haciendo.
«Nuestra libertad vale mas que la vida del monstruo. Nuestra felicidad es mas importante que su sufrimiento», penso con el frio egoismo de los desesperados. Si el «nuestra» era mayestatico o incluia a Rinaldo y a su mujer, seria dificil decirlo, y es posible que no exista una unica respuesta.
En aquel cuarto, fregado y suizo, inmaculado como una toca, Pazzi hizo el voto definitivo. Aparto la mirada del dinero y asintio. Entonces el abogado, el senor Konie, se acerco a una de las cajas, conto cien mil dolares y se los entrego.
El senor Konie hablo brevemente por un telefono movil y luego se lo tendio a Pazzi.
– Es una linea terrestre, cifrada -le dijo.
Pazzi escucho la voz de un norteamericano que hablaba con un ritmo peculiar; soltaba las frases en una sola espiracion seguida de una pausa y se comia las oclusivas. El sonido lo angustiaba ligeramente, como si estuviera pugnando por respirar a la vez que su interlocutor.
Sin otro preambulo, la pregunta:
– ?Donde esta el doctor Lecter?
Pazzi, con el dinero en una mano y el telefono en la otra, no titubeo.
– Investigando en el Palazzo Capponi, en Florencia. Es el… conservador.
– ?Tendria la bondad de mostrar su identificacion a el senor Konie y pasarle el telefono? No dira su nombre por el aparato.
El senor Konie consulto una lista que se saco del bolsillo y dijo a Mason unas palabras acordadas previamente como clave; luego, volvio a darle el telefono.
– Tendra el resto del dinero cuando el sujeto este en nuestras manos, vivo -dijo Mason-. Usted no tiene que atraparlo, pero si identificarlo para nosotros y ponerlo en nuestras manos. Tambien quiero sus papeles, todo lo que tenga sobre el doctor. ?Vuelve a Florencia hoy mismo? Recibira instrucciones esta noche para un encuentro cerca de Florencia. Tendra lugar como muy tarde manana por la noche. En el recibira instrucciones del hombre que se hara cargo del doctor Lecter. Le preguntara si conoce a alguna florista. Respondale que todas las floristas son unas ladronas. ?Me comprende? Quiero que le preste su cooperacion.
– No quiero al doctor Lecter en mi… No lo quiero cerca de Florencia cuando…
– Comprendo su inquietud. No se preocupe, no lo estara -y se corto la comunicacion.
Tras unos minutos de papeleo, dos millones de dolares quedaron en custodia. Mason Verger no podria retirarlos, pero si dar su autorizacion para que lo hiciera Pazzi. Un representante del Credit Suisse acudio al despacho y lo informo de que el banco le cobraria una comision si convertia la suma en francos suizos, y le pagaria un tres por ciento de interes compuesto solo por los cien mil primeros francos. El empleado entrego a Pazzi una copia del articulo 47 del
En presencia de un notario, Pazzi autorizo la firma de su esposa como titular de la cuenta en caso de su fallecimiento. Finalizada la operacion, el representante del Credit Suisse fue el unico que ofrecio la mano a los demas. Pazzi y el senor Konie evitaron mirarse directamente, aunque el abogado se despidio con un «adios» desde el umbral de la puerta.
En el ultimo tramo del viaje a casa, el vuelo del puente aereo desde Milan hubo de sortear una tormenta, y Pazzi se quedo mirando el reactor de su costado, negro como una boca abierta contra el cielo gris oscuro. Los relampagos y los truenos se desencadenaron cuando se balanceaban sobre la vieja ciudad, con el campanario y la cupula de la catedral justo debajo, las luces encendiendose en la temprana oscuridad, resplandores y detonaciones como los que Pazzi recordaba de su ninez, cuando los alemanes volaron los puentes sobre el Arno y solo perdonaron al Ponte Vecchio. Y por un instante tan breve como un relampago, volvio a ver con los ojos del nino al francotirador encadenado a la Madonna de las Cadenas para que rezara antes de ser fusilado.
Descendiendo entre el olor a ozono de los relampagos, sintiendo el retumbar de los truenos en el fuselaje del avion, Pazzi, del linaje de los Pazzi, volvia a su vieja ciudad con designios tan viejos como el tiempo.
CAPITULO 33
Rinaldo Pazzi hubiera preferido vigilar ininterrumpidamente a su presa del Palazzo Capponi, pero no podia.
En lugar de eso, aun extasiado por la contemplacion del dinero, no tuvo mas remedio que enjaretarse el traje de etiqueta y asistir con su mujer al esperado concierto de la Orquesta de Camara de Florencia.
El Teatro Piccolomini, construido en el siglo XIX como copia a media escala del glorioso Teatro La Fenice de Venecia, es un joyero barroco de dorados y terciopelo, con el esplendido techo abarrotado de querubines que desafian las leyes de la gravedad.
No esta de mas que el teatro sea tan hermoso, porque los interpretes suelen necesitar toda la ayuda que puedan obtener.
Es injusto, aunque inevitable, que la musica sea juzgada en Florencia con el mismo rasero que se aplica a su inigualable patrimonio artistico. El publico florentino constituye un amplio y exigente grupo de melomanos, lo cual no tiene nada de extraordinario en Italia; pero a menudo su hambre de musica queda insatisfecha.
Pazzi se deslizo al asiento contiguo al de su mujer en medio de los aplausos que despidieron la obertura.
Ella le ofrecio la fragante mejilla. Pazzi sintio que el corazon le henchia el pecho al admirarla en su traje de noche, lo bastante escotado como para que un tibio aroma surgiera desde el canalillo de los senos; sobre el regazo tenia la partitura en la elegante cubierta de Gucci que el le habia regalado.
– Suenan infinitamente mejor con el nuevo viola -le susurro ella al oido.
El excelente
El doctor Hannibal Lecter contemplaba el patio de butacas desde uno de los palcos superiores, solo, inmaculado en su esmoquin, con la cara y la pechera flotando en la oscuridad del palco enmarcado por las barrocas molduras doradas.
Pazzi lo descubrio cuando se encendieron las luces brevemente despues del primer movimiento, y en el instante en que iba a volver la vista, la cabeza del doctor giro como la de un buho y sus ojos se encontraron. Pazzi apreto la mano de su mujer lo bastante fuerte como para que se volviera a mirarlo; a partir de ese momento, Pazzi no aparto los ojos del escenario, mientras sentia el muslo de su mujer contra el dorso caliente de la mano, que ella retenia entre las suyas.
En el descanso, cuando Pazzi volvio de la cafeteria trayendole un refresco, el doctor Lecter estaba de pie junto a ella.
– Buenas noches, doctor Fell -lo saludo Pazzi.
– Buenas noches,
– Laura, permiteme que te presente al doctor Fell. Doctor Fell, esta es la signara Pazzi, mi esposa.
La signara Pazzi, habituada a que alabaran su belleza, encontro lo que ocurrio a continuacion encantadoramente divertido, aunque su marido no pensara lo mismo.
– Le agradezco el privilegio que me concede,
Su lengua, roja y puntiaguda, aparecio un instante entre los dientes antes de que se inclinara ante la mano de la
Los ojos del hombre la miraron antes de alzar de nuevo la reluciente cabeza.
– Me parece que aprecia usted particularmente a Scarlatti,
– Asi es, en efecto.
– Ha sido encantador verla seguir la partitura. Hoy en dia apenas lo hace nadie. Espero que esto le interese - cogio el portafolios que llevaba bajo el.brazo y le enseno una partitura antigua, manuscrita en pergamino-. Procede del Teatro Capranica de Roma, y es de 1688, el ano en que se escribio la obra.
–
– He marcado sobre papel de celofan algunas de las diferencias respecto a la partitura moderna a lo largo del