– Solo lo suficiente para comprobar que no tenian valor. ?Por que no ibamos a hacerlo? Ustedes nunca nos contaron nada. Conseguimos una pista sobre Creta que resulto falsa, y otra sobre Uruguay que nunca pudimos comprobar. Quiero que comprenda que no se trata de una venganza, senorita Starling. He perdonado al doctor Lecter, lo mismo que Nuestro Senor perdono a los soldados romanos.

– Senor Verger, usted informo a mis superiores de que ahora podria tener algo.

– Mire en el cajon de la mesa del fondo.

Starling saco de su bolso los guantes blancos de algodon y se los puso. En el cajon habia un gran sobre de papel manila. Era rigido y pesado. Saco una radiografia y la puso contra la luz procedente del techo. Conto los dedos. Cuatro mas el pulgar.

– Fijese en los metacarpianos, ?sabe a que me refiero?

– Si.

– Cuente los nudillos.

Cinco.

– Contando el pulgar, esa persona tenia seis dedos en su mano izquierda. Como el doctor Lecter.

– Como el doctor Lecter.

La esquina donde debian aparecer el numero del paciente y el origen de la radiografia habia sido recortada.

– ?De donde procede, senor Verger?

– De Rio de Janeiro. Para averiguar mas tendre que pagar. Una fortuna. ?Puede decirme si es el doctor Lecter? Tengo que saber si merece la pena pagar.

– Lo intentare, senor Verger. Haremos todo lo que podamos. ?Tiene el sobre en el que llego la radiografia?

– Margot lo ha guardado en una bolsa de plastico, ella se lo dara. Si no le importa, senorita Starling, estoy un poco cansado y necesito atenciones.

– Nos pondremos en contacto con usted, senor Verger.

Apenas habia salido Starling, cuando Mason Verger soplo en el tubo del extremo y llamo a Cordell. El enfermero llego de la sala de juegos y le leyo el contenido de una carpeta rotulada «DEPARTAMENTO DE TUTELA INFANTIL DE LA CIUDAD DE BALTIMORE».

– Se llama Franklin, ?eh? Traemelo -ordeno Mason, y apago su luz.

El nino se quedo de pie, solo bajo la brillante luz que se derramaba desde el techo sobre el sofa, intentando penetrar con la vista la jadeante oscuridad.

– ?Eres Franklin? -pregunto la profunda voz.

– Franklin -dijo el nino.

– ?Con quien vives, Franklin?

– Con mama, con Shirley y con Stringbeam.

– Y Stringbeam ?siempre esta con vosotros?

– Viene y va.

– ?Has dicho «Viene y va»?

– Si.

– Mama no es tu verdadera mama, ?verdad, Franklin?

– Es mi mama adoptiva.

– Pero no es la primera que has tenido, ?a que no?

– No.

– ?Te gusta tu casa, Franklin?

La cara del nino se ilumino.

– Tenemos un minino. Y mama hace pasteles en el horno.

– ?Cuanto tiempo hace que vives alli, en casa de mama?

– No se.

– ?Has celebrado algun cumpleanos alli?

– Una vez. Shirley hizo polos.

– ?Te gustan los polos?

– Los de fresa.

– ?Quieres a mama y a Shirley?

– Aja, si que las quiero. Y al minino, tambien.

– ?Te gusta vivir alli? ?Tienes miedo cuando te vas a la cama?

– Aja. Duermo en el cuarto con Shirley. Shirley es grande.

– Franklin, ya no puedes vivir alli, con mama, Shirley y el minino. Tienes que irte.

– ?Quien dice eso?

– Lo dice el gobierno. Mama ha perdido su trabajo y el derecho a adoptar. La policia encontro un cigarrillo de marihuana en tu casa. Cuando acabe esta semana ya no volveras a ver a mama. Tampoco a Shirley ni al minino.

– No -dijo Franklin.

– O a lo mejor es que ya no te quieren, Franklin. ?Tienes alguna cosa mala? ?Tienes alguna llaga o algo sucio? ?Crees que tu piel es demasiado oscura para que ellos te quieran?

Franklin se tiro de la camisa y se miro la tripilla morena. Sacudio la cabeza. Estaba llorando.

– ?Sabes lo que le pasara al minino? ?Como se llama el minino?

– Se llama Minino, ese es su nombre.

– ?Sabes lo que le pasara al minino? Los policias lo llevaran al deposito y el medico que hay alli le pondra una inyeccion. ?Te han puesto alguna inyeccion en la guarderia? ?Te ha pinchado la enfermera? ?Con una aguja muy brillante? Pues al minino le pondran una inyeccion. Cuando vea la aguja se asustara mucho, mucho. Le pincharan y le dolera, y luego el minino se morira.

Franklin cogio la falda de la camisa y se la llevo a la cara. Se metio el dedo gordo en la boca, algo que no habia hecho en un ano, desde que mama le pidio que dejara de hacerlo.

– Ven aqui -dijo la voz desde la oscuridad-. Acercate y te dire lo que puedes hacer para que no le pongan una inyeccion al minino. ?Tu quieres que le pinchen? ?No? Entonces, ven, Franklin.

Franklin, llorando a moco tendido y chupandose el dedo, avanzo despacio hacia la oscuridad. Cuando estaba a cinco metros de la cama, Mason soplo en. su armonica y la luz se hizo.

Por un coraje innato, o por sus ganas de salvar al minino, o porque intuia que no le quedaba ningun sitio al que huir, Franklin no hizo el menor movimiento. No corrio. Se quedo donde estaba, mirando el rostro de Mason.

Mason hubiera arqueado las cejas, si las hubiera tenido, ante semejante decepcion.

– Puedes salvar al minino de la inyeccion dandole tu mismo veneno para las ratas -le dijo Mason. La uve se habia perdido, pero el nino comprendio perfectamente, y se saco el dedo de la boca.

– Eres un viejo malo -le solto-. Y tambien feo.

Dio media vuelta y salio de la habitacion, atraveso la sala de las mangueras enrolladas y volvio a la sala de juegos.

Mason lo observo en la pantalla de video.

El enfermero levanto la vista y se quedo vigilando al nino mientras hacia como que hojeaba el Vogue.

Franklin habia perdido el interes por los juguetes. Fue hacia un extremo de la sala y se sento bajo la jirafa, de cara a la pared. Era todo lo que podia hacer para no chuparse el dedo.

Cordell lo observo atentamente a la espera de que empezara a llorar. Cuando vio que los hombros del nino empezaban a sacudirse, fue hacia el y le enjugo las lagrimas con gasas esteriles. Luego puso las gasas humedas en la copa de martini de Mason, que se enfriaba en el frigorifico de la sala de juegos, junto al zumo de naranja y las Coca-Colas.

CAPITULO 10

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