manchado que habia contenido judias. Mas comida basura. Excrementos secos y servilletas de papel manchadas en un rincon. La luz llegaba apenas hasta el sotano, y cesaba ante la enorme puerta metalica de la seccion para presos violentos, que ahora estaba abierta de par en par y sujeta al muro por un gancho. Starling enfoco la linterna hacia las celdas en forma de D e ilumino cinco de ellas con toda la potencia del rayo.
El haz recorrio el largo corredor de la antigua seccion de maxima seguridad. Habia un bulto en el extremo mas alejado. Era inquietante ver las celdas abiertas de par en par. El suelo estaba lleno de envoltorios de comida y vasos de papel, y sobre la mesa del celador habia un bote de refresco, ennegrecido por su uso como pipa de crack.
Starling acciono los interruptores de la luz que habia tras la mesa del celador. Nada. Saco el telefono celular. El rojo del piloto brillaba en la semioscuridad. Sabia que el aparato no funcionaba en los subterraneos, pero se puso a dar voces por el auricular:
– Barry, da marcha atras y acerca la furgoneta a la entrada lateral. Trae un reflector. Necesitaras una plataforma con ruedas para bajarlo todo por las escaleras… Si, ven ahora -a continuacion, Starling alzo la voz hacia la oscuridad-: Escucheme con atencion quien este ahi. Soy una agente federal. Si viven aqui de forma ilegal, pueden marcharse sin problemas. No los arrestare. No estoy aqui por ustedes. Pueden volver cuando yo haya acabado aqui, me es exactamente igual. Ahora, empiecen a salir. Si intentan cualquier cosa, me vere en la necesidad de meterles la pistola por el culo. Gracias por su atencion.
La voz resono a lo largo del corredor donde tantas otras se habian desganitado convertidas en berridos inhumanos, mientras sus duenos, ya sin dientes, chupaban los barrotes.
Starling echaba de menos la presencia tranquilizadora del enorme celador, Barney, que la habia recibido en las ocasiones en que se entrevisto con el doctor Lecter. Recordo la extrana cortesia con la que aquel hombre y el doctor se trataban. Pero ahora no habia ningun Barney. Un sonsonete de sus tiempos de escolar le rondaba por la cabeza y, como disciplina, se obligo a recordarlo.
Claro, «El jardin del rosal». Pero aquel jodido sitio no era precisamente el jardin del rosal.
Starling, a quien los recientes editoriales de los periodicos hubieran debido incitar a odiar su pistola tanto como a si misma, seguia encontrando reconfortante el tacto de su arma en situaciones como aquella. Sostuvo la 45 contra la pierna y penetro en el corredor precedida por el haz de la linterna. Es dificil cubrir ambos flancos al mismo tiempo, y vital asegurarse de que no se deja a nadie a nuestras espaldas. Se oia gotear agua.
En algunas celdas habia armazones de camas desmontados y amontonados. En otras, pilas de colchones. En el centro del corredor se habia acumulado el agua, y Starling, preocupada como siempre por sus zapatos, avanzaba sorteando el estrecho charco. Se acordo de la advertencia de Barney hacia ocho anos, cuando todas las celdas estaban ocupadas. «Una vez dentro, vaya por en medio.»
Estupendo, archivadores. Al final del corredor, en el centro, color verde oliva mate a la luz de la linterna.
Ahi estaba la celda que ocupara
YO QUIERO UNIRME A CRISTO,
QUIERO IR CON EL SENOR
PODRE UNIRME A CRISTO
SI SOY MUCHO MEJOR.
Starling aun conservaba el texto, laboriosamente escrito con lapices de colores, en algun sitio.
La celda estaba llena de colchones y balas de ropa de cama atadas con sabanas.
Y, por fin, la celda del doctor Lecter.
La pesada mesa en la que leia seguia atornillada al suelo en medio del recinto. Habian desaparecido los estantes donde ponia sus libros, pero las palomillas aun sobresalian de la pared.
Starling se habia olvidado de los archivadores y parecia incapaz de apartar los ojos de aquella celda. Alli habia tenido lugar el encuentro mas importante de su vida. Alli se habia sentido asombrada, confundida, sobrecogida.
En aquel lugar habia escuchado cosas sobre si misma tan terriblemente ciertas que el corazon le habia retumbado como una enorme y grave campana.
Queria entrar. Su deseo de penetrar en aquella celda era semejante al que nos incita a arrojarnos de un balcon, a la atraccion que el brillo de los railes ejerce sobre nosotros cuando sabemos que se esta acercando un tren.
Starling paseo el haz de la linterna a su alrededor, miro detras de la hilera de archivadores y enfoco la luz al interior de las celdas proximas.
La curiosidad la empujo a cruzar el umbral. Se quedo en el centro de aquel reducto donde Hannibal Lecter habia vivido ocho anos. Ocupo el espacio que habia pertenecido al doctor, donde lo habia visto, de pie, por primera vez, esperando sentir unos escalofrios que no se produjeron. Dejo sobre la mesa la pistola y la linterna, procurando que esta no rodara, y apoyo las palmas de las manos en el tablero. Solo sintio la rugosidad de unas migas.
Sobre cualquier otro, prevalecio un sentimiento de decepcion. La celda estaba tan vacia de su antiguo ocupante como la muda abandonada por una serpiente. Starling se dio cuenta en ese momento de algo en lo que apenas habia reparado: el peligro y la muerte no tienen por que llegar embozados en un manto terrible. Pueden alcanzarlo a uno en el aliento perfumado de un amante. O en una tarde soleada junto a un mercado de pescado, mientras Macarena retumba en un estereo.
Manos a la obra. Habia cuatro archivadores en total, que le llegaban a la altura de la barbilla y ocupaban tres metros. Cada uno tenia cinco cajones, asegurados con una sola cerradura de cuatro muescas en la parte superior. Ninguna estaba echada. Todos los cajones estaban llenos de expedientes guardados en carpetas, algunas bastante abultadas. Viejas carpetas de papel plastificado que se habia reblandecido con el paso de los anos, y otras mas nuevas de papel manila. Las fichas que describian el estado de salud de individuos, muertos en su mayoria, desde la apertura del hospital en 1932. Seguian un orden mas o menos alfabetico, aunque algunos papeles estaban apilados al fondo de los cajones, tras las carpetas. Starling las fue pasando rapidamente, con la pesada linterna sobre el hombro, moviendo los dedos de la mano libre con agilidad y arrepintiendose de no haber traido una linterna pequena, que habria podido sostener entre los dientes. En cuanto pudo hacerse una idea de la distribucion de las carpetas en los archivadores, pudo saltarse cajones enteros. Las fichas de la jota, las pocas de la ka y, ?bingo!, la ele: Lecter, Hannibal.
Starling extrajo la ancha carpeta de papel manila, la palpo antes de abrirla para saber si habia una radiografia, la puso encima de las otras y, al abrirla, descubrio que contenia la historia medica del difunto I. J. Miggs. Maldita sea. Miggs la seguia jorobando desde la tumba. Puso la carpeta sobre el archivador y busco en la eme. Alli estaba la carpeta de Miggs, donde le correspondia por orden alfabetico. Vacia. ?Error de clasificacion? ?Metio alguien sin darse cuenta la documentacion de Miggs en la carpeta de Lecter? Siguio mirando entre las carpetas de la eme en busca de un expediente sin carpeta. Volvio a la jota. Era consciente de que su irritacion iba en aumento. El olor de aquel sitio la asqueaba cada vez mas. El encargado tenia razon, alli abajo costaba respirar. Habia mirado la mitad de las jotas cuando se percato de que el hedor… aumentaba rapidamente.
Un breve chapoteo a su espalda, y Starling giro en redondo con la linterna empunada para asestar un golpe y la otra mano metida bajo la chaqueta, en busca de la culata del revolver. En medio del haz de luz aparecio un individuo alto cubierto de mugrientos harapos y con uno de los pies deformados por la hinchazon metido en un charco. Tenia una mano separada del costado. La otra sostenia un trozo de plato roto. Llevaba una de las piernas y ambos pies envueltos en jirones de sabana.
– Hola -dijo, ensenando la lengua hinchada por los hongos.
Starling podia oler su aliento a pesar de los tres metros que los separaban. Bajo la chaqueta, su mano solto la pistola y busco el aerosol.