Crantor, en realidad, te miraba a ti. [136]

Y dijo:

– Esos traductores que has profetizado no descubriran nada, porque no existiran, Heracles. Las filosofias nunca lograran triunfar sobre los instintos -elevando la voz, prosiguio-: ?Hercules aparenta derrotar a los monstruos, pero entre lineas, en los textos, en los bellos discursos, en los razonamientos logicos, en los pensamientos de los hombres, alza su multiple cabeza la Hidra, ruge el horrendo leon y hacen resonar sus cascos de bronce las yeguas antropofagas. Nuestra naturaleza no es [137]

– Nuestra naturaleza no es un texto en el que un traductor pueda encontrar una clave final, Heracles, ni siquiera un conjunto de ideas invisibles. De nada sirve, pues, derrotar a los monstruos, porque acechan dentro de ti. El kyon los despertara pronto. ?No los sientes ya removerse en tus entranas?

Heracles iba a responder cualquier ironia cuando, de improviso, escucho un gemido en la oscuridad, mas alla del tripode del brasero, proveniente de los bultos que se hallaban junto a la pared de la antorcha. Aunque no lograba distinguirlo, reconocio la voz del hombre que gemia.

– ?Diagoras!… -dijo-. ?Que le habeis hecho?

– Nada que no se haya hecho el a si mismo -replico Crantor-. Bebio kyon… ?y te aseguro que a todos nos sorprendio la rapidez con que le hizo efecto!

Y, elevando la voz, anadio, en tono burlon:

– ?Oh, el noble filosofo platonico! ?Oh, el gran idealista! ?Que furia albergaba contra si mismo, por Zeus!…

Cerbero -una mancha palida que zigzagueaba por el suelo- coreo, iracundo, las exclamaciones de su amo. Los ladridos formaban trenzas de ecos. Crantor se agacho y lo acaricio con ademanes carinosos.

– No, no… Calma, Cerbero… No es nada…

Aprovechando la oportunidad, Heracles propino un fuerte tiron a la cuerda que colgaba del dorado clavo derecho. Este cedio un poco. Animado, volvio a tirar, y el clavo salio por completo, sin ruido. Crantor continuaba distraido con el perro. Ahora era cuestion de ser rapido. Pero cuando quiso mover la mano libre para desatar la otra, comprobo que sus dedos no le obedecian: se hallaban gelidos, recorridos de un extremo a otro por un ejercito de diminutas serpientes que habian procreado bajo su piel. Entonces tiro con todas sus fuerzas del clavo izquierdo.

En el instante en que este ultimo cedia, Crantor se volvio hacia el.

Heracles Pontor era un hombre grueso, de baja estatura. En aquel momento, ademas, sus doloridos brazos colgaban inermes a ambos lados del cuerpo como herramientas rotas. De inmediato supo que su unica posibilidad consistia en poder utilizar algun objeto a guisa de arma. Sus ojos ya habian elegido el mango del atizador que sobresalia de las brasas, pero se hallaba demasiado lejos, y Crantor -que se aproximaba impetuoso- le bloquearia el paso. De modo que, en ese latido o parpadeo en que el tiempo no transcurre y el pensamiento no gobierna, el Descifrador intuyo -sin llegar siquiera a verlo- que de los extremos de las cuerdas que aun ataban sus munecas seguian colgando los clavos de oro. Cuando la sombra de Crantor se hizo tan grande que todo su cuerpo desaparecio bajo ella, Heracles levanto el brazo derecho con rapidez y describio en el aire un rapido y violento semicirculo.

Quiza Crantor esperaba que el golpe viniera de su puno, pues cuando vio que este pasaba frente a el sin atinarle no hizo ademan de retroceder, y recibio en todo el rostro el impacto del clavo. Heracles no sabia en que lugar exacto habia golpeado, pero escucho el dolor. Se lanzo hacia delante, con el mango del atizador como unico objetivo de su mirada, pero una fuerte patada en el pecho lo dejo sin aire y lo hizo desplomarse de lado y rodar como una fruta madura que hubiese caido del arbol.

Durante el furioso tormento que siguio, quiso evocar que en su juventud habia luchado en el pancracio. Incluso recordo los nombres de algunos de sus adversarios. A su memoria acudieron escenas, imagenes de triunfos y derrotas… Pero sus pensamientos se interrumpian… Las frases perdian coherencia… Eran palabras sueltas…

Soporto el castigo encogido sobre si mismo, protegiendose la cabeza. Cuando las rocas que eran los pies de Crantor se cansaron de golpearle, tomo aliento y olfateo sangre. Las patadas lo habian barrido como a una fofa basura hacia una de las paredes. Crantor decia algo, pero el no lograba escucharle. Por si fuera poco, algun nino salvaje y espantoso le chillaba palabras extranjeras al oido y derramaba sobre su rostro una saliva amarga y enfermiza. Reconocio los ladridos y la proximidad de Cerbero. Giro la cabeza y abrio a medias los ojos. El perro, a un palmo de su cara, era una mascara arrugada y vociferante de cuencas vacias. Parecia el espectro de si mismo. Mas alla, en la infinita distancia del dolor, Crantor le daba la espalda. ?Que hacia? Hablaba, quiza. Heracles no podia estar seguro, pues la montana estrepitosa de Cerbero se alzaba entre los demas sonidos y el. ?Por que Crantor no continuaba golpeandole? ?Por que no remataba su tarea?…

Se le ocurrio algo. No era un buen plan, probablemente, pero a esas alturas ya nada era bueno. Cogio con sus dos manos el infimo cuerpo del perro. Este, poco acostumbrado a las caricias de los extranos, se debatio como un bebe cuya anatomia fuera, en sus tres cuartas partes, una doble hilera de agudos dientes, pero Heracles lo mantuvo alejado de si mientras levantaba los brazos cargando con su frenetica presa. Crantor, sin duda, habia percibido el cambio en el tono de los ladridos, porque se habia vuelto hacia Heracles y le gritaba algo.

Heracles se permitio recordar por un momento que, en las competiciones, no habia sido malo con el discobolo.

Como una piedra blanda arrojada juguetonamente por un nino, Cerbero golpeo de lleno en el tripode e hizo caer la escudilla y el brasero. Cuando las brasas, desparramadas como el jugo lento de un volcan, entraron en contacto con su pelaje, los ladridos volvieron a variar de tono. Enfangado en fuego, siguio rodando por el suelo. La energia del lanzamiento no habia sido tanta, pero el animal contribuia con sus propios musculos: era puro torbellino y ascuas. Sus aullidos, arropados por el eco de la caverna, se clavaron como doradas agujas en los oidos de Heracles, pero, tal como este habia supuesto, Crantor solo dudo un instante entre el perro y el, y de inmediato se decidio por socorrer al primero.

Escudilla. Tripode. Brasero. Atizador. Cuatro objetos bien delimitados, cada uno en un lugar distinto del suelo, alli donde el azar los habia distribuido. Heracles dejo caer su dolorida obesidad en direccion al ultimo. Las imprevistas diosas de la suerte no lo habian alejado demasiado.

– ?Cerbero!… -gritaba Crantor, agachado junto al perro. Daba palmadas sobre el pequeno cuerpo, limpiandolo de cenizas-. ?Cerbero, calma, hijo, dejame que…!

Heracles penso que un solo golpe, sosteniendo el mango con ambas manos, seria suficiente, pero sin duda habia subestimado la resistencia de Crantor. Este se llevo una mano a la cabeza e intento girar sobre si mismo. Heracles volvio a golpearlo. Esta vez, Crantor cayo boca arriba. Pero Heracles tambien se desplomo sobre el, extenuado.

– … gordo, Heracles -escucho que jadeaba Crantor-. Deberias hacer… ejercicio.

Con dolorosa lentitud, Heracles volvio a incorporarse. Sentia sus brazos como pesados escudos de bronce. Se apoyo en el atizador.

– Gordo y debil -sonrio Crantor desde el suelo.

El Descifrador logro sentarse a horcajadas sobre Crantor. Ambos jadeaban como si acabaran de disputarse una carrera olimpica. Una humeda serpiente negra habia empezado a crecer en la cabeza de Crantor, y mientras se transformaba sucesivamente en cria, vibora y piton, no dejaba de reptar por el suelo. Crantor volvio a sonreir.

– ?Ya notas… el kyon? -dijo.

– No -dijo Heracles.

«Por eso no quiso matarme», penso: «Estaba aguardando a que la droga me produjera algun efecto».

– Golpeame -murmuro Crantor.

– No -repitio Heracles, y se esforzo por levantarse.

La serpiente ya era mas grande que la cabeza que la habia engendrado. Pero habia perdido su primitiva forma: ahora parecia la silueta de un arbol. [138]

– Te contare… un secreto -dijo Crantor-. Nadie… lo sabe… Solo algunos… hermanos… El kyon es… unicamente… agua, miel y… -hizo una pausa. Se paso la lengua por los labios-… Un chorro de vino aromatizado.

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