aparecer la cobertura como un accidente desafortunado. Por suerte se le presentaba una ocasion que le venia como anillo al dedo: el cumpleanos del mismisimo FBI.

Krendler mantenia una conciencia domesticada con la que absolverse.

Ahora acudio a consolarlo: si Starling perdia su trabajo, en el peor de los casos el jodido antro de bolleras donde vivia Starling tendria que apanarselas sin antena parabolica para retransmisiones deportivas. Ademas, le estaria dando a un canon suelto la oportunidad de caer al suelo y rodar hasta donde no pudiera volver a amenazar a nadie.

Un «canon suelto» derribado dejaria de «mecer el barco», penso, satisfecho y confortado como si dos metaforas navales constituyeran una ecuacion logica. Que el barco al mecerse moviera el canon no le preocupaba en absoluto.

Krendler tenia una vida fantastica tan activa como su imaginacion le permitia. Ahora, por puro placer, se imagino a Starling vieja, con las tetas bamboleantes, las esbeltas piernas convertidas en masas celuliticas y varicosas, escaleras arriba y abajo con la colada, apartando la vista de las manchas de las sabanas, trabajando por el alojamiento en una pension propiedad de una pareja de tortilleras viejas y bigotudas.

Se imagino lo primero que le diria para celebrar su triunfo, una frase acabada en «conejito de granja».

Armado con la penetracion psicologica del doctor Doemling, deseo estar cerca de ella cuando se quedara sin armas, para decirle sin parpadear: «Eres un poco mayorcita para seguir jodiendo con tu padre, hasta para una muerta de hambre del sur». Se repetia la frase mentalmente, e incluso considero la posibilidad de escribirla en su libreta.

Krendler tenia el instrumento, la oportunidad y la mala baba necesarios para hundir la carrera de Starling, y cuando puso manos a la obra recibio la ayuda de la suerte y del servicio de correos italiano.

CAPITULO 68

El cementerio de Battle Creer en las afueras de Hubbard es una pequena cicatriz en el pelaje leonado del interior de Texas en diciembre. El viento silbaba, como silba siempre en aquel lugar. No merece la pena esperar que calle.

La nueva seccion del cementerio tenia las losas a ras de tierra para facilitar la poda del cesped. Aquel dia un globo plateado en forma de corazon bailaba sobre la tumba de una nina que cumplia anos. En la parte vieja cortaban la hierba de los caminos a menudo y los espacios entre las tumbas, tan a menudo como era posible. Trozos de cintas y tallos de flores secas se mezclaban con la tierra. Al fondo del cementerio habia una montana a donde iban a parar las flores marchitas. Entre el globo bamboleante y la montana de deshechos, habia una excavadora con el motor encendido y un joven negro al volante, mientras otro, de pie junto a ella, encendia un cigarrillo con una cerilla que protegia del viento ahuecando las manos…

– Senor Closter, queria que estuviera aqui para que se diera cuenta de a que nos enfrentamos. Estoy seguro de que usted no recomendaria a los parientes del difunto que vieran esto -dijo el senor Greenlea, director de la funeraria Hubbard-. Ese feretro, y quiero volver a felicitarlo por su buen gusto, proporcionara una presentacion de lo mas digna, que es todo lo que necesitan ver. Me congratulo de poder hacerle el descuento profesional. Mi propio padre, que en paz descanse, reposa en uno exactamente igual.

Hizo una sena al conductor de la excavadora, cuya pala mordio la superficie herbosa y hundida de la tumba.

– ?No ha cambiado de parecer respecto a la lapida, senor Closter?

– No -respondio el doctor Lecter-. Los hijos quieren que este bajo la misma que la madre.

Siguieron en el mismo sitio sin hablar, con el viento agitando las perneras de sus pantalones, hasta que la excavadora se detuvo a un metro de profundidad.

– Mas vale que continuemos con las palas -dijo el senor Greenlea, y los dos trabajadores saltaron al hoyo y empezaron a cavar con un ritmo constante y eficaz-. Con cuidado. Ese primer ataud no era gran cosa. Todo lo contrario del que tendra a partir de ahora.

De hecho, la tapa del barato ataud de madera prensada se habia hundido sobre su ocupante. Greenlea hizo que sus empleados limpiaran la tierra de alrededor y pasaran una lona por el fondo, que habia permanecido intacto. Levantaron la caja con la lona y la cargaron en la parte trasera de una camioneta.

En el garaje de la funeraria, sobre una mesa de caballete, se procedio a retirar los trozos de madera de la cubierta, que dejaron a la luz un esqueleto de buen tamano.

El doctor Lecter lo examino rapidamente. Una bala habia astillado una costilla a la altura del higado, y la parte izquierda de la frente presentaba una depresion fracturada y un agujero de bala. El craneo, enmohecido pero bien conservado, tenia unos pomulos altos y prominentes, que el doctor habia visto con anterioridad.

– La tierra no deja mucho -dijo el senor Greenlea.

Los restos podridos del pantalon y los jirones de una camisa vaquera tapaban los huesos. Los botones de perla habian caido entre las costillas. Un sombrero de ala ancha de fieltro marron descansaba sobre el pecho. Tenia un rasguno en el ala y un agujero en la copa.

– ?Conocia usted al difunto? -le pregunto el doctor Lecter.

– Nuestro grupo de empresas compro este negocio y se hizo cargo del cementerio en 1989 -le informo el senor Greenlea-. Ahora vivo en la ciudad, pero las oficinas centrales estan en Saint Louis. ?Quiere ver si podemos conservar la ropa? O puedo proporcionarle un traje, pero no creo…

– No -dijo el doctor Lecter-. Cepillen los huesos y tiren todo lo demas excepto el sombrero, el cinturon y las botas, guarden las falanges de las manos y los pies en bolsas y envuelvanlos en el mejor sudario de seda que tengan, con el craneo y los demas huesos. No es necesario que los compaginen. ?Quedarse con la lapida les compensa de volver a tapar la fosa?

– Si, basta con que firme aqui, y le dare copias de esos otros certificados -dijo el senor Greenlea, mas que satisfecho por la venta realizada. Cualquier otro director de funeraria que hubiera llegado a por un cadaver habria facturado los huesos en una caja de carton y vendido a la familia un ataud de los suyos.

Los papeles de la exhumacion cumplian escrupulosamente las normas del Codigo de Salud y Seguridad de Texas, seccion 711.004, como el doctor bien sabia, pues los habia hecho el mismo, para lo que habia extraido los requisitos y facsimiles de los impresos de las paginas web de la Biblioteca Legal de la Asociacion de Condados de Texas.

Los dos trabajadores, agradecidos por la plataforma neumatica de la parte posterior de la camioneta alquilada por el doctor Lecter, colocaron el ataud en su sitio y lo sujetaron a su plataforma con ruedas junto al otro unico objeto cargado en el vehiculo, un guardarropa de carton.

– Que buena idea llevar su propio armario. Asi no se arruga el traje de ceremonias en la maleta, ?verdad? -dijo el senor Greenlea.

En Dallas, el doctor saco del ropero la funda de una viola y guardo en ella el bulto de huesos envueltos en seda, con el sombrero bien encajado en la parte de abajo y el craneo dentro.

Saco el ataud de la camioneta y lo abandono en el cementerio Fish Trap. Luego volvio al aeropuerto Dallas-Fort Worth, donde facturo la funda de la viola directamente a Filadelfia.

IV FECHAS SENALADAS EN EL CALENDARIO DEL HORROR

CAPITULO 69

El lunes, Clarice Starling tuvo que comprobar las ventas de productos sofisticados del fin de semana, y su sistema tenia problemas que requerian la ayuda del tecnico informatico de la Unidad de Ingenieria. Incluso con listas drasticamente reducidas a dos o tres de las cosechas mas selectas de cinco distribuidores de vinos caros, a

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