le dolia -la cabeza, los brazos- y por que. Y como el porque no era posible saberlo sin el auxilio del recuerdo, hizo uso de su memoria. «Ah, me hallaba en casa de Etis cuando ella dijo: 'Placer'… Pero, no; despues…»
Al mismo tiempo, su boca decidio gemir y sus manos se retorcieron.
– Oh, temia que te hubieramos hecho demasiado dano.
– ?Donde estoy? -pregunto Heracles, queriendo preguntar: «?Quien eres?». Pero el hombre, al responder a su pregunta formulada, respondio a ambas.
– Este es, digamos, nuestro lugar de reunion.
Y acompano la frase de un gesto amplio de su musculoso brazo derecho, mostrando una muneca roturada de cicatrices.
La helada comprension de lo ocurrido cayo sobre Heracles de igual manera que, por juego, los ninos suelen agitar el fino tronco de los arboles empapados por la lluvia reciente, y su densa carga de gotas colgadas de las hojas se desparrama de golpe sobre sus cabezas.
El lugar era, en efecto, una caverna de considerables dimensiones. El reflejo dorado correspondia a una antorcha colgada de un gancho que sobresalia de la roca. A la luz de sus llamas se advertia un sinuoso pasillo central flanqueado por dos paredes: una, en la que se hallaba la propia antorcha; otra, la que sostenia los clavos dorados a los que Heracles estaba atado mediante gruesas y serpentinas cuerdas, de modo que sus brazos permanecian alzados por encima de la cabeza. El pasillo formaba un recodo a la izquierda que parecia resplandecer con luz individual, aunque mucho mas humilde que el oro de la antorcha, debido a lo cual el Descifrador dedujo que alli se encontraria la salida de la cueva, y que, probablemente, gran parte del dia habia transcurrido ya. A su derecha, sin embargo, el corredor se perdia entre rocas escarpadas y una tiniebla densisima. En el centro erguiase un hornillo colocado sobre un tripode; un atizador colgaba entre la refulgente sangre de sus ascuas. Sobre el hornillo, una escudilla repicaba con los burbujeos de un liquido dorado. Cerbero menudeaba alrededor, repartiendo los ladridos por igual entre aquel artilugio y el cuerpo inmovil de Heracles. Su amo, envuelto en un astroso manto gris, se servia de una rama para revolver el liquido de la escudilla. Su expresion mostraba la simpatica ufania con que una cocinera contempla la puja de un dorado pastel de manzanas. [132] Otros objetos que hubieran podido ser dignos de interes yacian mas alla del hornillo, junto a la pared de la antorcha, y Heracles no los distinguia muy bien.
Tarareando una cancioncilla, Crantor dejo por un instante de revolver y cogio un cazo dorado que colgaba del tripode, lo introdujo en el liquido y se lo llevo hasta la nariz. La sinuosa columna de humo que le empano el rostro parecio brotar de su propia boca.
– Hmm. Un poco caliente, pero… Toma. Te sentara bien.
Acerco el cazo a los labios de Heracles, desatando con ello la ira de Cerbero, que parecia considerar como un oprobio que su amo le ofreciera algo a aquel individuo gordo antes que a el. Heracles, que pensaba que no tenia mucha eleccion y que ademas se hallaba sediento, probo un poco. Sabia a cereal dulzon con un punto de picante. Crantor inclino el cazo y gran parte del contenido se derramo por la barba y la tunica de Heracles.
– Bebe, vamos.
Heracles bebio. [133]
– Es
Crantor asintio, regresando al hornillo.
– Hara efecto dentro de poco tiempo. Tu mismo podras comprobarlo…
– Tengo los brazos frios como serpientes -protesto Heracles-. ?Por que no me desatas?
– Cuando el
– ?Que me ha ocurrido?
– Me temo que te golpeamos y te trajimos aqui en una carreta. Por cierto: a algunos de los nuestros les ha resultado sumamente dificil salir de la Ciudad, pues los soldados ya habian sido alertados por el arconte… -levanto la negra mirada de la escudilla y la dirigio hacia Heracles-. Nos has hecho bastante dano.
– El dano os gusta -replico el Descifrador con desprecio. Y pregunto-: ?Debo entender que habeis huido?
– Oh si, todos. Yo me he quedado en la retaguardia para convidarte a un
– ?Siempre has sido el maximo lider?
– No soy el maximo lider de nada -Crantor golpeo suavemente la escudilla con la punta de la rama, como si fuera ella la que hubiera preguntado-. Soy un miembro muy importante, eso es todo. Me presente cuando supimos que la muerte de Tramaco estaba siendo investigada, lo cual nos sorprendio, porque no esperabamos que levantara sospechas de ningun tipo. El hecho de que tu fueras el principal investigador no hizo mas facil mi trabajo, aunque si mas agradable. De hecho, acepte ocuparme del asunto precisamente porque
Se acerco a Heracles con la rama colgando de sus dedos como un maestro balancea la vara de castigo frente a sus pupilos para inspirar respeto. Prosiguio:
– Mi problema era: ?como enganar a alguien a quien nada se le pasa
Crantor parecia divertido con sus propias palabras. Regreso a la escudilla y continuo revolviendo el liquido. A veces se inclinaba y chasqueaba la lengua en direccion a Cerbero, sobre todo cuando este molestaba mas de lo usual con sus chirriantes ladridos. El resplandor proveniente del recodo se hacia cada vez mas tenue.
– Asi pues, me propuse, sencillamente, impedir que
– Y disfrutaste mutilando a Eunio y Antiso.
Los ecos de la estrepitosa risotada de Crantor parecieron colgar de las paredes de la cueva y refulgir, dorados, en las esquinas.
– Pero ?todavia no lo has entendido? ?Fabrique problemas
– ?Cuando reclutasteis a esos pobres adolescentes?
Crantor nego con la cabeza, sonriendo.
– ?Nosotros nunca «reclutamos», Heracles! La gente oye hablar en secreto de nuestra religion y quiere conocerla… En este caso particular, Etis, la madre de Tramaco, supo de nuestra existencia en Eleusis poco despues de que su marido fuera ejecutado… Asistio a las reuniones clandestinas en la caverna y en los bosques y participo en los primeros rituales que mis companeros realizaron en el Atica. Luego, cuando sus hijos crecieron, los hizo adeptos de nuestra fe. Pero, como mujer inteligente que siempre ha sido, no queria que Tramaco le reprochara no haberle dado la oportunidad de elegir por si mismo, de modo que no descuido su educacion: le aconsejo que ingresara en la escuela filosofica de Platon y aprendiera todo lo que la razon puede ensenarnos, para que, al alcanzar la mayoria de edad, supiera elegir entre un camino y otro… Y Tramaco nos escogio a nosotros. No solo eso: consiguio que Antiso y Eunio, sus amigos de la Academia, participaran tambien en los ritos. Ambos procedian de rancias familias atenienses, y no necesitaron muchas palabras para dejarse convencer… Ademas, Antiso conocia a Menecmo, que, por feliz casualidad, tambien era miembro de nuestra hermandad. La «escuela» de Menecmo fue, para ellos, mucho mas productiva que la de Platon: aprendieron el goce de los cuerpos, el misterio del arte, el placer del extasis, el entusiasmo de los dioses…
Crantor habia estado hablando sin mirar a Heracles, sus ojos fijos en un punto inconcreto de la creciente oscuridad. En aquel momento, se volvio repentinamente hacia el Descifrador y anadio, siempre risueno:
– ?No existian los celos entre ellos! Esa fue una idea