grande de caramelos y lo repartio entre los que se encontraban en la entrada.

– Me he casado siguiendo los principios de la revolucion, otros tiempos, otras costumbres.

Aprovecho para presentarle al secretario de la celula del Partido del equipo de produccion, al jefe del equipo, al contable. Junto a ellos, les seguia un grupo de ninos que chupaban los caramelos. Una mujer le dijo:

– ?Llevate una gallina, si quieres!

Otros quisieron darles huevos, un anciano dijo:

– ?Cuando necesiteis verduras, venid a tomarlas de mi jardin!

– Todos son muy amables -le explico el en tono satisfecho-. Despues, cuando quieres pagar, se niegan, pero si insistes, acaban aceptando. Si que hacen favores, pero los favores se deben pagar; tambien hay que hacer algo por ellos. Ya no me siento un extrano. Con una voz tan bonita como la tuya, ?que escuela no querria tenerte como maestra? No tendras que ensuciarte los pies en el barro de los arrozales, bajo la lluvia o bajo el sol abrasador, pero, por supuesto, tendras que cantar para mi.

Con una vida asi, le esperaba la felicidad. Al menos esa noche no le falto. Qian era menos ardiente que Lin, menos insaciable, menos encantadora, pero era su mujer legitima y la tenia entre sus brazos. Ya no debia mantenerse alerta, temer que alguien pudiera escuchar lo que decia o espiarlo a traves de las ventanas; disfrutaba con esa felicidad minima. Mientras escuchaba el ruido del viento y de la lluvia sobre el tejado, penso: «Manana, cuando deje de llover, la llevare a dar un paseo por la montana».

43

– En realidad solo me utilizas, no me amas -dijo claramente Qian, tumbada en la cama, sin demudarsele el rostro.

Sentado ante la mesa, cerca de la ventana, dejo el boligrafo que tenia en la mano y se volvio. Hacia anos que no habia escrito nada, salvo lo que le pedian cuando lo sometieron a la investigacion. Estuvo copiando las citas de Mao durante dias, pero eso fue antes de su huida de la granja de reeducacion.

Fueron a dar un paseo por la montana y, al regresar, la lluvia los pillo por sorpresa y los dejo empapados. Al llegar a casa, encendio la estufa de lena en la habitacion y salio vapor de sus ropas, que tendieron sobre una campana de bambu para que se secaran.

El se levanto y fue a sentarse al borde de la cama. Qian estaba tumbada boca arriba, con los ojos abiertos de par en par.

– ?Que has dicho? -le pregunto.

– Me has destrozado la vida -dijo Qian sin mirarle.

Sus palabras le habian llegado al alma, no sabia que responder y se quedo sentado estupidamente, sin decir nada.

Cuando estaban en el valle, al pie de la montana, Qian todavia se mostraba animada, incluso cantaba con entusiasmo. El se alejo hasta la ladera del monte, al borde de las hierbas secas amarillentas, no habia nadie a la vista, y le pidio que cantara todavia mas alto para que su voz resonara en todo el valle y el viento llevara el eco hasta el. En los terrenos que habia al pie de la montana, cubiertos de malas hierbas y de matorrales, aun no habian arado los bancales para limpiar los rastrojos de arroz y las tierras todavia parecian mas baldias. En la primavera, la montana se cubria de azaleas de un rojo intenso, mientras que en los campos, las flores de colza llenaban de distintos tonos amarillos toda la zona. Sin embargo, el preferia el paisaje del principio del invierno, desnudo y triste.

En el camino de regreso, bajo la lluvia, recogio unos crisantemos enanos que todavia no estaban marchitos y algunas ramas de boj de color rojo oscuro. Ahora estaban en un cubilete de bambu para pinceles que habia encima de la mesa.

Qian lloraba, el no entendia por que, le tendio la mano para consolarla, pero ella la aparto enseguida.

La lluvia empapo el cabello de Qian; el agua corria por su rostro, pero caminaba con la cabeza gacha. No sabia si en ese momento ya habia llorado, solo le dijo: «No te preocupes, cuando volvamos a casa encendere la estufa, te calentaras muy pronto». Como todavia no habia vivido con ninguna mujer, no entendia por que el hecho de que se hubiera mojado podia provocarle una reaccion tan negativa. No sabia que hacer, creia que la amaba e hizo todo lo que pudo por ella, la felicidad posible en este mundo solo podia ser de ese modo.

Salio y fue a casa de Maomei. ?Por que a su casa y no a otro lugar? Porque todavia llovia y era la segunda vivienda cuando se entraba en el pueblo, y tambien porque la madre de Maomei le dijo que podia pasar por alli a buscar una gallina. La senora estaba cortando unas verduras en el comedor de la casa, dijo que iba inmediatamente a buscar la gallina, que la prepararia en un momento y se la podria llevar. El dijo que no era urgente, que podia ser en cualquier otro momento.

Cuando abrio la puerta de casa se quedo estupefacto: las ropas que habian dejado secandose en la campana de bambu estaban en el suelo, la campana habia sido pisoteada. Qian continuaba en la cama, con el rostro hundido en la almohada. Contuvo su rabia e hizo un esfuerzo para sentarse ante la mesa y tranquilizarse. Fuera, continuaba lloviendo.

Preso de una melancolia que no conseguia reprimir, sin poder desahogarse, se refugio en la escritura y escribio hasta que se hizo de noche y no podia ver casi nada. Maomei llamo a la puerta. El fue a abrir. Sostenia en una mano una gallina sin plumas y limpia, en la otra, un tazon lleno de menudillos. No quiso que viera la ropa en el suelo, tomo la gallina e intento cerrar la puerta a toda velocidad. Pero Maomei ya se habia fijado. Lo miro desconcertada. El evito sus grandes ojos llenos de estupefaccion, cerro la puerta y echo el cerrojo. Luego se sento en silencio cerca de la estufa volcada y miro las cenizas todavia con ascuas que habia por el suelo.

«No crees ni en Dios, ni en Buda, ni en Salomon, ni en Ala; las personas de tu epoca cada vez fabrican mas idolos nuevos que erigen por todos los lugares, todavia mas que los salvajes con sus totems o los civilizados con sus religiones. Las utopias que inventan no las encontrariamos ni en el cielo, son increiblemente aberrantes, hacen que todos se vuelvan locos…», habias llenado varias paginas de una pequena libreta de papel de carta que compraste en el burgo. Despues de su crisis de hostilidad, Qian las leyo antes de que el tuviera tiempo de quemarlas.

– ?Eres un enemigo!

Cuando su mujer le dijo que era un enemigo, vio que ella tenia un miedo indecible, su mirada se nublaba, sus pupilas se dilataban. Penso que Qian se habia vuelto loca, su comportamiento era tan anormal, quiza realmente padeciera alguna demencia.

– ?Eres un enemigo!

Esas palabras gritadas con odio por la mujer que habia compartido su cama tambien le asustaron. Los ojos brillantes de Qian reflejaban su miedo. Estaba claro que para ella se habia convertido en un enemigo. Esa mujer que tenia frente a el, despeinada, en bragas, descalza, tenia una crisis de panico.

– ?Por que gritas? La gente puede oirte, ?te has vuelto loca? -dijo el avanzando hacia ella.

Ella retrocedio poco a poco hasta que se dio contra la pared, con el golpe hizo que cayera algo de tierra del muro, y grito:

– ?Eres un rebelde! ?Un rebelde asqueroso!

Al darse cuenta de lo que se entendia en esta ultima frase, se calmo un poco:

– ?Es cierto que soy un rebelde, un verdadero rebelde! ?Y que? ?Que importa? -Tenia que contraatacar para intentar contener su locura.

– ?Me has enganado, te has aprovechado de un momento de debilidad, he caido en tu trampa!

– ?Que trampa? ?A que te refieres? ?Estas hablando de aquella noche al borde del rio, o de nuestra boda?

Tenia que llevar la discusion al terreno de sus relaciones sexuales, tenia que esconder su miedo interno, intentaba mantener la tranquilidad pero aun asi anadio:

– Qian, ?no eres consciente de lo que estas diciendo!

– Soy muy consciente, no puedo ser mas consciente, no me vas a enganar.

Qian tiro los platos y la gallina que habia sobre la caja de libros y rio friamente.

– Pero ?que haces? -grito el dejando estallar su ira.

– ?Quieres matarme? -pregunto Qian extranada, probablemente habia percibido la agresividad en su

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