Marcus) aturdido por los infantiles vitores de Merivale y Holland. Pasaron el resto de la manana en un islote feo, diminuto y carente de atractivos que hizo disminuir el entusiasmo de aquellos. Por fin, cansados y un tanto decepcionados, pusieron rumbo a la isla principal. La isla Marcus, o Minamitorijima para los japoneses, es un atolon elevado -veinte metros sobre el nivel del mar- de forma triangular y rodeado en su perimetro por arrecifes de coral. El puerto, segun Kerrigan, era de infima categoria y las embarcaciones ancladas en el se podian contar con los dedos de una sola mano. No habia ninguna que superara al
«?Ah, pero para eso tienen que ir mas al sur! Aqui no encontraran nada que sea de su agrado.»
«?Mas al sur?», pregunto entonces Holland, y anadio: «?En que paralelo nos encontramos?»
Fue entonces cuando Kerrigan estuvo a punto de derribar a Flock, pero tuvo que reprimirse y este respondio:
«Estamos un poco mas al norte, casi lindando con el Tropico de Cancer.»
Merivale, entonces, se encaro con Kerrigan y le pregunto que como explicaba aquello. El capitan, algo nervioso, respondio que habia tomado aquella direccion sin consultarles por su propio bien: el conocia la zona a la perfeccion y sabia de la existencia de numerosas islas que cumplian todos los requisitos necesarios para satisfacerles, pero los habia visto tan empenados en ir hacia el sur que no se habia atrevido a comunicarles que se habia desviado por temor a que se hubiesen enfadado y le hubieran obligado a alterar el rumbo antes de llegar a aquella zona. Habia supuesto que, al constatar la belleza de sus islas, le habian de agradecer su iniciativa. Pero entonces Flock, respaldado por los millonarios -que subitamente recordaron su desilusion de la manana cuando habian recorrido el primer islote-, le dijo que debia de estar equivocado. El, manifesto, conocia muy bien aquella zona y tenia la certeza de que las islas que se podian encontrar por alli no tenian comparacion con las que habia mas al sur, en las Carolinas, y les aconsejo que tomaran aquella direccion. Kerrigan, tenaz, desautorizo las palabras del austriaco y dijo con tono ofendido que el sabia muy bien lo que se traia entre manos y les aseguraba que no habria virado si no estuviera convencido de que los islotes Marcus eran los mas hermosos de todo el Oceano Pacifico. Flock solto una carcajada y se enzarzo en una discusion sin fin. El repetia una y otra vez que no encontrarian nada que fuera de su agrado en aquel lugar y Kerrigan, cada vez mas excitado, sostenia lo contrario. Los millonarios se limitaban a decir que desde luego lo que habian visto por la manana no era digno de los elogios de Kerrigan y mas bien parecia demostrar que era Flock quien llevaba la razon. Asi continuaron durante mas de media hora hasta que de repente Beatrice Merivale dio, golpe en la mesa y dijo:
«Basta, caballeros. ?A quien vamos a creer ?A un miserable tecnico que, como es obvio», y miro a Flock con infinito desprecio de arriba a abajo, «nunca ha llegado a nada o a un marino de Su Majestad que ha demostrado conocer su oficio a la perfeccion, que goza de una posicion digna y seguramente de un brillante historial que la modestia le impide confesar, y que ha tenido la generosidad de aceptar nuestro insolito ofrecimiento cuando estabamos desesperados y sus planes eran muy distintos? Parece mentira, senores, que todavia puedan dudar sobre quien esta diciendo la verdad.»
Merivale y Holland callaron y se miraron entre si, abochornados. Hubo unos segundos de silencio y Kerrigan aprovecho la ocasion para intervenir:
«Gracias, senora Merivale», dijo; «le agradezco lo que ha hecho por mi. Caballeros, si ustedes asi lo desean, nos dirigiremos manana hacia las Carolinas. No les reprocho que duden de mi por haberles traido hasta aqui sin su permiso. Pero, creanme, lo hice impulsado por los motivos que ya he mencionado y creo que, de una u otra forma, ya que estamos aqui, no perderan ustedes nada por que manana al amanecer visitemos las islas cercanas. Que nos haya defraudado el islote que hoy hemos visto no significa nada en absoluto. ?Acaso pensaban ustedes adquirir la primera isla que encontraran? De ser asi, no habrian necesitado de mis servicios. Les pido que confien en mi y les prometo que si manana no han hallado lo que desean, partiremos inmediatamente hacia las Carolinas.»
Merivale y Holland volvieron a mirarse y entonces el primero expreso su conformidad y, en compania del segundo, se excuso ante Kerrigan por haber dudado de sus conocimientos y de su integridad. Flock, que habia permanecido callado y probablemente humillado desde que Beatrice Merivale habia golpeado la mesa con energia, se puso en pie y, sacando de su raida chaqueta un papel, se lo ofrecio a Reginald Holland al tiempo que decia:
– Como ustedes quieran. Al fin y al cabo es asunto suyo. Pero permitanme que les de este mapa de la isla Marcus y sus alrededores hecho por mi mismo. Siganlo; no dejen de ver una sola de las islas que estan senaladas en el. Veanlas y tengan en mejor opinion, despues, a Dieter Flock. Comprobaran que era yo quien tenia razon.
Holland cogio el mapa de sus manos, lo desdoblo, lo miro y se lo entrego a Kerrigan no sin antes haber dejado que el doctor Merivale le echara un vistazo por encima de su hombro. Kerrigan se lo guardo en el bolsillo superior de su chaqueta. Dieter Flock, cabizbajo, salio del establecimiento; y cinco minutos despues Kerrigan, Reginald Holland y el matrimonio Merivale le siguieron. Llegaron hasta el
Como ve usted, senor Bayham, si los acontecimientos se precipitaron no fue precisamente por culpa de Kerrigan quien habia calculado que hasta que llegaran a las islas Brooks la paz reinaria en el barco, sino que fue, como casi siempre sucede, por culpa del azar.
Al dia siguiente Kerrigan se encontro con la desagradable sorpresa de que los dos esbirros chinos, demostrando ahora que no lo eran tanto, habian desaparecido. Interrogo a la gente del pueblo sobre su posible paradero y fue el mismo Flock quien, en la puerta del almacen de provisiones y con una insolencia que tenia mucho de venganza, le dijo que los habia visto partir en una especie de canoa de remos antes del amanecer y le aseguro que no encontraria en la isla Marcus otros dos marinos que los reemplazaran. Y asi fue: Kerrigan no tuvo mas remedio que zarpar sin tripulacion, o, mejor dicho, sin mas tripulacion que el doctor Merivale y el senor Holland, a los que hizo ver la gravedad del caso y forzo a desplegar velamenes, trepar por escalerillas y maniobrar con el timon bajo sus instrucciones. Kerrigan, durante la noche, habia cavilado acerca de lo que tenia que hacer para demostrar que habia sido el y no Flock quien habia dicho la verdad. La zona era desconocida para el y estaba convencido de que el mapa del austriaco -una concienzuda obra hecha por una persona que sabia de cartografia- era exacto y de que la belleza de los islotes adyacentes a la isla Marcus era inexistente. Y decidio que lo mejor seria llegarse a toda marcha hasta las islas Marianas, de clima mucho mas benigno y de mayores atributos paradisiacos, y hacer creer a los millonarios que estas se trataban de aquellos, confiando en que no se dieran cuenta del engano cuando les explicara que se habia visto obligado a dar un gran rodeo para esquivar un tifon que