Miedo. Presion. Ya no entienden otro lenguaje. Mande a alguien a que hiciera una visita a Verger y le explicara lo mucho que perjudicaria a la caza de Lecter que te dieran el pasaporte. Lo que paso a continuacion, a quien llamo Verger despues, ni lo se ni me importa. Supongo que le dio un toque a nuestro representante en el Congreso, el senor Vellmore.
Un ano antes, Crawford no hubiera jugado aquella carta. Starling escruto el rostro de su superior en busca de alguno de los signos de la demencia temporal que suele asaltar a los jubilados en ciernes. No percibio ninguno, pero Crawford parecia hastiado.
– Verger no es agradable, Starling, y no me refiero solo a su cara. Averigua lo que sabe y vuelve con la informacion. Trabajaremos sobre ella. Por fin.
Starling sabia que durante anos, desde que se graduo en la Academia del FBI, Crawford habia intentado que la destinaran a Ciencias del Comportamiento.
Ahora que era una agente veterana, veterana en muchas misiones de segunda categoria, se daba cuenta de que su temprano exito en capturar al asesino en serie Jame Gumb era el origen de sus problemas en el Bureau. Habia sido una estrella en alza que se partio la crisma a media ascension. En las semanas previas a la captura de Gumb, se habia ganado al menos un enemigo poderoso y los celos de buen numero de sus colegas masculinos. Eso, y una cierta falta de mano izquierda, la habian reducido a pasar anos en brigadas de choque, brigadas de intervencion rapida en atracos a bancos y brigadas encargadas de ejecutar ordenes de arresto, viendo Newark por encima del canon de una escopeta. Al final, considerada demasiado irascible para trabajar en grupo, la habian convertido en agente tecnica encargada de pinchar telefonos y poner microfonos en los coches de gangsteres y traficantes de pornografia infantil, y se habia visto obligada a pasar noches de solitaria vigilancia atendiendo escuchas telefonicas autorizadas por el titulo tercero. Y en cuanto una agencia hermana solicitaba a alguien competente para una operacion, la cedian. Tenia una fuerza sorprendente y era rapida y segura con el arma.
Crawford veia aquello como una oportunidad para Starling. Estaba seguro de que la agente siempre habia querido atrapar a Lecter. Pero la verdad era bastante mas complicada.
El hombre la miraba con curiosidad.
– Sigues teniendo la cara manchada de polvora.
Los granos de polvora quemada del revolver del difunto Jame Gumb le habian dejado una marca negra en la mejilla.
– No he tenido tiempo de quitarmelo -le respondio Starling.
– ?Sabes como llaman los franceses a un lunar asi, una
Crawford tenia toda una biblioteca sobre tatuajes, simbologia, mutilacion ritual…
Starling nego con la cabeza.
– La llaman «coraje» -le explico Crawford-. Tu puedes llevarla. Yo que tu no me la quitaria.
CAPITULO 9
Muskrat Farm, la propiedad de los Verger en el norte de Maryland, cerca del rio Susquehanna, es de una belleza inquietante. La dinastia familiar la adquirio en los anos treinta, cuando sus miembros decidieron trasladarse al este desde Chicago para estar mas cerca de Washington, mudanza que bien podian permitirse. La aptitud para los negocios y el olfato politico de los Verger les habian permitido llenarse los bolsillos suministrando carne al ejercito desde los tiempos de la Guerra de la Secesion.
El escandalo de «la ternera embalsamada» durante la guerra con Espana apenas los salpico. Cuando Upton Sinclair y otros metomentodo como el investigaron las peligrosas condiciones de trabajo en las plantas de empaquetado de carne de Chicago, descubrieron que varios empleados de los Verger, convertidos en tocino por inadvertencia, habian sido enlatados y vendidos como pura manteca de cerdo Durham, la favorita de los panaderos. Pero las averiguaciones exculparon a los Verger, que no perdieron ni un solo contrato con el gobierno.
Los Verger evitaron aquellos atolladeros potenciales y otros muchos comprando politicos; de hecho, su unico tropiezo serio se produjo en 1906, cuando tuvieron que pasar el Acta de Inspeccion de la Carne.
En la actualidad el imperio familiar sacrifica ochenta y seis mil vacunos y aproximadamente treinta y seis mil cerdos al dia, cantidades que oscilan levemente dependiendo de la temporada.
El cesped recien podado de Muskrat Farm y los arriates cuajados de lilas mecidas por el viento despiden un olor que no se parece en nada al de los mataderos. No hay mas animales que los ponis adiestrados para que los monten los grupos de ninos, y simpaticos grupos de gansos que picotean la hierba contoneando el trasero. No hay perros. La casa, el granero y los terrenos ocupan el centro de un parque nacional de quince kilometros cuadrados de bosque, y seguiran alli a perpetuidad gracias a una dispensa especial otorgada por el Departamento de Interior.
Como muchos enclaves de los muy ricos, Muskrat Farm no es facil de encontrar la primera vez que uno la visita. Clarice Starling abandono la autopista una salida mas alla de la que correspondia. Al volver por la carretera de servicio, encontro en primer lugar la entrada de los proveedores, una gran verja asegurada con cadena y candado en la alta valla que rodeaba el bosque. Al otro lado, un camino forestal desaparecia bajo el arco que formaban los arboles. No habia interfono. Tres kilometros mas adelante vio la entrada principal, situada al final de un cuidado camino de acceso de unos cien metros de longitud y flanqueada por una caseta. El guarda uniformado tenia apuntado su nombre en una tablilla con sujetapapeles.
Otros tres kilometros a lo largo de una carretera irreprochable la condujeron hasta la granja.
Starling detuvo el ruidoso Mustang para dejar que un grupo de gansos cruzara el camino. Vio una hilera de ninos montados en rechonchos Shetlands que salian de un hermoso granero a unos trescientos metros de la casa. El edificio principal era una mansion magnifica disenada por Stanford White que se alzaba entre colinas bajas. El lugar rebosaba solidez y abundancia, como un reino de hermosos suenos. Starling no pudo evitar que el espectaculo la impresionara.
Los Verger habian tenido el buen gusto de conservar la casa tal como era originalmente, con la excepcion de un anadido que Starling no podia ver aun, una moderna ala que salia de la parte superior de la fachada este, como un apendice extra injertado en un grotesco experimento medico.
Starling aparco bajo el portico central. Cuando apago el motor, pudo oir su propia respiracion. Por el retrovisor vio que alguien se acercaba a caballo. Las herraduras resonaron contra el pavimento cercano al coche cuando Starling salio de el.
Un jinete de anchos hombros y corto pelo rubio salto de la silla y entrego las riendas a un mozo de cuadra sin mirarlo.
– Llevalo a las cuadras -ordeno con voz profunda y aspera-. Soy Margot Verger.
Vista de cerca, era evidente que se trataba de una mujer. Margot Verger le tendio la mano con el brazo rigido desde el hombro. Estaba claro que practicaba el culturismo. Bajo el cuello nervudo, los hombros y los brazos macizos tensaban el tejido de su polo de tenis. Los ojos tenian un brillo seco y parecian irritados, como si padeciera escasez de lagrimas. Llevaba pantalones de montar de sarga y botas sin espuelas.
– ?Que coche es ese? -pregunto-. ?Un viejo Mustang?
– Del ochenta y ocho.
– ?De los de cinco litros? Parece como si se agachara sobre las ruedas.
– Si. Es un Mustang Roush.
– ?Y le gusta?
– Mucho.
– ?A cuanto se pone?
– No lo se. A bastante, creo.
– ?Le da miedo comprobarlo?
– Mas bien respeto. Yo diria que lo uso con respeto -explico Starling.
– ?Sabia lo que hacia cuando lo compro?
– Sabia lo bastante cuando lo vi en una subasta de objetos incautados a unos traficantes. Y aprendi mas despues.
– ?Cree que podria con mi Porsche?