– Hola -contesto Starling-. Haga el favor de ponerse junto a los barrotes.

El hombre no se movio.

– ?Eres Cristo? -le pregunto.

– No -respondio Starling-. No soy Cristo.

La voz. Starling recordaba aquella voz.

– ?Si, eres Cristo!

El rostro del hombre gesticulaba.

«Esa voz… Vamos, piensa.»

– Hola, Sammie -dijo Starling- ?Como estas? Precisamente acabo de acordarme de ti.

?Que sabia de Sammie? La informacion le llegaba a rafagas, desordenadamente. «Puso la cabeza de su madre en la bandeja de la colecta mientras la congregacion cantaba Da lo mejor a tu Senor. Dijo que era lo mejor que tenia. La Iglesia Baptista de la Recta Via, no recordaba donde. El doctor Lecter explico que estaba cabreado porque Cristo se retrasaba.»

– ?Eres Cristo? -dijo, quejumbroso esta vez.

Se metio la mano en el bolsillo y saco una colilla, una de las buenas, de casi cinco centimetros. La puso en el trozo de plato y se la ofrecio.

– Sammie, lo siento, pero no lo soy. Soy…

Sammie, livido de pronto, furioso porque aquella mujer no era Cristo, hizo retumbar los muros del humedo corredor:

YO QUIERO UNIRME A CRISTO,

QUIERO IR CON EL SENOR

Levanto el trozo de plato, afilado como una hoz por el extremo roto, y dio un paso hacia Starling, con los dos pies en el charco y el rostro congestionado, mientras la mano libre parecia querer hacer presa en el aire que los separaba.

Starling sintio la dureza de los archivadores contra la espalda.

– PODRAS UNIRTE A CRISTO… SI TE PORTAS MEJOR -recito Starling alto y claro, como si el hombre se encontrara a mucha distancia.

– Si, si… -dijo Sammie mas tranquilo, y se detuvo.

Starling busco en su bolso y encontro una barra de caramelo.

– Sammie, tengo un caramelo. ?Te gustan los caramelos?

El hombre no respondio.

Puso el dulce en una carpeta y se la alargo igual que el habia hecho con el trozo de plato.

Le pego un mordisco sin quitar el envoltorio, escupio el celofan y de otra dentellada se llevo la mitad del caramelo.

– Sammie, ?ha venido alguien mas a verte?

El hombre no hizo caso de la pregunta, dejo lo que quedaba del caramelo en el trozo de plato y desaparecio detras de una pila de colchones en su antigua celda.

– ?Que cono es esto? -exclamo una voz de mujer-. Muchas gracias, Sammie.

– ?Quien hay ahi? -pregunto Starling.

– A ti que cono te importa.

– ?Vive aqui con Sammie?

– Claro que no. He venido a una cita. ?Que tal si te largas?

– De acuerdo. Pero antes contesteme a una pregunta. ?Cuanto hace que esta aqui?

– Dos semanas.

– ?Ha venido alguien mas?

– Unos vagabundos, que Sammie echo.

– ?Sammie la protege?

– Metete conmigo y te enteraras. Yo puedo andar bien. Consigo comida y el tiene este sitio, que es seguro para comer. Todo el mundo tiene arreglos parecidos.

– ?Alguno de los dos esta en algun programa? ?Quieren entrar en uno? Yo puedo ayudarles…

– El estuvo en uno. Sale uno ahi afuera a hacer toda esa mierda y acaba volviendo a lo que conoce. ?Que buscas aqui? ?Que cono quieres?

– Unos archivos.

– Pues si no estan ahi, sera que se los habra llevado alguien. No hace falta ser muy listo para darse cuenta, ?no?

– ?Sammie? -llamo Starling-. ?Sammie? Sammie no respondio.

– Sammie se ha dormido -dijo su amiga.

– Si dejo algo de dinero, ?comprara comida? -ofrecio Starling.

– No. Comprare bebida. La comida se encuentra. La bebida, no. Ten cuidado al salir, no te metas el mango de la puerta en el culo.

– Dejare el dinero en la mesa -dijo Starling.

Le dieron ganas de echarse a correr y se acordo de su primera visita a Lecter, cuando se alejo de su celda intentando guardar la calma, impaciente por llegar a la isla de calma que era el puesto del celador Barney.

A la luz de la escalera, Starling busco en su monedero un billete de veinte dolares. Dejo el dinero en el escritorio ronoso y aranado de Barney y le puso encima una botella de vino vacia. Desplego una bolsa de plastico e introdujo en ella la carpeta de Lecter, que contenia la historia medica de Miggs, y la carpeta vacia de este.

– Adios. Hasta luego, Sammie -dijo alzando la voz hacia el hombre que despues de dar tumbos por el mundo habia regresado al infierno que conocia.

Le hubiera gustado decirle que esperaba que Cristo llegara pronto, pero le parecio que sonaria ridiculo.

Starling ascendio hacia la luz para seguir dando sus propios tumbos por el mundo.

CAPITULO 12

Si EN EL CAMINO AL INFIERNO HAY ESTACIONES, deben de parecerse a la entrada de ambulancias del Hospital General de la Misericordia, en Baltimore. Por encima del funebre lamento de las sirenas, de las ansias de los agonizantes, del chirrido de las ruedas de las camillas empapadas, de los gritos y alaridos, las columnas de vapor que despiden las bocas de alcantarilla, tenidas de rojo por un gran letrero de neon que dice EMERGENCIAS, ascienden como la columna que guio a Moises, de fuego en la oscuridad, de nube a la luz del dia.

Barney surgio de entre el vapor embutiendo los poderosos hombros en la chaqueta y, bajando la cabeza, redonda y rapada, avanzo por el agrietado pavimento a grandes zancadas en direccion este, por donde empezaba a amanecer.

Salia del trabajo veinticinco minutos tarde; la policia habia traido a un chulo, al que le gustaba pegar a las mujeres, colocado y herido de bala, y la enfermera jefe le habia pedido que se quedara. Siempre se lo pedian cuando llegaba algun paciente violento.

Clarice Starling observo a Barney bajo la profunda capucha de su chaqueta y dejo que se le adelantara media manzana por la otra acera antes de colgarse al hombro el capazo y seguirlo. Cuando el hombre paso de largo ante el aparcamiento y la parada de autobus, Starling se sintio aliviada. Le seria mas facil seguirlo si iba a pie. No estaba segura de donde vivia y necesitaba averiguarlo antes de que la viera.

El barrio de detras del hospital era tranquilo, obrero y multirracial. Uno de esos barrios en los que conviene ponerle una cerradura especial al coche, pero no hace falta llevarse la bateria a casa por la noche, y en el que los ninos pueden jugar en la calle.

Despues de recorrer tres manzanas, Barney dejo pasar una furgoneta y cruzo el paso de cebra en direccion norte, hacia una calle de edificios estrechos, algunos con peldanos de marmol y cuidados jardines delanteros. Los pocos locales comerciales vacios tenian las lunas intactas y limpias. Las tiendas estaban abriendo y empezaba a verse gente. Los camiones que habian permanecido aparcados durante la noche a ambos lados de la calle

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