las primeras trufas blancas de la temporada. Pazzi veia su espalda a traves del escaparate, mas alla del maravilloso despliegue de jamones y pastas.
Dio la vuelta a la esquina y volvio atras; se mojo la cara en la fuente que escupia agua por una cara con bigotes y orejas de leon.
– Tendras que afeitarte eso si quieres trabajar para mi -dijo a la fuente, olvidando la pelota helada que le rebotaba en el estomago.
El doctor salio por fin con unos cuantos paquetes en su bolsa de la compra. Volvio a tomar el Borgo San Jacopo, ahora en direccion a casa. Pazzi se adelanto por el otro lado. La muchedumbre de la estrecha acera lo obligo a bajar a la calzada, y el retrovisor de un coche patrulla de los
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Cuando llego al Ponte Vecchio llevaba cuarenta metros de ventaja.
Romula estaba en el quicio de una puerta con la criatura apoyada en el brazo de madera y una mano extendida hacia los transeuntes, mientras el brazo libre permanecia bajo la ropa holgada dispuesto a levantar otra cartera, que se anadiria a los dos centenares largos que habia birlado a lo largo de su vida. En el brazo oculto llevaba el ancho brazalete de plata, pulido con esmero.
En un instante la victima apareceria entre el gentio que salia del viejo puente. Justo cuando se separara de la muchedumbre y embocara la Via de' Bardi, Romula se encontraria con el, haria su faena y se perderia entre el torrente de turistas que abarrotaban el puente.
Entre la gente habia un amigo en quien Romula confiaba en caso de complicaciones. No sabia nada del primo y no se fiaba del policia pata protegerla. Giles Prevert, que figuraba en algunos dossiers de la policia como Giles Dumain o Roger LeDuc, pero era conocido en el ambiente como Gnocco, esperaba entre la muchedumbre del extremo sur del Ponte Vecchio a que Romula metiera mano. Gnocco, minado por los malos habitos, empezaba a ensenar la calavera bajo los rasgos afilados, pero seguia siendo fuerte, expeditivo y muy capaz de sacar a Romula del apuro si el asunto se ponia feo.
Vestido de dependiente, pasaba inadvertido en medio del gentio, sobre el que asomaba la cabeza de vez en cuando como si fuera una marmota en una pradera humana. Si la victima se apoderaba de Romula y trataba de retenerla, Gnocco podia tropezar, caer sobre el primo y quedarse enganchado a el ofreciendole toda una retahila de disculpas hasta que la mujer se hubiera perdido de vista. Lo habia hecho otras veces.
Pazzi paso de largo junto a la gitana y se paro en la cola de clientes de un establecimiento de zumos, desde donde podia verlo todo.
Romula salio del umbral. Estudio con ojo de experta el trafago del espacio de acera que mediaba entre ella y el hombre que se acercaba. Podria moverse entre los viandantes a las mil maravillas llevando al nino ante si, sobre el brazo de madera forrada con lona. Muy bien. Como siempre, se besaria los dedos de la mano visible para depositar el beso en la cara de aquel hombre. Con la mano libre, le tentaria las costillas en busca de la cartera hasta que la agarrara por la muneca. Entonces pegaria un tiron y echaria a correr.
Pazzi le habia jurado que aquel individuo no podia permitirse llevarla a la policia, que estaria deseoso de perderla de vista. Ninguna de las veces que habia intentado birlar una cartera la victima habia usado la violencia con una mujer que sostenia a un nino de pecho. En la mayoria de las ocasiones creian que era otra persona la que hurgaba en sus chaquetas. La propia Romula habia acusado a varios inocentes transeuntes para evitar que la cogieran.
Romula se dejo llevar por la corriente humana, saco el brazo de debajo de la ropa, pero lo mantuvo oculto bajo el falso, que sostenia al nino. Veia al objetivo entre el mar de cabezas que bajaban y subian, a diez metros y acercandose.
Pazzi habia llegado a su lado y le refunfunaba como si fuera culpa suya.
– Vete al apartamento. Ya te llamare. ?Tienes el pase de taxi para el casco antiguo? Venga. ?Vete!
Pazzi recupero la motocicleta y la empujo a lo largo del Ponte Vecchio, sobre el Arno opaco como jade. Creia haber perdido al doctor, pero ahi estaba, al otro lado del puente, bajo el portico del Lungarno, echando un rapido vistazo a un apunte sobre el hombro del dibujante, siguiendo luego su camino con zancadas vivas y ligeras. Pazzi supuso que se dirigia a la iglesia de Santa Croce, y lo siguio a una distancia prudencial en medio de un trafico de mil demonios.
CAPITULO 26
Las naves de la iglesia de Santa Croce, sede de los franciscanos, resonaban en ocho idiomas mientras las hordas de turistas hormigueaban siguiendo las vistosas sombrillas de los guias y buscando en la penumbra monedas de doscientas liras para costear, durante un precioso minuto de sus vidas, la iluminacion de los grandes frescos de las capillas.
Una vez en el interior, Romula tuvo que pararse junto a la tumba de Miguel Angel para dejar que sus ojos, privados del resplandor de la esplendida manana, se habituaran al tenebroso recinto. Cuando se dio cuenta de que estaba sobre una lapida, susurro un «
Miro a su alrededor tratando de localizar al sacristan, individuo con inquebrantables prejuicios contra los gitanos, y se refugio detras de la primera columna, al amparo de la
El inspector jefe senalo con la barbilla hacia el fondo de la iglesia, donde, al otro lado del crucero, los flashes de las camaras prohibidas y los reflectores brillaban como relampagos en la vasta penumbra, mientras los ruidosos temporizadores tragaban monedas de doscientas liras y alguna que otra moneda falsa o calderilla australiana.
Una y otra vez, Cristo nacia, era traicionado y clavado a la cruz, a medida que los enormes frescos iban apareciendo a la brillante luz de los reflectores, tras lo cual volvia a reinar una oscuridad cerrada y rumorosa en la que los peregrinos se arremolinaban imposibilitados de leer sus guias, mientras el incienso y los olores corporales ascendian para cocerse al calor de los focos.
En el brazo izquierdo del crucero, el doctor Fell se habia puesto manos a la obra en la Capilla Capponi. La famosa Capilla Capponi esta en Santa Felicita. Esta otra, reconstruida en el siglo XIX, interesaba al doctor porque la restauracion le proporcionaba cierta perspectiva para contemplar el pasado. Estaba calcando con carboncillo una inscripcion en piedra tan gastada que ni una iluminacion oblicua hubiera conseguido realzarla.
Pazzi, que lo observaba con un pequeno catalejo de bolsillo, descubrio por que el doctor habia salido de casa llevando tan solo la bolsa de la compra: guardaba sus materiales de dibujo tras el altar de la capilla. Por un momento estuvo a punto de llamar a Romula para decirle que se marchara. Puede que los utensilios le sirvieran para tomar las huellas. Pero no, el doctor llevaba puestos unos guantes de algodon para no mancharse las manos con el carboncillo.
En el mejor de los casos, seria un trabajo torpe. La tecnica de Romula estaba pensada para la calle. Pero la mujer era lo que parecia, y lo menos parecido a lo que un criminal podia temer. Era la persona mas indicada para no espantar al doctor. No. Si la atrapaba, se la entregaria al sacristan, con el que Pazzi podria hablar mas tarde.
Pero aquel hombre estaba loco. ?Y si la mataba? ?Y si mataba al nino? Pazzi se hizo dos preguntas. ?Se enfrentaria al doctor si sus vidas corrian peligro? Si. ?Estaba dispuesto a permitir que sufrieran heridas menores para conseguir su dinero? Si.