No se oia musica. Apenas hablaba nadie. Pero se percibia un zumbido en el aire. Tambien la aspiracion humeda de los que fumaban. De vez en cuando un grito traspasaba el aire, un sonido no totalmente humano.
Tambien se oian quejidos. Algunos se entregaban a los actos sexuales mas lascivos sin ningun recato, sin buscar intimidad alguna.
Hubo una imagen en particular, prefiero ahorrarme los detalles, que me obligo a apartarme horrorizado. Tyrese observo mi expresion con aire casi divertido.
– Se quedan sin dinero y hacen trueque -explico Tyrese.
Note sabor de bilis en la boca. Me volvi hacia el y Tyrese se encogio de hombros.
– Es comercio, doc. El comercio hace girar el mundo.
Tyrese y Brutus seguian adelante. Senti que me flaqueaban las piernas. Las paredes estaban desconchadas, habia terrones de argamasa en el suelo. Se veia gente por todas partes, viejos, jovenes, blancos, negros, hombres, mujeres; no parecian tener huesos, eran blandos como los relojes de Dali.
– ?Fumas
– Fumaba. Me enganche a los dieciseis anos.
– ?Como conseguiste salir?
Tyrese sonrio.
– ?Ha visto a mi companero? ?A Brutus?
– Seria dificil no reparar en el.
– Pues le dije que le daria mil dolares por cada semana que estuviera limpio. Desde entonces Brutus no me deja a sol ni a sombra.
Asenti. El procedimiento me parecia mucho mas efectivo que una semana con Betty Ford.
Brutus abrio una puerta. La habitacion, sin estar exactamente bien amueblada, por lo menos tenia mesas y sillas y hasta luces y nevera. Observe que en un rincon habia un generador portatil.
Tyrese y yo entramos. Brutus cerro la puerta y se quedo en el pasillo. Estabamos solos.
– Bienvenido a mi despacho -dijo Tyrese.
– ?Sigue Brutus ayudandote a mantenerte alejado de la mierda?
Movio negativamente la cabeza.
– No, quien me ayuda ahora es TJ. No se si capta lo que le digo.
Lo capte.
– ?Y lo que haces aqui no te crea ningun problema?
– Los problemas me sobran, doc -Tyrese se sento y me invito tambien a sentarme. Le vi un centelleo en los ojos al mirarme y lo que lei en ellos no me gusto-. No soy uno de los buenos, doc.
Como no sabia que decirle, preferi cambiar de tema.
– Tengo que estar en Washington Square Park a las cinco en punto.
Se recosto en la silla.
– Digame de que se trata.
– Es una larga historia.
Tyrese saco una navaja roma y se puso a limpiarse las unas.
– Cuando mi hijo se pone enfermo, voy al que entiende del asunto, ?o no?
Asenti con un gesto.
– Pues si tiene problemas con la ley, deberia hacer lo mismo.
– Es y no es lo mismo.
– A usted le ocurre algo malo, doc -dijo abriendo los brazos-. Pues lo malo es lo mio. No podia encontrar guia mejor que yo.
Asi pues, se lo conte todo. Casi todo. Estuvo asintiendo con la cabeza todo el rato, pero dudo que me creyera cuando le dije que yo no tenia nada que ver con los asesinatos. Dudo, ademas, que le importara.
– Muy bien -dijo cuando termine-, preparese. Despues hablaremos de otra cosa.
– ?De que?
Tyrese no respondio. Se acerco a lo que parecia un armario metalico blindado que tenia en un rincon. Lo abrio con una llave, se inclino hacia el interior y saco un arma.
– La Glock, jefe, la Glock -dijo tendiendome el arma. Me quede rigido, en mi cabeza destello de pronto una imagen huidiza de negrura y sangre que se desvanecio rapidamente; no fui tras ella. Habia transcurrido mucho tiempo. Me acerque a Tyrese y cogi la pistola con dos dedos, como si quemara-. El arma de los campeones - anadio.
Iba a rechazarla, pero habria sido una estupidez. Ya me habian hecho sospechoso de dos asesinatos, de atacar a un policia, de resistirme a que me detuvieran y probablemente de un monton de cosas mas por el hecho de haber huido de la ley. ?Que importaba ya si ahora me acusaban de llevar un arma escondida?
– Esta cargada -dijo.
– ?Tiene puesto el seguro o lo que sea?
– Ya no.
– ?Oh! -exclame haciendola girar lentamente entre las manos y recordando la ultima vez que habia tenido un arma en la mano.
Era agradable la sensacion de volver a tocar un arma. Algo que tenia que ver con el peso, supongo. Pero tambien me gustaba su textura, la frialdad del acero, el hecho de que encajara tan bien en la palma de la mano, su entidad. No me gusto que me gustase.
– Tome esto tambien -dijo tendiendome lo que parecia un movil.
– ?Que es? -pregunte.
Tyrese fruncio el ceno.
– ?Que le parece? Un movil, ?no? Pero tiene un numero falso. No lo pueden localizar, ?me capta?
Asenti, sintiendome de pronto fuera de mi elemento.
– Detras de la puerta hay un cuarto de bano -dijo Tyrese indicandomelo con un gesto de la mano-. No hay ducha, pero si banera. Para que se lave su apestoso culo. Le buscare ropa limpia. Y despues lo llevo con Brutus hasta Washington Square.
– Antes me has dicho que tenias algo que decirme.
– Vistase primero -contesto Tyrese-. Hablamos despues.
27
Eric Wu estaba mirando fijamente el arbol de ufano ramaje. Su rostro era sereno, ladeaba ligeramente la barbilla.
– ?Eric? -la voz pertenecia a Larry Gandle.
Wu no se volvio.
– ?Sabes como se llama este arbol? -le pregunto.
– No.
– El Olmo del Verdugo.
– Un nombre encantador.
Wu sonrio.
– Algunos historiadores creen que, en el siglo dieciocho, se hacian ejecuciones publicas en este parque.
– Fantastico, Eric.
– Si.
Dos hombres sin camisa se deslizaron con sus patines ante ellos. De algun artefacto salia, estruendosa, la musica de Jefferson Airplane. Washington Square Park -que, por extrano que parezca, no toma su nombre de George Washington- era uno de esos sitios que intentan seguir aferrados a los anos sesenta pese a que se les escapa constantemente el asidero de las manos. Aunque solian frecuentarlo manifestantes de todo tipo, en realidad estos tenian mas pinta de actores de una reposicion nostalgica que de autenticos revolucionarios. Artistas