sacaron las carteras del bolsillo en un gesto rapido. Los dos polis que me perseguian vacilaron un momento. Basto aquello para aumentar mi prestigio.
Pero ?me sirvio de algo?
La garganta me quemaba. Tragaba demasiado aire. Los zapatos me pesaban como botas de plomo. Sentia una gran flojera. Arrastraba los pies, se me liaban el uno con el otro. Hasta que perdi el equilibrio, resbale y cai de bruces en el suelo. Me arane las palmas de las manos, la cara y las rodillas.
Me las arregle como pude para levantarme, pero me temblaban las piernas.
Era el final.
El sudor me pegaba la camisa al cuerpo. Oia en mi cabeza una especie de rugido que me salia por las orejas. Siempre he detestado correr. Los adictos a la carrera hablan de la embriaguez que produce, dicen que alcanzan un nirvana conocido con el nombre de «colocon del corredor». Bien, de acuerdo. Pero yo siempre he creido firmemente que, igual que en el caso de la asfixia provocada, ese estado de bienestar obedece mas a la falla de oxigeno en el cerebro que a una verdadera descarga de endorfina.
Pero mi estado, puedo asegurarlo, no era de bienestar.
Exhausto. Demasiado exhausto. No podria seguir corriendo siempre. Mire detras de mi. Ningun poli. La calle estaba desierta. Intente abrir una puerta. Imposible. Probe con otra. Volvi a oir el crepitar de la radio. Corri de nuevo. Hacia el final de la calle descubri la trampilla de un conducto subterraneo ligeramente entreabierta. Tambien estaba oxidada. Todo estaba oxidado en aquel lugar.
Me agache y tire de la manija metalica. La trampa cedio con un chirrido ingrato. Atisbe la oscuridad.
Un poli grito:
– ?Cortale el otro lado!
No me moleste en volverme a mirar. Me cole rapidamente por el agujero. Tantee el primer peldano. Estaba inseguro. Busque con el otro pie el segundo. No existia.
Me quede un instante suspendido en busca del segundo peldano, como el Coyote al rebasar corriendo el borde de un desfiladero, antes de precipitarme sin remedio en el oscuro pozo.
Probablemente la altura desde la que cai no excedia los tres metros, pero el camino que recorri antes de tocar tierra se me antojo muy largo. Agite los brazos. No me sirvio de nada. Aterrice con el cuerpo en el cemento y el golpe hizo que me sonaran los dientes.
Me encontraba boca arriba con los ojos dirigidos hacia lo alto. La puerta se habia cerrado ruidosamente detras de mi. «Mejor», pense, aunque la oscuridad era absoluta. Hice un somero examen de mi estado y el medico que habia en mi se encargo del examen interno. Me dolia todo.
Volvi a oir a los polis. Las sirenas continuaban sin darse tregua o quiza el ruido que producian persistia en mis oidos. Muchas voces. Muchos parasitos radiofonicos.
El cerco a mi alrededor comenzaba a estrecharse.
Me puse de lado. Me apoye en la mano derecha y note el escozor de los cortes que tenia en la palma al tratar de levantarme. La cabeza siguio al cuerpo, pero protesto con un grito al ponerme de pie. Estuve a punto de volver a derrumbarme.
?Y ahora, que?
?Tenia que quedarme escondido alli dentro? No, no habria servido de nada. Seguramente ya estaban buscandome casa por casa. Al final me atraparian. Y aunque eso no ocurriese no habia huido para quedarme escondido en la humedad de aquel conducto. Si habia corrido tanto era porque no queria perderme la cita que tenia con Elizabeth en Washington Square.
Habia que moverse.
Pero ?hacia donde?
Mis ojos ya se iban adaptando a la oscuridad o cuando menos lo suficiente para entrever formas entre la sombra. Vi cajas amontonadas desordenadamente. Montones de esteras, algunos taburetes, un espejo roto. Me vi reflejado en el y la imagen casi me tumbo de espaldas. Me vi una herida en la frente. Tenia los pantalones rotos a la altura de las rodillas. La camisa estaba hecha jirones, parecia la del Increible Hulk. Llevaba tanta suciedad encima que tenia mas pinta de deshollinador que de otra cosa.
?Que haria?
Una escalera. Alli, en algun sitio, tenia que haber una escalera. Me abri camino a tientas moviendome en una especie de danza espastica y sirviendome de la pierna izquierda como de un baston blanco. Oi el crujido de cristales rotos bajo el zapato. Pero segui adelante.
De pronto oi lo que se me antojo una voz que farfullaba y en aquel momento se atraveso en mi camino un gigantesco rollo de alfombra. Lo que tal vez fuera una mano avanzo hacia mi como salida de un sepulcro. Refrene un alarido.
– ?A Himmler le gustan los filetes de atun! -me dijo a voz en grito.
El hombre, entonces pude ver claramente que se trataba de un hombre, intentaba tenerse en pie. Era alto y negro, y su barba era tan blanca y gris y algodonosa que parecia que se hubiera zampado un cordero.
– ?Me has oido? -grito-. ?Has oido lo que acabo de decirte?
Avanzo hacia mi y yo me encogi.
– ?Himmler! ?Le gustan los filetes de atun!
Era evidente que el hombre de la barba estaba enfurecido por algo. Cerro el puno y lo dirigio contra mi. Sin pensarlo dos veces, me hice a un lado. Su puno viajo a traves del aire con impetu suficiente, o quiza con suficiente alcohol, para derrumbarlo. Cayo desplomado de bruces en el suelo. No me moleste en esperar a ver que pasaba. Busque la escalera y subi corriendo.
La puerta estaba atrancada.
– ?Himmler!
Gritaba mucho, demasiado. Aprete la puerta. Pero no hubo manera de abrirla.
– ?Me has oido? ?Has oido lo que te he dicho?
Oi un crujido. Al mirar hacia atras vi algo que me lleno el corazon de espanto.
La luz del sol.
Alguien acababa de abrir la misma trampilla a traves de la cual yo habia entrado a aquel acueducto.
– ?Quien hay ahi abajo?
La voz de la autoridad. En el suelo bailaba el haz de luz de una linterna. Se poso en el hombre de la barba.
– ?A Himmler le gustan los filetes de atun!
– ?Era usted el que gritaba, buen hombre?
– ?Me has oido?
Apoye el hombro contra la puerta y concentre contra ella todo cuanto tenia. La jamba comenzo a crujir. Se me aparecio la imagen de Elizabeth, la misma que habia visto en el ordenador, con el brazo levantado, los ojos invitandome a seguirla. Empuje con mas fuerza.
La puerta cedio.
Cai desplomado en el suelo a muy poca distancia de la puerta principal del edificio.
?Y ahora, que?
Habia polis merodeando por los alrededores, pues seguia oyendo la radio, y vi que uno estaba entrevistando al biografo de Himmler. No podia perder tiempo. Necesitaba ayuda.
Pero ?donde conseguirla?
No podia llamar a Shauna. La policia se le habria echado encima. Lo mismo habria ocurrido con Linda. Y en cuanto a Hester, habria insistido en que debia entregarme.
Alguien abrio la puerta principal de la casa.
Eche a correr por un pasillo. El pavimento estaba cubierto de linoleo y de mugre. Todas las puertas eran metalicas y todas estaban cerradas. Habia muchos desconchones en la pintura. Abri de un golpe una puerta de incendios y me dirigi a una escalera. Al llegar al tercer piso, sali.
Vi a una vieja en el corredor.
Me sorprendio que fuera blanca. Supuse que probablemente habia oido todo aquel alboroto y se habia asomado a ver que pasaba. Pare en seco. Estaba lo bastante separada de la puerta abierta de su casa para que yo pudiera pasar entre ella y la puerta…
?Lo haria? ?Recorreria aquel tramo para escapar?
La mire. Me miro. Y saco un arma.