estaban comportando como un hatajo de hienas y de pronto todo acabo y se fueron con el rabo entre las piernas. Algo o alguien les quito la idea de la cabeza.
– Puede que tengas un angel de la guarda, Starling.
– Puede que si. ?Que tuvo que hacer, Jack?
Crawford meneo la cabeza.
– Por favor, Starling, cierra la puerta -encontro un kleenex arrugado en el bolsillo y se limpio las gafas con el-. Habria hecho algo si hubiera podido. Pero no tenia suficiente fuerza por mi mismo. Si el senador Martin siguiera en activo, te habria conseguido apoyo… Se cepillaron a John Brigham en esa operacion. Como si lo hubieran tirado a la basura. Hubiera sido una verguenza que hicieran lo mismo contigo. Me he sentido como si os estuviera cargando en un jeep a John y a ti.
Las mejillas de Crawford enrojecieron y la mujer se acordo de su rostro al viento cortante que soplaba sobre la tumba de John Brigham. Crawford nunca le habia hablado de su experiencia de guerra.
– Usted ha hecho algo, Jack.
El asintio.
– Algo he hecho. Pero no se si te vas a alegrar. Es un trabajo.
Un trabajo. «Trabajo» era una palabra positiva en sus respectivos diccionarios. Significaba una actividad inmediata y especifica, y servia para despejar el aire. Si podian evitarlo, no solian hablar de la turbia burocracia central del FBI. Crawford y Starling eran como los medicos de una mision, con poca paciencia para la teologia, concentrados en el nino que tienen delante, sabedores, por mas que se lo callen, de que Dios no movera un puto dedo para ayudarlos. Que no se molestara en hacer que llueva ni para salvar las vidas de cincuenta mil ninos nigerianos.
– Aunque de forma indirecta, Starling, tu benefactor ha sido tu reciente corresponsal.
– El doctor Lecter.
Starling se habia dado cuenta desde hacia tiempo de la repugnancia de su superior a pronunciar aquel nombre.
– Si, el mismo. Nos ha eludido durante todos estos anos, parecia que se lo hubiera tragado la tierra y ahora te escribe una carta. ?Por que?
Habian pasado siete anos desde que el doctor Hannibal Lecter, verdugo de al menos diez seres humanos, habia burlado las medidas de seguridad en Memphis y acabado con otras cinco vidas durante su huida.
Era como si se hubiera volatilizado. El FBI mantenia abierto el caso, y lo mantendria abierto por los siglos de los siglos, o hasta que lograran capturarlo. Lo mismo ocurria en Tennessee y otras jurisdicciones; pero ya no habia ningun efectivo asignado a su busqueda, aunque los familiares de las victimas habian llorado lagrimas de rabia ante las autoridades del estado de Tennessee pidiendo que se emprendieran acciones.
Al cabo de los anos, se disponia de toda una biblioteca de monografias academicas que intentaban desentranar los entresijos de la mente del doctor, la mayor parte escritas por psicologos que nunca se habian visto las caras con el hombre de carne y hueso. Unas cuantas se debian a psiquiatras que Lecter habia ridiculizado en las publicaciones profesionales, al parecer convencidos de que ahora podian alzar la voz sin peligro. Algunos de ellos afirmaban que sus aberraciones lo conducirian ineluctablemente al suicidio y que era posible que ya estuviera muerto.
El interes por el doctor no habia decaido, al menos en el ciberespacio. Las teorias sobre Lecter brotaban en el terreno abonado de Internet como champinones, y los que afirmaban haberlo visto en los sitios mas peregrinos rivalizaban en numero con los que decian otro tanto de Elvis. Los impostores plagaban los chats, y en la cienaga fosforescente que constituia el lado oscuro de la Red los coleccionistas de rarezas siniestras podian adquirir ilegalmente las fotografias policiales de sus aberraciones. Solo las superaba en popularidad la ejecucion de Fou- Tchou-Li.
El unico rastro del doctor en siete anos habia sido la carta recibida por Starling en plena crucifixion mediatica.
A pesar de no haber encontrado huellas digitales en la misiva, el FBI se sentia razonablemente seguro de que era autentica. Clarice Starling no tenia la menor duda.
– ?Por que lo ha hecho, Starling? -Crawford parecia casi enfadado con ella-. Nunca he pretendido comprenderlo mas de lo que lo comprenden esos psiquiatras burriciegos. Pero tu puedes explicarmelo.
– Lecter pensaba que lo ocurrido podia desenganarme… desilusionarme respecto al Bureau, y el disfruta contemplando la destruccion de la fe, es su pasatiempo favorito. Es como las fotos de iglesias desplomadas que coleccionaba. La montana de escombros de aquella iglesia de Italia que se vino abajo sobre las abuelas que asistian a una misa especial, y el arbol de Navidad que despues coloco alguien encima de ellos… Aquello lo entusiasmo. Le divierte mi situacion, juega conmigo. Cuando lo entrevistaba, le gustaba senalar las lagunas de mi educacion; esta convencido de que soy una ingenua.
Crawford hablo desde la experiencia que le proporcionaban sus anos y su soledad:
– ?Se te ha ocurrido pensar alguna vez que quiza le gustes, Starling?
– Simplemente le divierto. Las cosas lo divierten o no. Y si no…
– ?Has sentido alguna vez que le gustabas? -Crawford insistia en la diferencia entre pensar y sentir como un baptista hubiera insistido en la inmersion integral.
– Basandose en unos pocos encuentros, fue capaz de descubrirme un punado de verdades sobre mi misma. En mi opinion es muy facil confundir la perspicacia con la simpatia, por la desesperada necesidad de simpatia que todos sentimos. Puede que aprender a distinguirlas forme parte del proceso de hacerse adulto. Es duro y desagradable darse cuenta de que alguien puede comprenderte sin que ni siquiera le gustes. Y cuando ves la comprension usada como arma por un depredador, no te queda por ver nada peor. Yo… yo no tengo la menor idea de que sentimientos le inspiro al doctor Lecter.
– Pero ?que tipo de cosas te dijo, si no te molesta la pregunta?
– Me dijo que era una paleta ambiciosa y testaruda y que mis ojos brillaban como quincalla. Que calzaba zapatos baratos, pero que tenia algo de gusto, una pizca de buen gusto.
– ?Y esa fue la verdad que tanto te sorprendio?
– Pues si. Y quiza sigue siendolo. Aunque he mejorado en lo de los zapatos.
– En tu opinion, ?podria estar interesado en saber si lo delatarias despues de enviarte una carta de animo?
– El ya sabia que lo iba a delatar, mas vale que lo supiera.
– Mato a seis personas despues de que el tribunal lo mandara encerrar -dijo Crawford-. Se cargo a Miggs en el manicomio por echarte esperma a la cara, y a otros cinco en la huida. En el actual clima politico, si lo cogen no se librara de la inyeccion.
La idea hizo sonreir a Crawford. Habia sido un pionero en el estudio de los asesinos en serie. Ahora se enfrentaba a la jubilacion forzosa, mientras el monstruo que lo habia llevado por el camino de la amargura seguia en libertad. La perspectiva de ver muerto al doctor Lecter lo regocijaba sin paliativos.
Starling sabia que Crawford habia mencionado el incidente con Miggs para sacudir su atencion, para hacerla retroceder a aquellos dias terribles en que intentaba interrogar a Hannibal el Canibal en los calabozos del Hospital Psiquiatrico Penitenciario de Baltimore. Cuando Lecter jugaba con ella al gato y al raton mientras una muchacha aterrorizada se agazapaba en el pozo del sotano de Jame Gumb esperando a que la mataran. Crawford solia provocar a su interlocutor para galvanizar su atencion cuando estaba llegando al meollo de la cuestion, como ocurrio en aquella oportunidad.
– ?Sabias, Starling, que una de las primeras victimas de Lecter sigue viva?
– El chico rico. La familia ofrecio una recompensa.
– Si. Mason Verger. Vive conectado a un pulmon artificial en Maryland. Su padre ha muerto este ano y le ha dejado una fortuna amasada en el negocio de la carne. Tambien ha heredado un congresista y un miembro del Comite de Supervision Judicial que no sabian ni atarse los cordones de los zapatos sin pedir permiso al viejo Verger. Mason dice tener algo que puede ayudarnos a atrapar a Lecter. Quiere hablar contigo.
– ?Conmigo?
– Contigo. Eso es lo que quiere, y de repente todo el mundo esta de acuerdo en que es una idea estupenda.
– Es lo que quiere… despues de que usted se lo sugiriera, ?me equivoco?
– Estaban dispuestos a acabar contigo, Starling, iban a lavarse las manos y a tirarte como si fueras un trapo. Te hubieras sacrificado en vano, igual que John Brigham. Solo para salvar a un punado de burocratas del BATF.