Encontrar informacion medica sobre el doctor Hannibal Lecter no era facil. Si se considera su absoluto desprecio por el estamento medico y por la mayor parte de sus miembros, no sorprende que nunca tuviera un medico de cabecera.
El Hospital Psiquiatrico Penitenciario de Baltimore, en el que el doctor Lecter permanecio bajo custodia hasta su tragico traslado a Memphis, habia cerrado sus puertas y ya no era mas que otro edificio abandonado a la espera de ser demolido.
La policia estatal de Tennessee fue la ultima fuerza encargada de la vigilancia del doctor Lecter antes de su huida, pero en sus dependencias afirmaban no haber recibido nunca el historial medico del doctor. Los agentes que lo condujeron de Baltimore a Memphis, muertos en la actualidad, habian firmado el recibo del recluso, pero no el de ninguna documentacion sanitaria.
Starling paso todo un dia al telefono y delante del ordenador; despues se puso a buscar en persona en los depositos de pruebas de Quantico y del edificio J. Edgar Hoover. Perdio una manana trepando por las atestadas estanterias del polvoriento y maloliente deposito de pruebas del Departamento de Policia de Baltimore, asi como una tarde desquiciada viendoselas con la coleccion sin catalogar de pertenencias de Hannibal Lecter en la Biblioteca Fitzhugh de Historia Legal, donde el tiempo parecio detenerse mientras los empleados intentaban dar con las llaves.
Al final, todo lo que consiguio fue una sola hoja de papel: el escueto reconocimiento medico a que se sometio al doctor Lecter cuando la policia estatal de Maryland lo arresto por primera vez. Pero ni rastro de un historial medico adjunto.
Inelle Corey habia sobrevivido a la desaparicion del Hospital Psiquiatrico Penitenciario de Baltimore y pasado a mejor vida en el Departamento de Sanidad del Estado de Maryland. No queria entrevistarse con Starling en su despacho, asi que se cito con ella en la cafeteria de la planta baja.
Starling tenia la costumbre de llegar con antelacion y estudiar el lugar de la cita desde cierta distancia. Corey fue escrupulosamente puntual. Era una mujer palida y maciza de unos treinta y cinco anos, y no llevaba maquillaje ni joyas. La melena casi le llegaba a la cintura, tal como la habia llevado en el instituto, y calzaba sandalias blancas con calcetines.
Starling cogio bolsitas de azucar en el aparador de los condimentos y observo a Corey mientras se sentaba en la mesa convenida.
Suele pensarse que todos los protestantes tienen el mismo aspecto. Nada mas alejado de la verdad. Del mismo modo que algunos caribenos son capaces de adivinar la isla concreta de la que procede otro, Starling, educada por luteranos, contemplo a aquella mujer y se dijo a si misma: «Iglesia de Cristo, puede que con un Nazareno en el exterior».
Starling se quito las joyas, un sencillo brazalete y un aro de oro en la oreja buena, y se los guardo en el bolso. El reloj era de plastico, asi que daba igual. No podia hacer nada respecto al resto de su apariencia.
– ?Inelle Corey? ?Un cafe? -Starling traia dos tazas.
– Se pronuncia «Ainel». No tomo cafe.
– Entonces me tomare yo los dos. ?Quiere otra cosa? Me llamo Clarice Starling.
– No quiero nada. ?Le importa ensenarme su identificacion?
– Claro que no -respondio Starling-. Senorita Corey… ?Puedo llamarla Inelle?
La mujer se encogio de hombros.
– Inelle, necesito ayuda en un asunto que no le afecta a usted personalmente. Solo le pido que me oriente para encontrar cierta documentacion de los archivos del Hospital Psiquiatrico Penitenciario de Baltimore.
Inelle Corey exageraba la precision cuando queria expresar indignacion o colera.
– Ya pasamos por esto con el Departamento de Sanidad en el momento del cierre, senorita…
– Starling.
– Senorita Starling. Si investiga, descubrira que ningun paciente salio del hospital sin su carpeta. Que ninguna carpeta salio del hospital sin recibir el visto bueno de un supervisor. Y en cuanto a los fallecidos, el Departamento de Sanidad no necesitaba sus carpetas, la Oficina de Estadisticas Vitales no las quiso, y por lo que yo se, las carpetas de los internos fallecidos se quedaron en el Hospital de Baltimore despues de mi traslado, y yo fui una de los ultimos en dejar el centro. Las fugas fueron al Departamento de Policia y a la oficina del sheriff.
– ?Las… fugas?
– Me refiero a los que se marchaban por su cuenta y riesgo. Los presos de confianza lo hicieron alguna que otra vez.
– ?Podria ser el caso del doctor Lecter? En su opinion, ?su historial podria haber ido a parar a los archivos de la policia?
– El no fue una fuga. Nunca se nos podra reprochar su desaparicion. Cuando huyo ya no estaba bajo nuestra custodia. Fui alla abajo en una ocasion y lo vi, se lo ensene a mi hermana cuando vino de visita con sus hijos. Siento algo asi como frio y asco cuando lo recuerdo. Provoco a uno de los otros para que nos arrojara… -la mujer bajo la voz- su leche. ?Sabe a que me refiero?
– He oido la expresion -dijo Starling-. Por casualidad, ?no seria el senor Miggs?
– Lo he borrado de mi cabeza. Pero me acuerdo de usted. Vino al hospital y hablo con Fred… con el doctor Chilton, y bajo al sotano a hablar con Lecter, ?no fue asi?
– Si.
El doctor Frederick Chilton, director del Hospital Psiquiatrico Penitenciario de Baltimore, habia desaparecido durante sus vacaciones, despues de la huida del doctor Lecter.
– Supongo que se entero de la desaparicion de Fred.
– Si, eso me dijeron.
La senorita Corey vertio unas lagrimas rapidas y relucientes.
– Estabamos prometidos -explico-. Desaparecio y al poco tiempo el hospital cerro. Fue como si se me cayera encima el techo. Si no hubiera sido por mi iglesia no habria salido adelante.
– Lo siento -dijo Starling-. Ahora tiene un buen trabajo.
– Pero no tengo a Fred. Era un hombre extraordinario. Compartiamos un amor de los que no se encuentran todos los dias. Lo eligieron Alumno del Ano cuando estaba en el instituto en Canton.
– Entiendo. Permitame preguntarle algo, Inelle: ?guardaba Fred los informes en su despacho o estaban fuera, en recepcion, donde usted atendia el mostrador?
– Se guardaban en los archivadores de su despacho; pero llego a haber tantos que colocamos archivadores grandes en recepcion. Siempre estaban cerrados con llave, por supuesto. Despues del cierre, los trasladaron temporalmente al dispensario de metadona, pero mucha documentacion fue a otros sitios.
– ?Vio y manejo alguna vez el informe del doctor Lecter?
– Claro.
– ?Recuerda que contuviera alguna radiografia? Las radiografias, ?se guardaban con las historias clinicas o aparte?
– Con ellas. Se archivaban juntas. Eran mayores que los archivadores, lo que suponia un engorro. Teniamos un aparato de rayos X, pero no un radiologo fijo, de forma que no tenia su propio archivo. Si he de serle sincera, no recuerdo si su historia contenia alguna radiografia. Lo que si habia era la grabacion de un electrocardiograma, que Fred solia ensenar a la gente. El doctor Lecter, aunque no se por que le llamo «doctor», estaba conectado al electrocardiografo cuando atrapo a la enfermera. Le aseguro que fue espantoso. Su pulso apenas se altero mientras la atacaba. Le dislocaron un hombro entre todos los celadores cuando lo agarraron y tiraron de el para separarlo de la chica. Lo logico es que despues le hicieran alguna radiografia. Yo le habria dislocado algo mas que el hombro.
– Si se acuerda de alguna cosa mas, cualquier otro lugar donde pudiera estar el archivo, ?me llamara?
– Haremos lo que llaman una busqueda global -respondio la senorita Corey saboreando la expresion-; pero dudo mucho que encontremos nada. Muchos de los papeles quedaron abandonados, no por nosotros, sino por los del dispensario de metadona.
Los gruesos tazones de cafe eran de esos que hacen que las gotas resbalen por el borde exterior. Starling observo a Inelle Corey mientras se alejaba pesadamente como una pecadora mas y se bebio media taza con una servilleta bajo la barbilla.
Starling volvia a ser la misma de siempre poco a poco. Sabia que estaba harta de alguna cosa. Puede que se