20

A las dos de la madrugada repte a la cama y me quede boca arriba. El techo comenzo a dar vueltas inducidas por el excesivo numero de copas que habia tomado. Me agarre a los lados de la cama y aguante.

Shauna me habia preguntado si alguna vez, despues de casado, habia sentido la tentacion de enganar a Elizabeth. Habia anadido aquel inciso, despues de casado, porque estaba enterada del otro incidente.

Desde el punto de vista tecnico, yo habia enganado una vez a Elizabeth, si bien enganar tal vez no sea la palabra adecuada. Enganar presupone hacer dano a la otra persona y yo a Elizabeth no le habia hecho dano alguno, de eso estoy plenamente seguro. Debo decir, con todo, que durante mi primer ano de universidad tome parte en un lamentable rito iniciatico conocido con el nombre de «la noche del universitario». Por mera curiosidad, supongo. Algo puramente experimental y estrictamente fisico. No me gusto mucho. Voy a ahorrarles la manida frasecita y no les dire que la sexualidad sin amor carece de sentido. No lo dire porque no es verdad. Pero aun cuando pienso que es sumamente facil tener relaciones sexuales con una persona mas o menos desconocida, se tambien que seria dificil pasar la noche con ella. Puede decirse que en ese caso la atraccion es puramente hormonal. Una vez liberada la tension, lo que uno quiere es largarse con viento fresco. La sexualidad es para todos, lo que viene despues es solo para los que se quieren.

Una manera de razonar muy comoda, se diran ustedes.

Si ello importa, sospecho que Elizabeth hizo algo parecido. Habiamos acordado que procurariamos «conocer» a otras personas cuando fuesemos a la universidad, englobando en el termino «conocer» una intencion vaga que abarcaba un campo muy general. De ese modo podia disculparse cualquier desliz, cargandolo en la cuenta del compromiso. Siempre que salia a relucir el tema, Elizabeth negaba que hubiera habido alguien mas. Pero debo decir que yo hacia lo mismo.

La cama seguia girando y yo continuaba haciendome preguntas. ?Que podia hacer ahora?

Para empezar, tenia que esperar a que fueran las cinco de la tarde siguiente. Hasta entonces no podia quedarme sentado esperando. Bastante habia esperado ya. Gracias, pero no pensaba hacerlo. A decir verdad -una verdad que no me gustaba admitir ni siquiera a mi mismo-, yo, en el lago, estuve indeciso. Y fue asi porque tuve miedo. Sali del agua y espere. Esto hizo que el otro, quien fuese, me atacase. Ademas, tampoco me revolvi ante la primera embestida. No me lance contra el agresor. No me enfrente a el ni le di un punetazo siquiera. Lo que hice fue retirarme, cubrirme, rendirme y dejar que el otro, mas fuerte que yo, huyera con mi mujer.

Ahora no lo haria.

Habia sopesado la posibilidad de confiarme en mi suegro. No se me habia escapado que, en mi ultima visita, Hoyt se habia mostrado muy poco comunicativo. Aunque, ?que habria sacado con decirselo? A lo mejor Hoyt mentia… ?quien sabe? De todos modos, el mensaje habia sido claro. «No se lo digas a nadie.» Tal vez la unica manera de conseguir que el me dijera algo habria sido contarle lo que habia visto en el ordenador. Pero todavia no estaba preparado para aquella confesion.

Salte de la cama y me fui directo al ordenador. Me puse a navegar de nuevo. Tenia una especie de plan para la manana siguiente.

Cary Lamont, el marido de Rebecca Schayes, no temio nada en un primer momento. Su esposa solia quedarse trabajando hasta tarde, muy tarde a veces, e incluso en alguna ocasion se habia pasado la noche entera en el estudio durmiendo en un camastro que tenia en un rincon. Por eso, cuando a las cuatro de la madrugada se dio la vuelta en la cama y advirtio que Rebecca todavia no habia llegado, se preocupo un poco pero sin dejarse invadir por el panico.

Eso fue por lo menos lo que se dijo.

Gary llamo al estudio, pero le respondio el contestador. Tampoco eso era raro porque, cuando Rebecca estaba trabajando, detestaba que la interrumpieran. Ni siquiera se habia instalado un supletorio en el cuarto oscuro. Dejo, pues, un mensaje y volvio a la cama.

Durmio a rachas. Considero la posibilidad de levantarse y hacer algo, pero sabia que no conseguiria otra cosa que sulfurar a Rebecca cuando llegase. Rebecca era un espiritu libre y, de existir alguna tension en la relacion que mantenian, por otra parte plenamente satisfactoria, siempre tenia que ver con el estilo de vida de Gary, relativamente «tradicional» pero que cortaba las alas creadoras de Rebecca. Aqui tenia que pactar con ella.

Por eso le concedia espacio, para no cortarle las alas o para lo que fuese.

A las siete de la manana, la preocupacion ya habia cedido el paso a algo que estaba muy cerca del puro miedo. La llamada telefonica de Gary desperto a Arturo Ramirez, el ayudante de Rebecca, aquel muchacho flaco vestido de negro.

– Acabo de llegar -se lamento Arturo medio grogui.

Gary le conto lo que pasaba. Arturo, que se habia quedado dormido con la ropa de calle puesta, no se molesto en cambiarse y salio de casa corriendo. Gary quedo en encontrarse con el en el estudio. Salto al tren que lo llevaria al centro de la ciudad.

Arturo llego el primero y encontro la puerta del estudio entornada. La abrio de un empujon.

– ?Rebecca? -grito.

No hubo respuesta. Arturo volvio a llamarla por su nombre. Tampoco hubo respuesta. Entro y exploro el estudio. No la encontro. Abrio la puerta del cuarto oscuro. El olor dominante era el habitual, aquel olor acre de los acidos empleados para el revelado, aunque por debajo de aquel olor habia otro, un olor levisimo pero que fue capaz de ponerle los pelos de punta.

Un olor claramente humano.

Gary doblo la esquina a tiempo para oir el grito de Arturo.

21

Por la manana comi un bollo y durante cuarenta y cinco minutos segui la direccion oeste a traves de la carretera 80. La carretera 80 de Nueva Jersey es una anodina franja de asfalto. Pasado Saddle Brook mas o menos, desaparecen las casas y uno discurre entre dos hileras identicas de arboles a uno y otro lado de la carretera. Una monotonia que solo rompen las senales que indican la frontera interestatal. Al desviarme en la salida 163, en una poblacion de nombre Gardensville, aminore la marcha y contemple la hierba alta. Senti que el corazon me palpitaba con fuerza. Jamas habia estado en aquel sitio. En los ultimos ocho anos habia eludido a proposito ese tramo de la interestatal porque sabia que alli, a menos de cien metros de donde ahora me encontraba, se habia descubierto el cadaver de Elizabeth.

Comprobe las indicaciones que habia impreso la noche anterior. La oficina del forense del condado de Sussex estaba en Mapquest.com, o sea que sabia perfectamente como trasladarme hasta alli. La fachada del edificio tenia las aberturas protegidas con persianas y en ella no se veia letrero ni indicacion alguna. Era simplemente un rectangulo desnudo de ladrillo sin ninguna fioritura. ?Como se va a adornar con florituras un deposito de cadaveres? Llegue pocos minutos antes de las ocho y media y di una vuelta alrededor del edificio con el coche. El despacho todavia estaba cerrado. Bien.

De pronto aparecio un Cadillac Seville de color amarillo canario que aparco en un lugar reservado a Timothy Harper, inspector medico del condado. El hombre que lo conducia aplasto en el suelo, al salir, la colilla de un cigarrillo. Jamas dejara de sorprenderme la cantidad de inspectores medicos que fuman. Harper era un hombre de mi misma talla, mas o menos un metro ochenta, y tenia la piel olivacea y el cabello gris, rapado. Al verme esperando en la puerta, recompuso la expresion de su rostro. La gente no va a los depositos de cadaveres a primera hora de la manana para que le den buenas noticias.

Se me acerco sin prisa.

– ?Puedo ayudarle en algo? -pregunto.

– ?El doctor Harper?

– Si, yo mismo.

– Soy el doctor David Beck -yo tambien era medico, por tanto eramos colegas-. Me gustaria que me concediera

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