Baje corriendo la escalera de incendios. Tyrese no paraba de mirar a derecha e izquierda. El tipo alto estaba mas quieto que un poste, los brazos cruzados sobre el pecho en una postura arrogante que en otros tiempos se habria llamado del bufalo. Vacile antes de llegar al ultimo peldano tratando de imaginar como saltaria desde el al suelo.

– ?Eh, doc, la palanca de la izquierda!

La localice, tire de ella y la escalera se deslizo hacia abajo. Al llegar al suelo, Tyrese, haciendo una mueca, agito la mano delante de la nariz y dijo:

– ?Vaya, doc, huele a tigre!

– Lo siento, pero no he podido ducharme.

– Por aqui.

Tyrese hizo un rapido rodeo a traves del solar trasero. Lo segui, aunque seguirlo me obligo a correr detras de el. El gigante se deslizaba en silencio detras de nosotros. En ningun momento volvio la cabeza a derecha ni a izquierda, pese a lo cual segui teniendo la impresion de que se le escapaba muy poco de cuanto ocurria.

Llego de pronto a toda velocidad un BMW negro con cristales oscuros en las ventanas, una antena complicadisima y marco de cadena en la matricula trasera. Todas las puertas estaban cerradas, pero hasta mis oidos llegaba la musica rap. Los bajos me vibraban en el pecho como si fuera un diapason.

– El coche -dije frunciendo el ceno-. ?No es un poco llamativo?

– Si usted fuera uno de la pasma y buscase a un medico blanco como un lirio, ?que sitio seria el ultimo donde miraria?

Un punto a su favor.

El gigante abrio la puerta de atras. La musica al volumen de un concierto de Black Sabbath me estallo en la cara. Tyrese extendio el brazo al estilo de los lacayos. Me meti dentro. El se deslizo detras de mi. El tipo alto se sento en el asiento del conductor.

Apenas comprendi una palabra de lo que decia el cantante de rap del CD, pero era evidente que estaba hasta las narices de alguien, «el tio». De repente lo comprendi todo.

– Ese se llama Brutus -dijo Tyrese.

Se referia al gigante que estaba al volante. Intente verle los ojos a traves del retrovisor, pero sus gafas de sol me lo impedian.

– Mucho gusto -dije.

Brutus no respondio.

Me volvi a Tyrese.

– ?Como conseguiste traerlo hasta aqui?

– Un par de colegas han preparado una ensalada de tiros en la calle Ciento cuarenta y siete.

– ?No los descubriran?

Tyrese solto un bufido:

– ?Si, hombre!

– ?Tan facil es?

– Para ellos si. Tenemos un agujero en el Edificio Cinco de Hobart Houses. Pago diez pavos al mes a los vecinos para que dejen la basura delante de las puertas de atras. Asi las bloqueo, ?me capta? Y la pasma no puede entrar. Buen sitio para trabajar. Por eso mis chicos han soltado unos tiritos desde las ventanas, no se si me capta. Y cuando hayan llegado los polis, adios muy buenas, si te he visto no me acuerdo.

– ?Quien ha gritado que habia un hombre blanco con un arma?

– Pues otro par de colegas. Nada, se han puesto a correr por la calle diciendo que habia un loco blanco suelto.

– En teoria, yo -dije.

– En teoria -repitio Tyrese con una sonrisa-. ?Que bonitas palabras dice usted, doc!

Apoye la cabeza. Senti la fatiga instalada en los huesos. Brutus doblo en direccion este. Cruzamos el puente azul que hay junto al Yankee Stadium, cuyo nombre siempre he ignorado, lo que significaba que estabamos en el Bronx. Ya iba a deslizar el cuerpo hacia abajo por si a alguien se le ocurria atisbar dentro del coche, pero recorde que tenia los cristales tenidos. Mire fuera.

Aquella zona era peor que el infierno, se parecia a esos escenarios de las peliculas apocalipticas donde se ve como quedara todo despues de la bomba. Quedaban restos en diferentes fases de descomposicion de lo que habian sido edificios. Se habian desmoronado las estructuras, pero desde dentro, como si se hubiera carcomido lo que las sustentaba.

Seguimos adelante. Yo trataba de adquirir conciencia de lo que pasaba, pero el cerebro seguia interponiendo obstaculos. Una parte de mi reconocia que me encontraba en un estado proximo a la conmocion, pero el resto de mi persona no me permitia considerar siquiera esta posibilidad. Estaba concentrado en lo que me rodeaba. A medida que seguiamos avanzando, a medida que nos ibamos hundiendo en la ruina, iban escaseando los edificios habitables. Aunque era probable que nos encontrasemos a menos de tres kilometros de la clinica, no tenia idea de donde estabamos. Suponia que seguiamos en el Bronx, seguramente el sur del Bronx.

Tirados en la calzada, como heridos de guerra, habia neumaticos viejos y colchones destripados. Entre la hierba asomaban grandes mazacotes de cemento. Tambien coches despanzurrados y, aunque no se veian hogueras, tal vez las habia habido.

– ?Viene usted a menudo por aqui, doc? -me pregunto Tyrese con sonrisa burlona.

No me moleste en contestar.

Brutus acerco el coche a una parada delante de otro edificio condenado. Era un edificio triste rodeado por una alambrada. Las ventanas estaban tapadas con una lamina de contrachapado. Vi un papel pegado a la puerta, seguramente el aviso de la inminente demolicion. La puerta tambien era de contrachapado. Alguien la abrio. Del interior salio un hombre medio tropezando y con los brazos levantados para protegerse los ojos del sol, tambaleandose como Dracula ante una embestida violenta.

Mi mundo seguia en su remolino.

– Bajando -dijo Tyrese.

El primero en bajar fue Brutus. Me abrio la puerta y le di las gracias. Brutus seguia con su aire estoico. Tenia una cara como la de esos indios que venden tabaco y en cuyo rostro no es imaginable, ni deseable, la sonrisa.

A la derecha habian cortado y vuelto a colocar en su sitio la alambrada. Nos agachamos para pasar a traves de ella. El hombre tambaleante se acerco a Tyrese. Brutus envaro el cuerpo, pero Tyrese lo saludo con un gesto. El individuo y Tyrese se saludaron cordialmente y se entregaron a un complicado apreton de manos. A continuacion siguieron por caminos diferentes.

– Entre -me dijo Tyrese.

Ya dentro, me agache, todavia obnubilado. Lo primero que vino a mi encuentro fue el hedor, el olor acido de la orina y la inequivoca hediondez de las materias fecales. Algo, crei saber que, se estaba quemando, y las paredes emanaban el olor humedo y amarillo del sudor de que estaban impregnadas. Pero habia algo mas. Ese olor que no es el de la muerte sino de la premuerte, como la gangrena, algo que, aunque se esta muriendo y ya ha empezado a descomponerse, aun continua respirando.

El calor asfixiante era el de los altos hornos. Los seres humanos, cincuenta, o tal vez cien, cubrian el suelo como boletos desechados en un establecimiento de apuestas. El interior estaba oscuro. Al parecer, no habia electricidad ni agua corriente ni muebles de ningun tipo. Unas tablas de madera impedian la entrada del sol, la unica luz visible era la que se filtraba a traves de las grietas y tenia la forma de la guadana de un segador. Se vislumbraban sombras y formas, poco mas.

Admito que he presenciado pocas escenas relacionadas con las drogas. En urgencias he tenido ocasion de comprobar sus resultados en multiples ocasiones. Pero las drogas no me han interesado nunca en el aspecto personal. Supongo que ha sido porque mi veneno preferido es el alcohol. Pese a todo, los estimulos eran suficientes para deducir que nos encontrabamos en un fumadero de crack.

– Por aqui -dijo Tyrese.

Comenzamos a abrirnos camino a traves de los enfermos. Brutus abria la marcha. Los que estaban reclinados se apartaban para dejarle paso como si fuera Moises. Yo iba detras de Tyrese. Se iluminaban los extremos de las pipas, lucecillas que perforaban la oscuridad. Me acorde de cuando, de nino, iba al circo Barnum and Bailey y hacia girar bengalas en la oscuridad. Eso parecia. La oscuridad. Las sombras. Los

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