incendio y Joe siempre sospecho de la otra madame. Las maderas prendieron como petardos y en un instante empezaron a arder las cortinas, los chales de seda y los colgajos de la cama. Todos escaparon ilesos, incluso alcanzaron a echarse unas mantas encima y Eliza cogio al vuelo la caja de lata que contenia sus preciosas cartas. Las llamas y el humo envolvieron rapidamente el local y en menos de diez minutos ardia como una antorcha, mientras las mujeres a medio vestir, junto a sus mareados clientes, observaban el espectaculo en total impotencia. Entonces Eliza echo una mirada contando a los presentes y se dio cuenta horrorizada que faltaba Tom Sin Tribu. El nino habia quedado durmiendo en la cama que ambos compartian. No supo como le arrebato una cobija a Esther de los hombros, se cubrio la cabeza y corrio atravesando de un empellon el delgado tabique de madera ardiendo, seguida por Babalu, quien intentaba detenerla a gritos sin entender por que se lanzaba al fuego. Encontro al chico de pie en la humareda, con los ojos despavoridos, pero perfectamente sereno. Le tiro la manta encima y trato de levantarlo en brazos, pero era muy pesado y un acceso de tos la doblo en dos. Cayo de rodillas empujando a Tom para que corriera hacia afuera, pero el no se movio de su lado y los dos habrian quedado reducidos a ceniza si Babalu no aparece en ese instante para coger uno en cada brazo como si fueran paquetes y salir con ellos a la carrera en medio de la ovacion de quienes esperaban afuera.

– ?Condenado muchacho! ?Que hacias alli adentro! -reprochaba Joe al indiecito mientras lo abrazaba, lo besaba y le daba cachetazos para que respirara.

Gracias a que el galpon quedaba aislado, no ardio medio pueblo, como senalo despues el 'sheriff', quien tenia experiencia en incendios porque ocurrian con demasiada frecuencia por esos lados. Al resplandor acudio una docena de voluntarios encabezados por el herrero a combatir las llamas, pero ya era tarde y solo pudieron rescatar el caballo de Eliza, del cual nadie se habia acordado en la pelotera de los primeros minutos y todavia estaba amarrado en su cobertizo, loco de terror. Joe Rompehuesos perdio esa noche cuanto poseia en el mundo y por primera vez la vieron flaquear. Con el nino en los brazos presencio la destruccion, sin poder contener las lagrimas, y cuando solo quedaron tizones humeantes escondio la cara en el pecho enorme de Babalu, a quien se le habian chamuscado cejas y pestanas. Ante la debilidad de esa madraza, a quien creian invulnerable, las cuatro mujeres rompieron a llorar a coro en un racimo de enaguas, cabelleras alborotadas y carnes temblorosas. Pero la red de solidaridad comenzo a funcionar aun antes que se apagaran las llamas y en menos de una hora habia alojamiento disponible para todos en varias casas del pueblo y uno de los mineros, a quien Joe salvo de la disenteria, inicio una colecta. El Chilenito, Babalu, y el nino -los tres varones de la comparsa- pasaron la noche en la herreria. James Morton coloco dos colchones con gruesas cobijas junto a la forja siempre caliente y sirvio un esplendido desayuno a sus huespedes, preparado con esmero por la esposa del predicador que los domingos denunciaba a grito abierto el ejercicio descarado del vicio, como llamaba a las actividades de los dos burdeles.

– No es el momento para remilgos, estos pobres cristianos estan tiritando -dijo la esposa del reverendo cuando se presento en la herreria con su guiso de liebre, una jarra de chocolate y galletas de canela.

La misma senora recorrio el pueblo pidiendo ropa para las palomas, que seguian en enaguas, y la respuesta de las otras damas fue generosa. Evitaban pasar frente al local de la otra madame, pero habian tenido que relacionarse con Joe Rompehuesos durante la epidemia y la respetaban. Asi fue como las cuatro pindongas anduvieron un buen tiempo vestidas de senoras modestas, tapadas del cuello hasta los pies, hasta que pudieron reponer sus atuendos rumbosos. La noche del incendio la esposa del pastor quiso llevarse a Tom Sin Tribu a su casa, pero el nino se aferro del cuello de Babalu y no hubo poder humano capaz de arrancarlo de alli. El gigante habia pasado horas insomne, con el Chilenito acurrucado en uno de su brazos y el nino en el otro, bastante picado por las miradas sorprendidas del herrero.

– Saquese esa idea de la cabeza, hombre. No soy maricon -farfullo indignado, pero sin soltar a ninguno de los dos durmientes.

La colecta de los mineros y la bolsa de cafe enterrada bajo el roble sirvieron para instalar a los damnificados en una casa tan comoda y decente, que Joe Rompehuesos penso renunciar a su compania itinerante y establecerse alli. Mientras otros pueblos desaparecian cuando los mineros se movilizaban hacia nuevos lavaderos, este crecia, se afirmaba e incluso pensaban cambiarle el nombre por uno mas digno. Cuando terminara el invierno volverian a subir hacia los faldeos de la sierra nuevas oleadas de aventureros y la otra madame se estaba preparando. Joe Rompehuesos solo contaba con tres chicas, porque era evidente que el herrero pensaba arrebatarle a Esther, pero ya veria como se las arreglaba. Habia ganado cierta consideracion con su obras de compasion y no deseaba perderla: por primera vez en su agitada existencia se sentia aceptada en una comunidad. Eso era mucho mas de lo que tuvo entre holandeses en Pennsylvania y la idea de echar raices no estaba del todo mal a su edad. Al enterarse de esos planes, Eliza decidio que si Joaquin Andieta -o Murieta- no aparecia en la primavera, tendria que despedirse de sus amigos y seguir buscandolo.

Desilusiones

A finales del otono Tao Chi?en recibio la ultima carta de Eliza que habia pasado de mano en mano durante varios meses siguiendo su rastro hasta San Francisco. Habia dejado Sacramento en abril. El invierno en esa ciudad se le hizo eterno, solo lo sostuvieron las cartas de Eliza, que llegaban esporadicamente, la esperanza de que el espiritu de Lin lo ubicara y su amistad con el otro 'zhong yi'. Habia conseguido libros de medicina occidental y asumia encantado la paciente tarea de traducirlos linea por linea a su amigo, asi ambos absorbian al mismo tiempo esos conocimientos tan diferentes a los suyos. Se enteraron que en Occidente poco se sabia de plantas fundamentales, de prevenir enfermedades o del 'qi', la energia del cuerpo no se mencionaba en esos textos, pero estaban mucho mas avanzados en otros aspectos. Con su amigo pasaba dias comparando y discutiendo, pero el estudio no fue suficiente consuelo; le pesaba tanto el aislamiento y la soledad, que abandono su casucha de tablas y su jardin de plantas medicinales y se traslado a vivir en un hotel de chinos, donde al menos oia su lengua y comia a su gusto. A pesar de que sus clientes eran muy pobres y a menudo los atendia gratis, habia ahorrado dinero. Si Eliza regresara se instalarian en una buena casa, pensaba, pero mientras estuviera solo el hotel bastaba. El otro 'zhong yi' planeaba encargar una joven esposa a China e instalarse definitivamente en los Estados Unidos, porque a pesar de su condicion de extranjero, alli podia tener mejor vida que en su pais. Tao Chi?en lo advirtio contra la vanidad de los 'lirios dorados', especialmente en America, donde se caminaba tanto y los 'fan guey' se burlarian de una mujer con pies de muneca. 'Pidale al agente que le traiga una esposa sonriente y sana, todo lo demas no importa', le aconsejo, pensando en el breve paso por este mundo de su inolvidable Lin y en cuanto mas feliz hubiera sido con los pies y los pulmones fuertes de Eliza. Su mujer andaba perdida, no sabia ubicarse en esa tierra extrana. La invocaba en sus horas de meditacion y en sus poesias, pero no volvio a aparecer ni siquiera en sus suenos. La ultima vez que estuvo con ella fue aquel dia en la bodega del barco, cuando ella lo visito con su vestido de seda verde y las peonias en el peinado para pedirle que salvara a Eliza, pero eso habia sido a la altura del Peru y desde entonces habia pasado tanta agua, tierra y tiempo, que Lin seguramente vagaba confundida. Imaginaba al dulce espiritu buscandolo en ese vasto continente desconocido sin lograr ubicarlo. Por sugerencia del 'zhong yi' mando pintar un retrato de ella a un artista recien llegado de Shanghai, un verdadero genio del tatuaje y el dibujo, quien siguio sus precisas instrucciones, pero el resultado no hacia justicia a la transparente hermosura de Lin. Tao Chi?en formo un pequeno altar con el cuadro, frente al cual se sentaba a llamarla. No entendia por que la soledad, que antes consideraba una bendicion y un lujo, ahora le resultaba intolerable. El peor inconveniente de sus anos de marinero habia sido la falta de un espacio privado para la quietud o el silencio, pero ahora que lo tenia deseaba compania. Sin embargo la idea de encargar una novia le parecia un disparate. Una vez antes los espiritus de sus antepasados le habian conseguido una esposa perfecta, pero tras esa aparente buena fortuna habia una maldicion oculta. Conocio el amor correspondido y ya nunca mas volverian los tiempos de la inocencia, cuando cualquier mujer con pies pequenos y buen caracter le parecia suficiente. Se creia condenado a vivir del recuerdo de Lin, porque ninguna otra podria ocupar su lugar con dignidad. No deseaba una sirvienta o una concubina. Ni siquiera la necesidad de tener hijos para que honraran su nombre y cuidaran su tumba le servia de aliciente. Trato de explicarselo a su amigo, pero se enredo en el lenguaje, sin palabras en su vocabulario para expresar ese tormento. La mujer es una criatura util para el trabajo, la maternidad y el placer, pero ningun hombre culto e inteligente pretenderia hacer de ella su companera, le habia dicho su amigo la unica vez que le confio sus sentimientos. En China bastaba echar una mirada alrededor para entender tal razonamiento, pero en America las relaciones entre esposos parecian diferentes. De partida, nadie

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