– Depende del Porsche. Senorita Verger, necesito hablar con su hermano.
– Habran acabado de arreglarlo en cinco minutos. Podemos empezar a subir.
Los enormes muslos de Margot Verger hacian sisear la sarga de sus pantalones mientras subia la escalera. Su pelo trigueno era lo bastante ralo como para que Starling se preguntara si tomaria esteroides y tendria que sujetarse el clitoris con cinta adhesiva.
A Starling, que habia pasado la mayor parte de su infancia en un orfanato luterano, la vastedad de los espacios, las vigas pintadas de los techos y las paredes llenas de retratos de muertos de aspecto importante le hicieron pensar en un museo. En los rellanos habia jarrones chinos y los pasillos estaban cubiertos por largas alfombras marroquies.
Al llegar al ala nueva de la casa se producia un corte brusco en el estilo. Tras cruzar una puerta de dos hojas de cristal esmerilado, que desentonaba con el vestibulo abovedado, se accedia a un anexo moderno y funcional.
Margot Verger se detuvo ante la puerta y dirigio a Starling una de sus miradas brillantes e irritadas.
– Hay personas a las que les cuesta hablar con Mason -le advirtio-. Si se siente incomoda, o no puede soportarlo, yo puedo informarle mas tarde de lo que se le haya olvidado preguntarle.
Existe una emocion que todos conocemos pero a la que nadie ha sabido dar nombre: el regocijo que experimentamos cuando creemos inminente una ocasion de despreciar al projimo. Starling percibio aquello en el rostro de Margot Verger.
– Gracias -fue todo lo que contesto.
Para sorpresa de Starling, la primera habitacion del ala era una sala de juegos enorme y bien equipada. Dos ninos afroamericanos jugaban entre animales de peluche de tamano gigante, uno montado en una pequena noria y el otro empujando un camion por el suelo. En las esquinas habia todos los triciclos y coches imaginables, y en el centro, un amplio parque infantil con el suelo acolchado.
En una esquina de la sala, un individuo alto vestido de enfermero leia el
Starling ya habia dejado de sufrir cada vez que veia a un nino de color, pero no podia apartar la vista de aquellos dos. Su alegre afan en torno a los juguetes la conmovio mientras cruzaba la sala siguiendo a Margot Verger.
– A Mason le gusta mirarlos -le explico la mujer-. Y como a ellos les asusta verlo, a todos menos a los muy pequenos, ha ideado este sistema. Luego montan los ponis. Son ninos de la guarderia de los servicios sociales de Baltimore.
Solo era posible llegar a la habitacion de Mason Verger atravesando su cuarto de bano, una estancia que ocupaba todo el ancho del ala y no desmerecia de un balneario. El acero, el cromo y la alfombra industrial le daban un aire institucional, y estaba llena de duchas con puertas correderas, baneras de acero inoxidable sobre las que pendian poleas, mangueras enrolladas de color naranja, saunas y enormes armarios de cristal llenos de unguentos de la farmacia de Santa Maria Novella de Florencia. El aire del cuarto de bano conservaba el vaho de un uso reciente y olia a balsamo y a linimento de gaulteria.
Starling vio luz bajo la puerta de la habitacion de Mason Verger. Se apago en cuanto su hermana puso la mano sobre el pomo.
Un sofa situado en una esquina recibia una luz cruda procedente del techo. Sobre el colgaba una aceptable reproduccion del grabado
De la negrura llegaba el sonido de una maquina que trabajaba ritmicamente, silbando y suspirando a compas.
– Buenas tardes, agente Starling -resono una voz amplificada electronicamente. La be se habia esfumado.
– Buenas tardes, senor Verger -dijo Starling a la oscuridad, con el calor de la luz cayendole sobre la cabeza.
Pero la tarde estaba en otra parte. La tarde no entraba en aquel reducto.
– Sientese, por favor.
«Tengo que hacerlo. Es lo mejor. Es lo que toca.»
– Senor Verger, la conversacion que mantendremos sera una declaracion formal y tendre que grabarla. ?Tiene algun inconveniente?
– En absoluto -las palabras sonaron entre dos suspiros de la maquina, expurgadas de la be y la ese-. Margot, creo que ya puedes dejarnos solos.
Sin mirar a Starling, Margot Verger dejo la habitacion haciendo sisear sus pantalones de amazona.
– Senor Verger, si no le importa, quisiera ponerle este microfono en la ropa o en el almohadon, o puedo ir en busca del enfermero si lo prefiere.
– No es necesario -dijo, a excepcion de las dos eses. Espero a recibir oxigeno de la siguiente exhalacion mecanica-. Hagalo usted misma, agente Starling. ?Puede ver donde estoy?
Starling no consiguio encontrar ningun interruptor. Penso que veria mejor si salia del resplandor y se interno en la zona oscura con una mano por delante, guiandose por el olor a balsamo y linimento.
Estaba mas cerca de la cama de lo que habia creido cuando el hombre encendio la luz.
El rostro de Starling permanecio impasible. La mano que sostenia el microfono hizo un amago de retroceder, apenas un par de centimetros.
Lo primero que penso no tenia relacion con lo que sentia en pecho y estomago; se dio cuenta de que las anomalias de su forma de hablar se debian a que no tenia labios. Despues, comprendio que no estaba ciego. Su unico ojo azul la miraba a traves de una especie de monoculo al que estaba conectado un tubo que mantenia humedo el globo sin parpado. En cuanto al resto, anos atras los cirujanos habian hecho todo lo humanamente posible aplicando amplios injertos de piel sobre los huesos.
Mason Verger, sin labios ni nariz, sin tejido blando en el rostro, era todo dientes, como una criatura de las profundidades marinas. Acostumbrados como estamos a las mascaras, la conmocion ante semejante vista no es inmediata. La sacudida solo llega cuando comprendemos que aquel es un rostro humano tras el cual hay un ser pensante. Nos produce escalofrios con sus movimientos, con la articulacion de la mandibula, con el girar del ojo para mirarnos. Para mirar una cara normal.
El cabello de Mason Verger era hermoso y, sin embargo, era lo que mas dificil resultaba mirar. Moreno con mechones grises, estaba trenzado formando una cola de caballo lo bastante larga como para alcanzar el suelo si se la pasaran por detras del almohadon. En ese momento estaba enroscada sobre su pecho encima del respirador en forma de caparazon de tortuga. Cabello humano creciendo de un craneo arruinado, con las vueltas brillando como escamas superpuestas.
Bajo la sabana, el cuerpo completamente paralizado de Mason Verger se consumia como una vela en la cama elevada de hospital.
Ante el rostro tenia los controles, que parecian una zampona o una armonica de plastico blanco. Enrosco la lengua alrededor del extremo de uno de los tubos y soplo aprovechando el siguiente golpe de aire del respirador. La cama respondio con un zumbido, giro ligeramente dejandolo frente a Starling y aumento la elevacion de su cabeza.
– Agradezco a Dios lo que paso -dijo Verger-. Fue mi salvacion. ?Ha aceptado usted a Jesus? ?Tiene usted fe?
– Me eduque en un ambiente de estricta religiosidad, senor Verger. Supongo que algo me habra quedado -le contesto Starling-. Ahora, si no tiene inconveniente, voy a fijar esto en la funda del almohadon. Aqui no le molesta, ?verdad? -la voz sono demasiado vivaz y maternal para ser la suya.
Tener la mano junto a la cabeza del hombre, ver las dos carnes casi en contacto, no ayudaba a Starling, como tampoco lo hacia el latido de las venas injertadas sobre los huesos de la cara; su ritmica dilatacion hacia que parecieran gusanos engullendo.
Aliviada, solto cable y anduvo de espaldas hacia la mesa, donde tenia la grabadora y otro microfono independiente.
– Habla la agente especial Clarice M. Starling, numero del FBI 5143690, recogiendo la declaracion de Mason R.