el brazo hasta que dejo de debatirse, con la cara contorsionada contra el cristal manchado de saliva. La sangre resbalaba por el cuello de Starling y el dolor hacia que la cabeza le diera vueltas. Le volvieron a coser la oreja en la sala de urgencias, pero no quiso poner una denuncia. Un auxiliar de urgencias dio el soplo al
Habia tenido que salir otras dos veces. Para cumplir las ultimas voluntades de John Brigham y para asistir a su entierro en el Cementerio Nacional de Arlington. Brigham tenia poca familia, que ademas vivia lejos, y habia dejado constancia escrita de que queria que Starling se ocupara de sus exequias.
El estado de su rostro habia hecho necesario un ataud cerrado, pero Starling se habia preocupado de que tuviera el mejor aspecto posible. Lo habia vestido con su inmaculado uniforme azul de infanteria de marina, con la estrella de plata y el resto de sus condecoraciones.
Tras la ceremonia, el oficial superior de Brigham entrego a Starling una caja que contenia las armas del agente; sus insignias y otros objetos de su caotico escritorio, incluido el absurdo pajaro del tiempo que bebia de un vaso.
Faltaban cinco dias para que Starling tuviera que presentarse ante una comision que podia arruinar su carrera. Aparte de la llamada de Jack Crawford, el telefono celular habia permanecido mudo. Ya no habia ningun Brigham a quien pedir consejo.
Llamo a su representante en la Asociacion de Agentes del FBI. Su consejo fue que no se pusiera pendientes llamativos ni zapatos que dejaran los dedos al descubierto.
Cada dia la television y los periodicos cogian el asunto de Evelda Drumgo y lo sacudian como si fuera una rata.
En el orden absoluto de la sala de estar de Ardelia, Starling intentaba pensar.
El gusano que te corroe es la tentacion de dar la razon a tus criticos, de querer obtener su aprobacion…
Un ruido la molestaba.
Starling intento recordar sus palabras exactas mientras estaba en la furgoneta. ?Habia hablado mas de la cuenta? El ruido la seguia molestando.
Brigham le habia dicho que pusiera al corriente a los demas. ?Dejo entrever cierta hostilidad? ?Solto alguna inconveniencia…?
El ruido, molesto, impidiendole pensar.
Bajo de las nubes y cayo en la cuenta de que estaba sonando el timbre de la puerta de al lado. Seguro que era un periodista. Tambien esperaba una citacion civil. Aparto los visillos de la ventana que daba al frente y vio al cartero, que volvia a su furgoneta. Abrio la puerta del apartamento de Mapp a tiempo para alcanzarlo, y permanecio con la espalda vuelta hacia al coche de prensa aparcado al otro lado de la calle y a su teleobjetivo, mientras firmaba el recibo de la carta certificada. Era un sobre malva con fibras de seda en el papel de fino hilo. A pesar de su estado de aturdimiento, le recordo alguna cosa. Una vez dentro y a cubierto del resplandor, miro la direccion. Una pulcra letra redonda.
Sobre el monotono temor que zumbaba en su cabeza, salto la alarma. Sintio un estremecimiento en la piel del estomago, como si gotas heladas le resbalaran por el cuerpo.
Starling sostuvo el sobre por las puntas y se dirigio a la cocina. Saco del bolso los omnipresentes guantes blancos para manipulacion de pruebas. Apreto el sobre contra el tablero de la mesa y paso la mano por su superficie con cuidado. Aunque el papel era grueso, hubiera podido notar el bulto de una pila de reloj lista para hacer explotar una hoja de C-4. Sabia que lo mejor era que lo examinaran con el fluoroscopio. Si la abria podia tener problemas. Problemas. Por supuesto. A la mierda.
Abrio el sobre con un cuchillo de cocina y saco la unica hoja de papel sedoso que contenia. Sin necesidad de mirar la firma, supo de inmediato quien le habia escrito:
?Tienes una sarten de hierro negro? Eres una muchachita de las montanas surenas, asi que no puedo imaginar que la respuesta sea no. Ponla sobre la mesa de la cocina. Enciende la luz del techo.
Mapp habia heredado una de aquellas sartenes de su abuela y la usaba a menudo. Tenia una superficie negra y lustrosa que el jabon no habia conseguido eliminar. Starling la puso en la mesa, ante si.
Mira dentro de la sarten, Clarice. Inclinate y mira el interior. Si fuera la sarten de tu madre, y bien podria serlo, sus moleculas conservarian las vibraciones de todas las conversaciones que se desarrollaron en su presencia. Todas las discusiones, los enfados insignificantes, las revelaciones mortiferas, los indistintos presagios de desastre, los grunidos y la poesia del amor.
Somos combinaciones de carbono, Clarice. Tu, la sarten, tu padre muerto y enterrado, tan frio como la sarten. Todo sigue ahi. Escucha. Como hablaban, como vivian realmente tus padres, que tanto se afanaron. Los recuerdos concretos, no los fantasmas que habitan tu corazon.
Mi madre lavando el sombrero ensangrentado de mi padre.
?Cual es tu mejor recuerdo de la cocina?
Mi padre pelando naranjas con su vieja navaja, que tenia la punta partida, y repartiendo los gajos entre nosotros.
Tu padre, Clarice, era un vigilante nocturno. Tu madre, una fregona.