nos transformamos en cuerpos que gozan y sienten. Cuerpos a los que no les importa morir o ser mutilados, que se entregan al sacrificio con la alegria con la que un nino recibe un juguete…
Caia. Era consciente a medias de que caia.
El descenso no podia ser mas accidentado, ya que su cuerpo mantenia una caprichosa obsesion por la linea vertical, pero las piedras desparramadas por la ladera del baratro -el precipicio cercano a la Acropolis donde se arrojaba a los condenados a muerte- formaban un terreno oblicuo cuyo aspecto semejaba el interior de una cratera. Dentro de muy poco, su cuerpo y aquellas piedras habrian de encontrarse: eso sucederia
El primer golpe quebro su brazo derecho como el tallo de un lirio y destrozo la mitad de su rostro. Siguio cayendo. Al llegar al fondo, sus pequenos pechos se aplastaron contras las piedras, la bella sonrisa comenzo a entumirse en su rostro de muchacha, el lindo peinado rubio se disipo como un tesoro y toda su preciosa figurita adopto aires de muneca rota. [130]
– ?Por que no te unes a nosotros, Heracles? -en la voz de Etis flotaba un ansia apenas contenida-. ?No conoces la inmensa felicidad que otorga la liberacion de tus instintos! Dejas de tener miedo, de preocuparte, de sufrir… Te conviertes en un dios.
Hizo una pausa y suavizo el tono de voz para anadir:
– Podriamos… ?quien sabe?… comenzar de nuevo… tu y yo…
Heracles no dijo nada. Los observo. No solo a Etis: a todos, uno por uno. Eran seis personas: dos viejos esclavos (quizas uno de ellos fuera Ifimaco), dos jovenes esclavas, Etis y Elea. Le tranquilizo comprobar que el nino no se encontraba entre ellos. Se detuvo en el palido rostro de la hija de Etis y le dijo:
– Sufriste, ?verdad, Elea? Aquellos gritos que dabas no eran fingidos, como el dolor de tu madre…
La joven no dijo nada. Miraba a Heracles con semblante inexpresivo, como Etis. En aquel momento, el se percato del enorme parecido fisico que existia entre ambas. Prosiguio, imperturbable:
– No, no fingiste. Tu dolor era
La muchacha parecio ir a responder algo, pero Etis intervino con rapidez.
– Elea es muy joven y le cuesta entender ciertas cosas. Ahora es feliz.
Las contemplo a las dos, madre e hija: sus rostros eran como muros blancos, parecian desprovistos de emocion e inteligencia. Miro a su alrededor: lo mismo ocurria con los esclavos. Razono que seria inutil intentar abrir una brecha en aquel impavido adobe de miradas que no parpadeaban. «Esta es la fe religiosa», se dijo: «Borra del rostro la inquietud de las dudas, como les ocurre a los necios». Se aclaro la garganta y pregunto:
– ?Y por que tuvo que ser Tramaco?
– Le llego su turno -dijo Etis-. Lo mismo ocurrira conmigo, y con Elea…
– Y con los campesinos del Atica -replico Heracles.
La expresion de Etis, por un instante, semejo la de una madre que reuniera paciencia para explicarle algo muy facil a su hijo pequeno.
– Nuestras victimas siempre son voluntarias, Heracles. A los campesinos les damos la oportunidad de beber
Heracles replico:
– No te olvides, Etis, de que yo iba a ser una victima involuntaria…
– Tu nos habias descubierto, y eso no podiamos permitirlo. La hermandad debe seguir siendo secreta. ?No hicisteis vosotros lo mismo con mi esposo cuando pensasteis que la estabilidad de vuestra maravillosa democracia peligraba con individuos como el?… Pero queremos darte esta ultima oportunidad. Unete a nuestro grupo, Heracles… -y de repente anadio, como suplicandole-: ?Se feliz por una vez en tu vida!
El Descifrador respiro hondo. Supuso que ya estaba todo dicho, y que ellos, ahora, aguardaban alguna clase de respuesta por su parte. De modo que, con firme y sosegada voz, comenzo:
– No quiero ser descuartizado. Esa no es mi forma de ser feliz. Pero te dire, Etis, lo que pienso hacer, y podeis comunicarselo a vuestro lider, sea quien fuere. Voy a llevaros ante el arconte. A todos. Voy a hacer justicia. Sois una secta ilegal. Habeis asesinado a varios ciudadanos atenienses y a muchos campesinos aticos que nada tienen que ver con vuestras absurdas creencias… Vais a ser condenados y torturados hasta morir. Esta es mi forma de ser feliz.
Volvio a recorrer, una a una, las petreas miradas que lo contemplaban. Se detuvo en los oscuros ojos de Etis y anadio:
– A fin de cuentas, como tu dijiste, es una cuestion de responsabilidad, ?no?
Tras un silencio, ella dijo:
– ?Crees que la muerte o la tortura nos asustan? No has entendido nada, Heracles. Hemos descubierto una felicidad que va mas alla de la razon… ?Que nos importan tus amenazas? Si es preciso, moriremos sonriendo… y tu no comprenderas nunca por que.
Heracles se hallaba de espaldas a la salida del cenaculo. De improviso, una nueva voz, densa y poderosa pero con un punto de burla, como si no se tomara en serio a si misma, se dejo oir en toda la habitacion procedente de aquella salida:
– ?Hemos sido descubiertos! A manos del arconte ha llegado un papiro donde se habla de nosotros y se menciona tu nombre, Etis. Nuestro buen amigo tomo sus precauciones antes de venir a verte…
Heracles se volvio para contemplar el rostro de un perro deforme. El perro iba en los brazos de un hombre inmenso.
– Preguntabas hace un momento por nuestro lider, ?no, Heracles? -dijo Etis.
Y en ese momento, Heracles sintio el fuerte golpe en la cabeza. [131]
XII
La caverna, al principio, fue un reflejo dorado que colgaba en algun lugar de la oscuridad. Despues se convirtio en puro dolor. Volvio a transformarse en el reflejo dorado y colgante. El vaiven no cesaba. Entonces hubo formas: un hornillo sobre las brasas, pero, cosa curiosa, maleable como el agua, donde los hierros parecian cuerpos de serpientes asustadas. Y una mancha amarilla, un hombre cuya silueta se estiraba en un punto y cedia en otro, como colgada de cuerdas invisibles. Ruidos, si, tambien: un ligero eco de metales y, de vez en cuando, el tormento puntiagudo de un ladrido. Olores escogidos entre la variada gama de la humedad. Y, de nuevo, todo se cerraba como un rollo de papiro y regresaba el dolor. Fin de la historia.
No supo cuantas historias similares transcurrieron hasta que su mente empezo a comprender. De igual forma que un objeto colgado de un extremo al recibir un golpe repentino se balancea de un lado a otro, primero con gran violencia y desajuste, despues isocrono, por ultimo con moribunda lentitud, acomodandose cada vez mas a la calma natural de su estado previo, asi el furioso torbellino del desmayo extinguio su vaiven, y la conciencia, planeando sobre un punto de reposo, busco -y encontro al fin- permanecer lineal e inmovil, en armonia con la realidad del entorno. Fue entonces cuando pudo diferenciar aquello que le pertenecia -el dolor- de aquello que le era ajeno -las imagenes, los ruidos, los olores-, y desechando esto ultimo atendio a lo primero, y preguntose que