– ?Despues del accidente?

– Si, doc, despues del accidente.

– Pues no se. Al cabo de dos o tres dias seguramente.

– ?Ya estaban ustedes casados?

– Hacia unos meses.

– ?Por que no se lo dijo enseguida?

– Me lo dijo enseguida. Quiero decir que me lo dijo en cuanto llegue. Supongo que no queria preocuparme.

– Ya comprendo -dijo Carlson. Miro a Stone. No se molestaron en disfrazar su incredulidad-. O sea que fue usted quien saco las fotos, ?verdad, doc?

– No -dije, y en cuanto lo hice desee no haberlo dicho.

Intercambiaron otra mirada, sedientos de sangre. Carlson inclino la cabeza y se acerco un poco mas.

– ?Habia visto usted esas fotografias? -pregunto.

No dije nada. Se quedaron esperando. Pense en la pregunta. La respuesta era no, pero… ?de donde las habian sacado? ?Por que no estaba enterado yo de su existencia? ?Quien habia sacado aquellas fotos? Mire a los dos hombres a la cara, pero su expresion no dejaba traslucir nada.

Es muy sorprendente, sobre todo cuando uno se detiene a reflexionar sobre la cuestion, que las lecciones mas importantes sobre la vida nos lleguen a traves de la television. La inmensa mayoria de conocimientos que tenemos sobre interrogatorios, derechos Miranda, autoacusaciones, contrainterrogaciones, listas de testigos, sistemas de jurado, han llegado hasta nosotros a traves de Policias de Nueva York, Ley y Orden y otras producciones semejantes. Ahora mismo, si yo le arrojase a usted una pistola y le ordenase disparar, usted haria lo que ha visto hacer en la television a otras personas en las mismas circunstancias. Y si yo le dijese que buscase un «sabueso», sabria de que le estoy hablando en caso de haber visto Mannix o Magnum.

Les mire e hice la pregunta clasica:

– ?Sospechan de mi?

– ?En que aspecto?

– En cualquier aspecto -conteste-. ?Sospechan que he cometido algun delito?

– Es una pregunta muy vaga, doc.

La respuesta tambien era vaga. No me gustaba nada el cariz que estaba tomando el asunto. Por eso me decidi por algo que tambien habia aprendido en la television.

– Quiero llamar a mi abogado -dije.

10

No tengo un abogado penalista particular -?lo tiene alguien?-, por lo que llame a Shauna desde un telefono publico del pasillo y la puse al corriente de la situacion. Shauna no se anduvo por las ramas.

– Tengo la persona que necesitas -dijo-. Espera y no te pongas nervioso.

Espere, pues, en la sala de interrogatorios. Carlson y Stone tuvieron la amabilidad de esperar conmigo. Mataban el tiempo conversando en voz baja. Transcurrio media hora. Aquel silencio me ponia nervioso. Pero sabia que eso querian ellos. No podia mas. Despues de todo, yo era inocente. Si tomaba precauciones, no podia perjudicarme.

– A mi esposa la encontraron marcada con la letra K -les dije.

Los dos levantaron la cabeza.

– Usted perdone -dijo Carlson, estirando el cuello hacia mi-. ?Hablaba con nosotros?

– A mi esposa la encontraron marcada con la letra K -repeti-. Yo estaba en el hospital por los golpes que sufri en el ataque. No pensaran que… -me aventure a decir.

– ?Que? -dijo Carlson.

Como suele ocurrir siempre, todo es empezar.

– Que yo tengo algo que ver con la muerte de mi esposa.

Fue entonces cuando se abrio la puerta e irrumpio en la habitacion una mujer que reconoci enseguida, la habia visto en television. Carlson, al verla, echo el cuerpo bruscamente hacia atras. Oi que Stone murmuraba por lo bajo:

– ?Lo que faltaba!

Hester Crimstein no se entretuvo en presentaciones.

– ?Mi cliente ha solicitado asesor? -pregunto.

No hay nadie como Shauna para hacer favores. Aunque yo no habia tenido ocasion de conocer personalmente a mi abogada, la reconoci por haberla visto en la tele en sus intervenciones como «experta en cuestiones juridicas» de diversas tertulias, como habia visto tambien su propio programa titulado Crimstein contra el crimen. En la pantalla, Hester Crimstein era rapida y expeditiva y solia hacer papilla a sus invitados. Vista al natural, se percibia en ella una curiosisima aura de poder, era una de esas personas que miran a los demas como si ellas fueran tigres famelicos y ellos gacelillas cojas.

– En efecto -dijo Carlson.

– Y sin embargo, aqui estan ustedes, amables y tranquilitos, y a la carga con las preguntas.

– Ha sido el quien ha hablado con nosotros.

– Si, claro -Hester Crimstein abrio la cartera con un chasquido, saco boligrafo y papel y los arrojo sobre la mesa-. Escriban sus nombres.

– ?Como?

– Sus nombres, amigos. Saben escribirlos, ?verdad?

Aunque era una pregunta retorica, Crimstein se quedo en actitud de esperar respuesta.

– Si -dijo Carlson.

– ?Faltaba mas! -anadio Stone.

– Pues bien, escribanlos. Cuando explique por television como han pisoteado los derechos constitucionales de mi cliente, quiero asegurarme de dar los nombres correctos. Con letras mayusculas, por favor.

Finalmente, me miro a mi.

– ?Vamos! -dijo.

– Un momento -intervino Carlson-. Nos gustaria hacer unas preguntas a su cliente.

– No.

– ?No? ?Asi de claro?

– Exactamente, asi de claro. No hablaran con el. Ni el hablara con ustedes. Nunca. ?Lo han entendido los dos?

– Si -dijo Carlson.

Crimstein se volvio a Stone.

– Si -dijo Stone.

– Perfecto, companeros. ?Van a detener al doctor Beck?

– No.

Se volvio hacia mi.

– Vamos, ?que espera? -me espeto-. Vamonos de aqui.

Hester Crimstein no volvio a decir palabra hasta que nos encontramos a salvo en la limusina.

– ?Donde quiere que le deje? -pregunto.

Di al chofer la direccion de la clinica.

– Hableme del interrogatorio -dijo Crimstein-. Con detalle.

Le di cuenta lo mejor que pude de la conversacion que habia sostenido con Carlson y Stone. Hester Crimstein apenas me miraba. Habia sacado una agenda mas gruesa que mi cintura y empezo a hojearla.

– Esas fotos de su mujer -dijo cuando termine-, ?las hizo usted?

– No.

– ?Se lo ha dicho a Hansel y Gretel?

Asenti.

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