El despacho ofrecia una hermosa vista sobre la darsena para yates; al fondo se distinguia Fort McNair, donde fueron ahorcados los acusados de conspirar para el asesinato de Lincoln.

Starling recordo haber visto las fotos de Mary Surratt pasando al lado de su propio ataud camino del patibulo levantado en el fuerte; de pie sobre la trampilla, con una capucha sobre la cabeza y la falda atada sobre las piernas para evitar un espectaculo indecoroso cuando cayera con el cuello roto hacia la oscuridad total.

Starling oyo ruido de sillas al otro lado de la puerta; los hombres se estaban levantando. Al cabo de un instante empezaron a entrar en el despacho y pudo reconocer algunas de las caras. Dios, alli estaba Noonan, el director adjunto de toda la division de investigacion.

Y alli estaba su Nemesis particular, Paul Krendler, del Departamento de Justicia, cuellilargo y con orejas de asa que le nacian mas arriba de lo normal y le daban aspecto de hiena. Krendler era un trepa, la eminencia gris detras del hombro del inspector general. Desde que Starling se le adelanto en atrapar al asesino en serie Buffalo Bill en un caso que se habia hecho celebre siete anos atras, Krendler no habia perdido ocasion de verter veneno en la ficha personal de Starling, ni dejado de cuchichear en su contra en los oidos del Comite de Ascensos.

Ninguno de aquellos individuos habia participado con ella en ninguna operacion, ni habia ejecutado con ella una orden de arresto, ni se habia arrojado al suelo para protegerse de las mismas balas, ni se habia quitado del pelo las esquirlas de la misma lluvia de cristales.

No la miraron hasta que todos levantaron la vista al mismo tiempo, como la manada que clava los ojos de repente en el animal enfermo.

– Sientese, agente Starling -le indico su jefe, el agente especial Clint Pearsall, que se frotaba la gruesa muneca como si le hiciera dano el reloj.

Sin mirarla a los ojos, le senalo un sillon encarado al ventanal. La silla del interrogado nunca es el lugar de honor.

Los siete hombres permanecieron de pie, con sus siluetas negras recortadas contra las ventanas. Starling no podia distinguir las facciones, pero veia sus piernas y sus pies por debajo de la linea de luz. Cinco de ellos calzaban los mocasines de suela gruesa con borlas que suelen llevar los charlatanes de pueblo que han conseguido llegar a Washington. Un par de Thom McAn con puntera en forma de ala y suelas Corfam y unos Florsheim con identica puntera completaban la hilera de pies. El aire olia a betun recalentado por pies sudados.

– Por si no conoce a alguno de los presentes, agente Starling, este es el director adjunto Noonan, estoy seguro de que no necesita presentacion; este es John Eldredge de la DEA; Bob Sneed, del BATF; Benny Holcomb, ayudante del alcalde; y Larkin Wainwright, inspector de nuestra Oficina de Responsabilidades Profesionales. Paul Krendler, lo conoce, ?verdad?, esta aqui de forma oficiosa en representacion del inspector general del Departamento de Justicia. Paul esta y no esta aqui, ha venido para hacernos un favor, para ayudarnos a atajar los problemas, no se si me entiende.

Starling sabia lo que decian en el servicio: un inspector federal es alguien que llega al campo de batalla cuando la batalla ha acabado para rematar a los heridos.

Las cabezas de algunas siluetas se movieron a guisa de saludo. Aquellos individuos estiraron los cuellos y escrutaron a la joven a cuyo alrededor se habian congregado. Durante unos instantes nadie dijo nada.

Bob Sneed rompio el silencio. Starling lo recordaba como el mago de la oficina de prensa del BATF que intento desodorizar el desastre de los davidianos en Waco. Era un compinche de Krendler y todo el mundo lo consideraba un lameculos.

– Agente Starling, imagino que es usted consciente de la cobertura que los periodicos y la television han dado a este asunto. Se la ha identificado sin la menor duda como la persona que acabo con la vida de Evelda Drumgo. Por desgracia, los medios de comunicacion han decidido poco menos que demonizarla.

Starling no replico.

– ?Agente Starling?

– No tengo nada que ver con la prensa, senor Sneed.

– La mujer tenia a una criatura en brazos; no es dificil comprender el problema que ello nos crea.

– No lo llevaba en brazos, sino en un arnes cruzado sobre el pecho, con los brazos y las manos ocultos y sujetando un MAC 10 debajo de una toquilla.

– ?Ha visto usted el informe de la autopsia? -le pregunto Sneed.

– No.

– Pero nunca ha negado que fue usted quien le disparo…

– ?Creia que lo iba a negar porque ustedes no han encontrado la bala? -Starling se giro hacia su jefe-. Senor Pearsall, esta es una reunion informal, ?me equivoco?

– En absoluto.

– Entonces, ?por que el senor Sneed lleva un microfono? La Division de Electronica dejo de fabricar esos microfonos de alfiler hace anos. Lleva un F-Bird en el bolsillo de la americana y esta grabandome. ?Es una moda nueva eso de ir con microfonos ocultos a los despachos de los demas?

Pearsall se puso de todos los colores. Si aquello era verdad, se trataba de una vileza de lo mas chapucera; pero nadie estaba dispuesto a que lo grabaran diciendo a Sneed que apagara aquel cacharro.

– No es el momento para salidas de tono ni acusaciones -dijo Sneed, palido de ira-. Todos estamos aqui para ayudarla.

– ?Para ayudarme a que? Fue su gente la que llamo a este despacho y consiguio que me asignaran a la operacion para que yo les ayudara a ustedes. Le di a Evelda Drumgo dos oportunidades para entregarse. Empunaba un MAC 10 por debajo de la toquilla del bebe. Acababa de dispararle a John Brigham. Ojala se hubiera rendido. Pero no lo hizo. En vez de eso, me disparo. Fue entonces cuando dispare yo. Y ahora esta muerta. ?No quiere comprobar el contador de su casete, senor Sneed?

– ?Sabia de antemano que Evelda Drumgo estaria alli? -quiso averiguar Eldredge.

– ?De antemano? Una vez dentro de la furgoneta, el agente Brigham me explico que Evelda Drumgo estaba preparando la droga en un laboratorio de metanfetaminas vigilado por sus hombres. Y me encargo que me ocupara de ella.

– No olvide que Brigham esta muerto -intervino Krendler-, y tambien Burke, ambos magnificos agentes. Ya no tienen la posibilidad de confirmar o negar nada.

Oir el nombre de John Brigham en labios de Krendler le revolvia el estomago.

– No hay muchas posibilidades de que olvide que John Brigham esta muerto, senor Krendler. Y, en efecto, era un magnifico agente, y un magnifico amigo. Y es un hecho que me ordeno encargarme de Evelda.

– Brigham le encargo semejante cosa a pesar de que usted y Evelda Drumgo ya se habian tirado de los pelos con anterioridad, ?no es eso? -ironizo Krendler.

– Vamos, Paul… -tercio Clint Pearsall.

– Fue un arresto pacifico -dijo Starling-. Se habia resistido a otros agentes en anteriores ocasiones. Pero aquella vez no ofrecio resistencia, e incluso hablamos un poco… No era ninguna idiota. Nos comportamos como dos personas. Ojala hubieramos hecho lo mismo el otro dia.

– ?No es cierto que sus palabras textuales fueron «dejala de mi cuenta»? -pregunto Sneed.

– Me limite a darme por enterada de la orden.

Holcomb, el hombre de la oficina del alcalde, y Sneed acercaron las cabezas para conferenciar en petit comite.

Sneed se estiro las mangas de la camisa.

– Senorita Starling, tenemos declaraciones del oficial Bolton, del Departamento de Policia de Washington, segun las cuales usted hizo gala de notable hostilidad verbal hacia Evelda Drumgo en la furgoneta que los conducia al lugar de autos. ?Que tiene que alegar a eso?

– A indicacion del agente Brigham, explique a los demas agentes que Evelda tenia un amplio historial de violencia, que solia ir armada y que era seropositiva. Anadi que le dariamos la oportunidad de entregarse pacificamente. Y pedi su apoyo en caso de que fuera necesario reducirla. No hubo muchos voluntarios para hacer ese trabajo, se lo puedo asegurar.

Clint Pearsall hizo de tripas corazon:

– Despues de que el coche de los Tullidos chocara y uno de los delincuentes saliera huyendo, ?pudo ver que el coche se agitaba y oir a la criatura llorando en su interior?

– Chillando -puntualizo Starling-. Levante la mano y ordene a todo el mundo que dejara de disparar; luego me

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