– ?Quieren decirme que pasa?

Carlson miro un momento a Stone.

– Quisiera mostrarles unas fotografias, si ustedes me permiten. Son bastante impresionantes, pero las considero importantes.

Stone tendio el sobre de papel oscuro a Carlson. Carlson lo abrio. Fue colocando una por una, en la mesilla baja, todas las fotos que mostraban a Elizabeth con el cuerpo marcado por las contusiones. Observo la reaccion que causaban. Como era de esperar, Kim Parker profirio un grito. El rostro de Hoyt Parker parecio librar una lucha consigo mismo hasta que acabo por serenarse en una actitud indiferente y distante.

– ?De donde las ha sacado? -pregunto Hoyt sin levantar demasiado la voz.

– ?Las habia visto antes?

– Nunca -dijo mirando a su mujer, quien movio negativamente la cabeza.

– Pero yo me acuerdo de estas contusiones -se aventuro a decir Kim Parker.

– ?Cuando las vio?

– No lo recuerdo exactamente. Fue poco antes de su muerte. Pero cuando yo vi esas senales eran menos… - busco la palabra exacta-… menos pronunciadas.

– ?Le dijo su hija como se las habia hecho?

– Dijo que habia tenido un accidente de coche.

– Senora Parker, hemos hecho comprobaciones en la compania de seguros de su hija. No informo nunca de que hubiera sufrido ningun accidente. Hemos revisado los archivos de la policia. No hubo nadie que presentase ninguna denuncia. Ningun policia relleno ningun informe.

– En resumen, ?que quiere decir con esto? -tercio Hoyt.

– Quiero decir lo que digo: que si estas senales que aparecen en el cuerpo de su hija no son resultado de un accidente de coche, ?de que son resultado?

– Usted se figura que son resultado de una paliza que le dio su marido, ?no es eso?

– Es una teoria que estamos comprobando.

– ?En que se basan?

Los dos hombres vacilaron. Era una vacilacion que revelaba dos posibilidades: que no querian hablar delante de una senora o que no querian hablar delante de un civil. Hoyt capto la situacion.

– Kim, ?te importaria que hablase unos momentos a solas con los agentes?

– En absoluto -se levanto con piernas inseguras y se dirigio a la escalera-. Estoy en nuestro cuarto.

Cuando hubo desaparecido de la vista de todos, Hoyt dijo:

– Muy bien, les escucho.

– Mire usted, no es que creamos que el doctor Beck diera una paliza a su hija -dijo Carlson-. Lo que creemos es que la asesino.

Hoyt aparto la vista de Carlson y miro a Stone, despues volvio a mirar a Carlson como quien espera el final del chiste. Pero al ver que no anadian nada mas, se traslado a la silla.

– Sera mejor que se expliquen.

14

?Que mas me habria ocultado Elizabeth?

Mientras caminaba por la Decima Avenida en direccion a Quick-n-Park, trate de hacerme a la idea de que las fotografias no eran otra cosa que un testimonio del accidente de coche que Elizabeth habia sufrido. Rememore su actitud despreocupada con respecto al asunto. Una simple abolladura del coche. No tenia la mas minima importancia. Cuando trate de saber mas detalles, admitio cualquier explicacion.

Ahora sabia, sin embargo, que me habia mentido.

Hasta entonces habria podido asegurar que Elizabeth no me habia mentido nunca pero, a la vista de aquel reciente descubrimiento, ese argumento carecia totalmente de base. A pesar de todo, aquella era la primera mentira que le descubria. Lo mas probable era que tanto ella como yo tuvieramos nuestros secretos particulares.

Al llegar al Quick-n-Park, descubri algo extrano… o quiza debiera precisar que descubri a alguien que me parecio extrano. Vi en la esquina a un hombre con un abrigo de color marron.

Y me estaba mirando.

Era curioso, pero aquel hombre me resultaba familiar. Sin ser una persona conocida, me parecio que lo habia visto antes. Un deja vu. Si, yo habia visto a aquel hombre. Aquella misma manana, incluso. ?Donde? Repase todo lo que habia hecho por la manana y el ojo de mi cerebro coloco al hombre en su sitio.

Habia visto al hombre del abrigo marron aquel mismo dia, a las ocho de la manana, al aparcar un momento para tomar un cafe. En el aparcamiento de Starbucks.

?Seguro?

No, por supuesto que no era seguro. Deje de de mirarlo y me dirigi a la cabina del empleado del aparcamiento. Este llevaba prendida una tarjeta de identificacion en la que se leia su nombre, Carlo, y estaba viendo la television y comiendo un bocadillo. Mantuvo medio minuto los ojos clavados en la pantalla antes de dirigirme la mirada. A continuacion se tomo todo el tiempo del mundo para sacudirse las migas que le habian quedado en las manos, cogio el tique que yo le tendia y lo sello. Pague el importe y me entrego la llave.

El hombre del abrigo marron seguia en el mismo sitio.

Hice esfuerzos para no mirar en su direccion mientras caminaba hacia el coche. Entre en el, lo puse en marcha y, ya en la Decima Avenida, eche un vistazo por el retrovisor.

El hombre del abrigo marron no me miraba. Continue mirandolo hasta que enfile West Side Highway. En ningun momento desvio la mirada hacia mi. Paranoico. Estaba transformandome en un pirado paranoico.

?Por que me habria mentido Elizabeth?

Por mucho que lo pensase, no llegaba a conclusion alguna.

Todavia faltaban tres horas para que entrara mi mensaje de la Calle del Murcielago. Tres horas. ?Vaya, necesitaba distraerme! Solo pensar en lo que podia haber al otro extremo de aquella conexion cibernetica, me destrozo el estomago.

Sabia que debia hacer. Lo que ocurria es que trataba de retrasar lo inevitable.

Cuando entre en casa, encontre a mi abuelo solo, sentado en su silla de costumbre. El televisor estaba apagado. La enfermera estaba de chachara por telefono hablando en ruso. Se suponia que no debia abandonar su trabajo. Me dije que llamaria a la agencia y pediria que la sustituyesen.

Mi abuelo tenia pequenas particulas de huevo pegadas en las comisuras de los labios. Me saque el panuelo del bolsillo y se las limpie suavemente. Nuestras miradas se cruzaron, pero la suya estaba fija en algo que se encontraba mucho mas lejos de mi. Me vi con el y con todos en el lago. Mi abuelo haciendo su numero favorito: el antes y despues de la dieta para perder peso. Se ponia de perfil, soltaba el cuerpo, relajaba su elastica barriga y gritaba: «?Antes!». A continuacion escondia la barriga hacia dentro, doblaba el cuerpo y soltaba a voz en grito un: «?Despues!». El efecto era formidable. Mi padre se partia de risa. Mi padre tenia una risa contagiosa. Era como una liberacion total del cuerpo. Tambien yo me reia del misino modo. Pero aquella manera de reirse murio con el. Ya no podria volver a reir nunca asi. En cierta forma, era una risa obscena.

La enfermera se apresuro a colgar el telefono, y entro precipitadamente en la habitacion con una gran sonrisa. No se la devolvi.

Eche una mirada a la puerta del sotano. Seguia dando largas a lo inevitable.

Pero no, basta de demoras.

– No lo deje solo -le dije.

La enfermera me respondio con una inclinacion de cabeza y se sento.

Hacia mucho tiempo que el sotano estaba abandonado a su suerte y se notaba. La deteriorada moqueta, en otro tiempo de color marron, estaba ahora acribillada de agujeros y combada por el contacto con el agua. Pegadas a las paredes de asfalto habia unas laminas de un material sintetico extrano que simulaban una pared de ladrillo blanco. Algunas se habian desencolado y colgaban hasta el suelo; otras, se habian quedado a medio camino, como

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