habria alineado con los paranoicos, pero…
«Vigilan…»
?Que significaban exactamente aquellas palabras? ?Quien vigilaba? ?Los federales? Y si detras de aquellos mensajes electronicos estaban los federales, ?por que me hacian aquella advertencia? Lo que querian los federales era que yo actuase.
«La hora del beso…»
De pronto me quede helado.
?Dios mio, que estupido habia sido!
No se molestaron en usar la cinta adhesiva.
Tenian a Rebecca Schayes tendida en la mesa, gemia como un perro moribundo tirado en la cuneta, pero de cuando en cuando farfullaba palabras, dos o tres palabras seguidas sin ilacion coherente. Estaba ya tan lejos que ni llorar podia. Habian cesado los ruegos. Todavia tenia los ojos abiertos pero la mirada era de incomprension. Sus ojos ya no veian. En cuanto a su mente, hacia un cuarto de hora que habia quedado hecha anicos sin remision posible.
Era sorprendente que Wu no hubiera dejado senales. Ninguna senal, pero ahora Rebecca era veinte anos mas vieja.
Rebecca Schayes no sabia nada. El doctor Beck la habia ido a ver porque estaba interesado en conocer detalles acerca de un antiguo accidente de automovil que no era en realidad un accidente de automovil. Habia tambien fotografias. Beck habia supuesto que las habia hecho ella, pero no era asi.
La sensacion que le subia por las paredes del estomago, la que empezo como un simple cosquilleo cuando Larry Gandle se entero de que habian descubierto los dos cadaveres del lago, seguia su ascension. Pero aquella noche algo habia ido mal. Esto era seguro, pese a que ahora Larry Gandle se temia que quiza todo habia ido mal.
Habia llegado el momento de que la verdad aflorase a la superficie.
Habia consultado con su segurata. Si, Beck habia salido a dar un paseo con el perro. Solo. Frente a las pruebas que urdiria Wu, esa era una contundente coartada. Los federales se reirian en sus narices.
Larry Gandle se aproximo a la mesa. Rebecca Schayes miro hacia arriba y profirio un sonido que no era terrenal, una mezcla de quejido agudisimo y de risa frustrada.
Larry Gandle oprimio el arma contra la frente de Rebecca. Esta profirio otro sonido igual que el anterior. Larry disparo dos veces y todo el mundo quedo en silencio.
Me dirigia a tasa cuando recorde la advertencia.
«Vigilan.»
?Para que correr riesgos? A tres manzanas de distancia habia un Kinko. Abierto las veinticuatro horas. Al llegar a la puerta, comprendi por que. Pese a que ya era medianoche, el local estaba atestado. Todo un tropel de ejecutivos agotados, cargados de papeles, pantallas para diapositivas y carteles.
Me puse al final de una laberintica cola orientada por cordones de terciopelo y aguarde turno. Aquella cola me recordo las visitas a los bancos en los tiempos anteriores a los cajeros automaticos. La mujer que iba delante de mi iba vestida con traje chaqueta pese a ser medianoche y tenia unas ojeras tan marcadas como los botones de hotel. Detras de mi habia un hombre de cabello ensortijado y chandal oscuro que saco rapidamente un movil y empezo a pulsar las teclas.
– ?Senor?
Alguien con uniforme Kinko me indico con el dedo a
– No puede entrar con el perro.
Estuve a punto de decirle que ya estaba dentro, pero lo pense mejor y me calle. La mujer del traje chaqueta permanecio impavida. El hombre de cabello ensortijado y chandal oscuro me miro y se encogio de hombros, como diciendome: «?Que le vamos a hacer!». Me precipite al exterior, ate a
A los diez minutos me encontraba en el primer lugar de la cola. El empleado de Kinko era joven y exuberante. Me indico un terminal de ordenador y con enorme lentitud me puso al corriente del precio por minuto.
Segui su pequeno discurso con leves movimientos de asentimiento y me introduje en la web.
«La hora del beso.»
De pronto habia visto claro que la clave era esta. En el primer mensaje decia «la hora del beso», no «las seis y cuarto de la tarde». ?Por que? La respuesta era logica. Era un codigo cifrado, por si el mensaje caia bajo miradas ajenas. Quienquiera que lo hubiera enviado, habia tenido en cuenta la posibilidad de que el mensaje fuera interceptado. Quienquiera que lo hubiera enviado sabia que solo yo sabia que hora era la hora del beso.
Fue entonces cuando lo vi claro.
En primer lugar estaba el nombre de la cuenta. Calle del Murcielago. Cuando Elizabeth y yo eramos adolescentes, soliamos recorrer la cuesta de Morewood Street camino del campo de Little League. Alli estaba la casa de color amarillo sucio donde vivia aquella vieja repulsiva. Vivia sola y solia gritar cuando pasaban ninos corriendo delante de la puerta de su casa. No hay pueblo que no tenga una de esas viejas brujas. Se les suele poner un apodo. En nuestro caso el apodo era senora Murcielago.
Volvi a Bigfoot. En la casilla reservada para el nombre del usuario teclee la palabra Morewood.
Entretanto, junto a mi, el joven y exuberante empleado de Kinko repetia la perorata acerca del uso de la web al hombre de cabello ensortijado y chandal oscuro. Pulse la tecla del tabulador y me traslade a la casilla del texto para escribir la contrasena.
La otra palabra clave, «Adolescencia», era mas facil. En el primer ano de bachillerato, un viernes por la noche fuimos a casa de Jordan Goldman. Eramos unos diez chicos. Jordan habia descubierto un video porno que su padre tenia escondido. Era la primera vez que veiamos uno de esos videos. Lo vimos todos y no paramos de reirnos todo el rato, nerviosos, y haciendo las acostumbradas observaciones maliciosas de rigor y sintiendonos deliciosamente transgresores. Mas adelante, cuando hubo que elegir un nombre para nuestro equipo de
Puse las palabras «Sex Poodles» en la contrasena. Trague saliva y pulse con el raton en el icono de la entrada.
Eche una mirada al hombre de cabello ensortijado. Estaba absorto en una busqueda de Yahoo! Volvi a mirar el escritorio que tenia enfrente. La mujer del traje sastre observaba cenuda a otro empleado de Kinko que tenia el aire feliz de la medianoche.
Me quede a la espera de que apareciera el mensaje de error. Pero esta vez no se materializo, sino que ante mi vista se desplego una pantalla dandome la bienvenida. En la parte superior se leia:
«?Hola, Morewood!»
Mas abajo decia:
«Tiene un mensaje en el buzon.»
Mi corazon parecia un pajaro que pugnase por salir volando de la jaula de mis costillas.
Pulse con el raton en el icono de Mensaje Nuevo y mi pierna inicio el acostumbrado bailoteo. Esta vez no habia ninguna Shauna para frenarlo. A traves del cristal del establecimiento veia a
Entonces aparecio el mensaje:
«Washington Square Park. Buscame en la esquina sureste. Manana a las cinco.
»Te seguiran.»
Y ya al final:
«Pase lo que pase, te quiero.»
La esperanza, aquel pajaro enjaulado que se negaba a morir, volo libre. Me recoste en el respaldo de la silla. Senti que los ojos se me llenaban de lagrimas pero, por primera vez desde hacia mucho tiempo, sonrei plenamente satisfecho.
Elizabeth… seguia siendo la persona mas inteligente que conocia.