vigilantes yanquis, que habian exterminado al resto de la tribu. Entonces tenia cuatro o cinco anos, era apenas un esqueleto con la panza llena de gusanos, pero a los pocos meses de alimentarlo a la fuerza y domarle las rabietas para que no destrozara cuanto caia en sus manos ni se diera de cabezazos contra las ruedas de los vagones, la criatura crecio un palmo y aparecio su verdadera naturaleza de guerrero: era estoico, hermetico y paciente. Lo llamo Tom Sin Tribu, para que no se le olvidara el deber de la venganza. 'El nombre es inseparable del ser', decian los indios y Joe asi lo creia, por eso habia inventado su propio apellido.

Las palomas mancilladas de la caravana eran dos hermanas de Missouri, quienes habian hecho el largo viaje por tierra y por el camino perdieron a sus familias; Esther, una joven de dieciocho anos, escapada de su padre, un fanatico religioso que la azotaba; y una hermosa mexicana, hija de padre gringo y madre india, quien pasaba por blanca y habia aprendido cuatro frases en frances para despistar a los distraidos, porque segun el mito popular, las francesas eran mas expertas. En aquella sociedad de aventureros y rufianes tambien habia una aristocracia racial; los blancos aceptaban a las mestizas color canela, pero despreciaban cualquier mezcla con negro. Las cuatro mujeres agradecian la suerte de haberse encontrado con Joe Rompehuesos. Esther era la unica sin experiencia anterior, pero las otras habian trabajado en San Francisco y conocian la mala vida. No les habian tocado salones de alta categoria, sabian de golpes, enfermedades, drogas y la maldad de los alcahuetes, habian contraido incontables infecciones, aguantado remedios brutales y tantos abortos que habian quedado esteriles, pero lejos de lamentarlo, lo consideraban una bendicion. De aquel mundo de infamias, Joe las habia rescatado llevandoselas lejos. Despues las sostuvo en el largo martirio de la abstinencia para quitarles la adiccion al opio y al alcohol. Las mujeres le pagaron con una lealtad de hijas, porque ademas las trataba con justicia y no les robaba. La presencia tremebunda de Babalu desalentaba a clientes violentos y borrachos odiosos, comian bien y los vagones itinerantes les parecian un buen aliciente para la salud y el animo. En esas inmensidades de cerros y bosques se sentian libres. Nada facil ni romantico existia en sus vidas, pero habian ahorrado un poco de dinero y podian irse, si asi lo deseaban, sin embargo no lo hacian porque ese pequeno grupo humano era lo mas parecido a una familia que tenian.

Tambien las chicas de Joe Rompehuesos estaban convencidas de que el joven Elias Andieta, esmirriado y con voz aflautada, era marica. Eso les daba tranquilidad para desvestirse, lavarse y hablar cualquier tema en su presencia, como si fuera una de ellas. La aceptaron con tal naturalidad, que Eliza solia olvidar su papel de hombre, aunque Babalu, se encargaba de recordarselo. Habia asumido la tarea de convertir a ese pusilanime en un varon y lo observaba de cerca, dispuesto a corregirlo cuando se sentaba con las piernas juntas o sacudia su corta melena en un gesto nada viril. Le enseno a limpiar y engrasar sus armas, pero perdio la paciencia tratando de afinarle la punteria: cada vez que apretaba el gatillo, su alumno cerraba los ojos. No se impresionaba por la Biblia de Elias Andieta, por el contrario, sospechaba que la usaba para justificar sus nonerias y era de opinion que si el muchacho no pensaba convertirse en un maldito predicador para que demonios leia sandeces, mejor se dedicaba a los libros cochinos, a ver si se le ocurrian algunas ideas de macho. Escasamente era capaz de firmar su nombre y leia a duras penas, pero no lo admitia ni muerto. Decia que le fallaba la vista y no alcanzaba a ver bien las letras, aunque podia dar un tiro entre los ojos a una liebre despavorida a cien metros de distancia. Solia pedir al Chilenito que leyera en voz alta los periodicos atrasados y los libros eroticos de la Rompehuesos, no tanto por las partes cochinas como por el romance, que siempre lo conmovia. Se trataban invariablemente de amores incendiarios entre un miembro de la nobleza europea y una plebeya, o veces al reves: una dama aristocratica perdia el seso por un hombre rustico, pero honesto y orgulloso. En estos relatos las mujeres eran siempre bellas y los galanes incansables en su ardor. El telon de fondo era una seguidilla de bacanales, pero a diferencia de otras novelitas pornograficas de diez centavos que se vendian por alli, estas tenian argumento. Eliza leia en voz alta sin manifestar sorpresa, como si viniera de vuelta de los peores vicios, mientras a su alrededor Babalu y tres de las palomas escuchaban pasmados. Esther no participaba en esas sesiones, porque le parecia mayor pecado describir aquellos actos que cometerlos. A Eliza le ardian las orejas, pero no podia menos que reconocer la inesperada elegancia con que esas porquerias estaban escritas: algunas frases le recordaban el estilo impecable de Miss Rose. Joe Rompehuesos, a quien la pasion carnal en ninguna de sus formas interesaba en lo mas minimo y por lo mismo esas lecturas la aburrian, cuidaba personalmente que ni una palabra de aquello hiriera las inocentes orejas de tom Sin Tribu. Lo estoy criando para jefe indio, no para alcahuete de putas, decia, y en su afan de hacerlo macho tampoco permitia que el chiquillo la llamara abuela.

– ?Yo no soy abuela de nadie, carajo! Yo soy la Rompehuesos, ?me has entendido, condenado mocoso?

– Si, abuela.

Babalu, el Malo, un ex-convicto de Chicago, habia atravesado a pie el continente mucho antes de la fiebre del oro. Hablaba lenguas de indios y habia hecho de un cuanto hay para ganarse la vida, desde fenomeno en un circo ambulante, donde tan pronto levantaba un caballo por encima de su cabeza, como arrastraba con los dientes un vagon cargado de arena, hasta estibador en los muelles de San Francisco. Alli fue descubierto por la Rompehuesos y se empleo en la caravana. Podia hacer el trabajo de varios hombres y con el no se necesitaba mas proteccion. Juntos podian espantar a cualquier numero de contrincantes, como lo demostraron en mas de una ocasion.

– Tienes que ser fuerte o te demoleran, Chilenito -aconsejaba a Eliza-. No creas que yo he sido siempre como me ves. Antes yo era como tu, enclenque y medio panfilo, pero me puse a levantar pesas y mirame los musculos. Ahora nadie se atreve conmigo.

Babalu, tu mides mas de dos metros y pesas como una vaca. ?Nunca voy a ser como tu!

– el tamano nada tiene que ver, hombre. Son los cojones los que cuentan. Siempre fui grande, pero igual se reian de mi.

– ?Quien se burlaba de ti?

– Todo el mundo, hasta mi madre, que en paz descanse. Te voy a decir algo que nadie sabe…

– ?Si?

– ?Te acuerdas de Babalu, el Bueno?… Ese era yo antes. Pero desde hace veinte anos soy Babalu, el Malo, y me va mucho mejor.

Palomas mancilladas

En diciembre el invierno descendio de subito a los faldeos de la sierra y millares de mineros debieron abandonar sus pertenencias para trasladarse a los pueblos en espera de la primavera. La nieve cubrio con un manto piadoso el vasto terreno horadado por aquellas hormigas codiciosas y el oro que aun quedaba volvio a descansar en el silencio de la naturaleza. Joe Rompehuesos condujo su caravana a uno de los pequenos pueblos recien nacidos a lo largo de la Veta Madre, donde alquilo un galpon para invernar. Vendio las mulas, compro una gran batea de madera para el bano, una cocina, dos estufas, unas piezas de tela ordinaria y botas rusas para su gente, porque con la lluvia y el frio eran indispensables. Puso a todos a raspar la mugre del galpon y hacer cortinas para separar cuartos, instalo las camas con baldaquino, los espejos dorados y el piano. Enseguida partio en visita de cortesia a las tabernas, el almacen y la herreria, centros de la actividad social. A modo de periodico, el pueblo contaba con una hoja de noticias hecha en una vetusta imprenta que habia atravesado el continente a la rastra, de la cual se valio Joe para anunciar discretamente su negocio. Ademas de sus muchachas, ofrecia botellas del mejor ron de Cuba y Jamaica, como lo llamaba, aunque en verdad era un brebaje de canibales capaz de torcer el rumbo del alma, libros 'calientes' y un par de mesas de juego. Los clientes acudieron con prontitud. Habia otro burdel, pero siempre la novedad era bienvenida. La madame del otro establecimiento declaro una guerra solapada de calumnias contra sus rivales, pero se abstuvo de enfrentar abiertamente al duo formidable de la Rompehuesos y Babalu, el Malo. En el galpon se retozaba detras de las improvisadas cortinas, se bailaba al son del piano y se jugaban sumas considerables bajo la custodia de la patrona, quien no aceptaba peleas ni mas trampas que las suyas bajo su techo. Eliza vio hombres perder en un par de noches la ganancia de meses de esfuerzo titanico y llorar en el pecho de las chicas que habian ayudado a esquilmarlos.

Al poco tiempo los mineros tomaron afecto a Joe. A pesar de su aspecto de corsario, la mujer tenia un corazon de madre y ese invierno las circunstancias lo pusieron a prueba. Se desencadeno una epidemia de disenteria que tumbo a la mitad de la poblacion y mato a varios. Apenas se enteraba de que alguien estaba en trance de muerte en alguna cabana lejana, Joe pedia prestado un par de caballos en la herreria y se iba con Babalu, a socorrer al desgraciado. Solia acompanarlos el herrero, un cuaquero formidable que desaprobaba el

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