de una broma y Holland se permitio rogarle que apuntara hacia otro lado, pero cuando Kerrigan disparo contra la arena, los dos hombres, sobresaltados, fruncieron el ceno y esperaron a que el capitan hablase:
«Ustedes no van a ir a ningun lado», dijo. «Se quedaran en esta isla que tanto les gusta. Yo necesito el
Los dos caballeros no comprendian muy bien de que hablaba Kerrigan, pero empezaron a extranarse de que hubiera perdido su fuerte acento ingles y su pronunciacion marcial para sustituirlos por una jerga inequivocamente americana y barriobajera, y, viendo que la cosa iba en serio, se abstuvieron de hacer preguntas y simplemente trataron de hacerle razonar. Le dijeron que para conseguir lo que se proponia no hacia falta que los encanonase con un arma. Podian llegar todos hasta Hong- Kong y alli Kerrigan podria obtener un pasaje de primera clase para San Francisco. Aseguraron que pensaban pagarle esplendidamente por sus servicios y que tendria todo lo que quisiera una vez que hubieran llegado a la ciudad china. Kerrigan, el mismo lo confiesa, dudo. Usted habra podido comprobar a lo largo de la narracion que tenia mas escrupulos de los que el mismo se imaginaba. No le habria costado ningun trabajo desvalijar y asesinar a sus pasajeros el mismo dia que salieron de Hong-Kong, y sin embargo no lo hizo. Pudo haberlos mantenido a raya y obligado a acatar sus ordenes cuando Flock les revelo que se encontraban mucho mas al norte de lo que pensaban, pero tampoco lo hizo; trato de guardar las apariencias y de causarles el menor dano posible. Se comporto con aquel par de imbeciles con benevolencia digna de elogio. Kerrigan, a pesar de su dureza, nunca fue un hombre seguro de si mismo. Por todo ello dudo ante los razonamientos del doctor Horace Merivale y de Reginald Holland. Se volvio hacia Beatrice y le consulto con la mirada. Ella hizo un gesto afirmativo.
«Pero hay otra cuestion, doctor Merivale», dijo entonces Kerrigan. «Su esposa quiere venir conmigo. ?Que dice usted a eso? Tengo que dejarles aqui y lo siento. No me son ustedes antipaticos.»
El doctor Merivale comprendio entonces lo que habia sucedido durante su ausencia y su rostro alargado se contrajo de rabia. Miro a su esposa, luego a Kerrigan, y de repente, con un rapido ademan, levanto su afilado bastoncillo hasta ponerlo en posicion horizontal y arremetio contra el capitan, desgarrandole un costado. Al fallar parcialmente en su blanco el doctor Merivale perdio el equilibrio y cayo de bruces al suelo, a espaldas de Kerrigan. Este se volvio y le disparo en la nuca cuando se estaba incorporando. Merivale tuvo tiempo todavia de oir como algunos huesecillos de su cabeza se quebraban y volvio a caer de bruces, muerto. Reginald Holland, presa de la histeria por lo que acababa de contemplar, se lanzo sobre el capitan y lo derribo al suelo de un punetazo. Kerrigan cayo aturdido y Holland corrio hasta la embarcacion, fondeada a muy pocos metros del lugar en que se hallaban, y se introdujo en una de las cabinas para salir inmediatamente despues con una escopeta entre las manos. De pie sobre la popa del
Lo que sigue ya es otra historia. Lo que dio a Kerrigan el impulso necesario para cambiar definitivamente fue, en suma, un simple affaire d'amour. No le hablare acerca de el porque yo nunca he sabido hablar acerca del amor, usted lo habra comprobado si ha leido mis novelas. Pero
Enterraron los cuerpos de Merivale y Holland y, sin mas dilacion, estuvieron amandose en aquella isla hasta que se les acabaron las provisiones. Disculpeme si soy prosaico, pero no puedo evitarlo. Beatrice Merivale no solo pertenecia a la especie de personajes femeninos que antes le describi: tambien era una mujer languida y amorosa. Bajo su aparente frialdad habia sentimientos apasionados, desenfrenados; e hizo feliz a Kerrigan, un hombre que nunca habia tenido tiempo de enamorarse. Permanecieron en lo que jamas pudo ser