El contenedor de basura del doctor era mucho mas nuevo y estaba mucho mas limpio que los del resto de la manzana. Pazzi compro uno y en mitad de la noche cambio las tapas. La superficie galvanizada no era la ideal; despues de toda una noche de esfuerzos, Pazzi obtuvo una pesadilla puntillista de huellas que se sintio incapaz de descifrar.

A la manana siguiente aparecio en el Ponte Vecchio con los ojos enrojecidos. En una joyeria del puente compro un ancho y pulido brazalete de plata y el soporte de terciopelo sobre el que estaba expuesto. En el barrio artesano de la orilla meridional del Arno, en las callejas frente al Palazzo Pitti, hizo que otro joyero eliminara el nombre del orfebre. El hombre le propuso aplicar un tratamiento contra el deslustre, pero Pazzi se nego.

La temible Sollicciano, la carcel de Florencia en la carretera a Prato.

En la segunda galeria de la zona de las mujeres, Romula Cjesku, inclinada sobre un hondo lavadero, se enjabonaba los pechos y se lavaba y secaba esmeradamente antes de ponerse una blusa de algodon ancha y limpia. Otra gitana, de vuelta de la sala de visitas, le dijo unas palabras en rumano. Una fina arruga aparecio entre los ojos de Romula. Aparte de eso, el hermoso rostro conservo la seriedad y el aplomo habituales.

La dejaron salir de la galeria a la hora de siempre, las ocho y media, pero cuando se acercaba a la sala de visitas una celadora le cerro el paso y la obligo a entrar en una sala de vis-a-vis de la planta baja. En el interior, en lugar de la enfermera, la esperaba Rinaldo Pazzi con un recien nacido en los brazos.

– Hola, Romula -la saludo.

La mujer se acerco al esbelto policia, que no se resistio a entregarle la criatura. El nino, con ganas de mamar, empezo a restregar la boca contra el pecho de su madre.

Pazzi senalo con la barbilla un biombo colocado en una esquina de la habitacion.

– Ahi detras hay una silla. Podemos hablar mientras le das de mamar.

– Hablar, ?de que, Dottore?

El italiano de Romula era aceptable, como lo eran su frances, ingles, espanol y rumano. Hablaba sin afectacion. Sus mejores dotes de actriz no la habian librado de tres meses de condena por robar carteras.

Se coloco tras el biombo. En una bolsa de plastico oculta en la apretada mantilla de la criatura habia cuarenta cigarrillos y sesenta y cinco mil liras en billetes arrugados. Se vio ante una disyuntiva. Si el policia habia registrado al nino, podia acusarla de contrabando y conseguir que le revocaran todos sus privilegios. Penso un momento mirando al techo mientras el nino succionaba. ?Que le importaba a el semejante miseria? En cualquier caso, siempre tenia las de perder. Cogio la bolsa y se la guardo entre la ropa interior. La voz del hombre sono al otro lado del biombo.

– Mira, Romula, aqui no eres mas que una molestia. Las presas con hijos de pecho sois un engorro. Las enfermeras ya tienen bastante con los enfermos de verdad que hay en la carcel. ?No te saca de quicio tener que devolver a tu hijo cuando acaba la hora de visita?

?Que querria aquel hombre? Sabia perfectamente quien era, un jefe, un pezzo da novanta, un cabron del calibre noventa.

Romula se ganaba la vida diciendo la buenaventura por la calle; robar carteras solo era una forma de sacarse un sobresueldo. Tenia treinta y cinco anos bien llevados y mas antenas que la mariposa luna. «Este policia -lo observaba por encima del biombo-, tan limpio, con su anillo de boda, los zapatos relucientes, vive con su mujer y tiene una doncella, mira que cuello de camisa mas bien planchado. Lleva la cartera en el bolsillo de la chaqueta, las llaves en el bolsillo derecho del pantalon, el dinero en el izquierdo, seguramente atado con una goma. La polla en medio. Es soso y masculino, tiene la oreja un poco deformada y la cicatriz de un golpe en la raya del pelo. No me va a pedir que se lo haga, si no, no hubiera traido al nino. No es nada del otro mundo, pero no creo que tenga que tirarse a las presas. Mas vale que no le mire esos ojos negros tan amargos mientras el nino esta mamando. ?Por que lo ha traido? Para que me de cuenta de su poder, de que puede hacer que me lo quiten. ?Que quiere? ?Informacion? Yo le cuento todo lo que quiera sobre quince gitanos que no han existido nunca. Bueno, ?que puedo sacar de esto? Ya veremos. Vamos a ensenarle un poco de canela.»

La mujer no le quito los ojos de encima al salir de detras del biombo, ostentando como una moneda de cobre una areola junto a la cara del bebe.

– Ahi detras hace calor -le dijo-. ?Puede abrir la ventana?

– Puedo hacer algo mejor, Romula. Puedo abrir la puerta. Supongo que lo sabes.

Silencio en el cuarto. Fuera, los rumores de Sollicciano, como un dolor de cabeza sordo pero constante.

– Digame lo que quiere. Hay cosas que haria de mil amores, pero no cualquier cosa.

Su instinto, que no solia enganarla, le decia que el inspector le respetaria por aquella advertencia.

– No es mas que la tua solita cosa, lo que estas acostumbrada a hacer -le explico Pazzi-. Pero esta vez tienes que fallar.

CAPITULO 25

Durante el dia vigilaban la fachada del Palazzo Capponi ocultos tras la persiana de un piso alto de la acera de enfrente. Eran Romula, la gitana mayor que la ayudaba con el nino, y podia ser su prima, y Pazzi, que robo a la oficina tanto tiempo como le fue posible.

El brazo de madera que Romula empleaba en su trabajo reposaba en una silla del dormitorio.

Pazzi habia obtenido permiso para usar el piso de un profesor de la cercana Escuela Dante Alighieri durante el dia. Romula habia exigido un anaquel del pequeno frigorifico para ella y el nino.

No tuvieron que esperar mucho.

A las nueve y media del segundo dia, la ayudante de Romula les siseo desde su puesto en la ventana. Un hueco negro aparecio al otro lado de la calle al abrirse hacia dentro la pesada hoja de uno de los portales del palacio.

Ahi estaba el hombre que toda Florencia conocia por el nombre de doctor Fell, pequeno y nervudo en su traje negro, lustroso como un vison mientras husmeaba el aire en el tranco de la puerta y recorria la calle con la mirada en ambas direcciones. Pulso un mando a distancia para activar las alarmas y cerro la puerta tirando del enorme asidero de forja, cubierto de rona e inservible para recoger huellas. Llevaba una bolsa de la compra.

Al verlo por primera vez entre las tablillas de la persiana, la gitana vieja asio la mano de Romula como para detenerla, la miro a los ojos y sacudio rapidamente la cabeza aprovechando una distraccion del policia.

Pazzi supo de inmediato adonde se dirigia el conservador.

Entre la basura del doctor Fell, Pazzi habia encontrado los inconfundibles envoltorios de Vera dal 1926, la exquisita tienda de comestibles situada en la Via San Jacopo, cerca del puente de Santa Trinita. El doctor se encamino en esa direccion, mientras Romula se ponia el vestido y Pazzi se asomaba a la ventana.

– Dunque, va a por comida -dijo Pazzi. No pudo evitar repetir las instrucciones a Romula por quinta vez-. Baja y esperalo a este lado del Ponte Vecchio. Lo abordaras cuando vuelva con la bolsa llena. Yo ire media manzana por delante, asi que me veras primero. Me quedare cerca. Si hay algun problema, si te arrestan, yo me encargare. Si va a algun otro sitio, te vuelves al piso. Ya te llamare. Pones este pase para el casco antiguo en el parabrisas de un taxi y vienes adonde te diga.

– Eminenza -dijo Romula, exagerando los honores al ironico estilo italiano-, si hay algun problema y me ayuda alguien, no le haga dano, mi amigo no se llevara nada, dejelo escapar.

Pazzi no espero el ascensor, corrio escaleras abajo vestido con un mono y una gorra. En Florencia es dificil seguir a alguien debido a la estrechez de las aceras y la sana de los conductores. Pazzi tenia un viejo motorino esperandolo en el bordillo de la acera con una docena de cepillos atados a la parte de atras. La motocicleta arranco a la primera patada y envuelto en una nube de humo azulado el investigador jefe avanzo por la calzada de cantos rodados, sobre los que el cacharro brincaba como un pollino al trote.

Pazzi remoloneo, provoco los bocinazos del despiadado trafico, compro tabaco, mato el tiempo para mantenerse rezagado, hasta que estuvo seguro de que el doctor Fell se dirigia a donde habia supuesto. Al final de la Via de' Bardi, el Borgo San Jacopo era direccion prohibida. Pazzi dejo la motocicleta en la acera y siguio a pie, avanzando de costado entre la masa de turistas arremolinados en el extremo sur del Ponte Vecchio.

Los florentinos dicen que Vera dal 1926, con su tesoro de quesos y trufas, huele como los pies de Dios.

Ciertamente, el doctor se tomo su tiempo en el interior del establecimiento. Estaba haciendo una seleccion de

Вы читаете Hannibal
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату