– ?Bah, no empieces con la misma cancion!

– Deja que te pregunte una cosa, Tom. ?Te parece que Beck planeo y ejecuto bien el asesinato de su mujer?

– ?Muy bien!

– Estas en lo cierto. Mato a todos los testigos. Se desembarazo de los cadaveres. De no haber sido por la lluvia y el oso, no se habria sabido nada. Admitamoslo, ni siquiera con esto contamos con pruebas suficientes para procesarlo, ya no digamos condenarlo.

– ?Que mas?

– ?Por que Beck habria de volverse imbecil de pronto? Sabe que le estamos pisando los talones. Sabe que el ayudante de la Schayes declarara que visito a Rebecca Schayes el dia del asesinato. ?Por que iba a ser tan estupido como para guardar el arma en su propio garaje? ?Por que iba a ser tan estupido como para tirar los guantes de goma en su propio contenedor de basura?

– Pues muy facil -dijo Stone-. Esta vez el tiempo apremiaba. Cuando lo de su mujer, tuvo tiempo de sobra para planearlo todo.

– ?Has visto esto?

Paso a Stone el informe de vigilancia.

– Beck ha ido a ver al forense esta manana -dijo Carlson-. ?Por que?

– No se. Quiza queria saber si en el expediente de la autopsia habia algo comprometedor.

Carlson fruncio nuevamente el ceno, le picaban las manos, le estaban pidiendo que se las lavara.

– Aqui falla algo, Tom.

– No veo que, pero de todos modos lo tendremos bajo custodia. Siempre habra tiempo de rectificar, ?no te parece?

Stone se acerco a Fein. Carlson dejo que se acallaran las dudas. Volvio a pensar en la visita de Beck al forense. Se saco el movil, lo restrego con el panuelo y marco los digitos. Al oir una voz, dijo:

– Pongame con el forense del condado de Sussex.

29

En otros tiempos, hacia por lo menos diez anos, ella tenia amigos que vivian en el Chelsea Hotel de la calle Veintitres Oeste. El hotel, medio turistico, medio residencial, era en cualquier caso, excentrico. Artistas, escritores, adictos a la metadona de todo pelaje y confesion. Unas pintadas de negro, caras maquilladas de blanco, carmin rojo sangre en los labios, cabellos sin un solo rizo… Cosas que ocurrian antes de que las cosas se encauzaran.

Poco habia cambiado en aquel hotel. Era un buen sitio para guardar el anonimato.

Despues de proveerse de un trozo de pizza en la acera de enfrente, echo un vistazo pero no se aventuro a salir de la habitacion. Nueva York. En otro tiempo habia sido su ciudad, pero aquella era solo la segunda visita que le hacia en los ultimos ocho anos.

La echaba de menos.

Con mano experta se introdujo el cabello bajo la peluca. Hoy llevaba la rubia con raices negras. Se puso unas gafas de montura metalica y se fijo los implantes en los dientes. Daban otra forma a su cara.

Le temblaban las manos.

Sobre la mesa de cocina de la habitacion tenia dos pasajes de avion. Por la noche embarcarian en el vuelo 174 de British Airways en el aeropuerto JFK con destino al aeropuerto de Heathrow de Londres, donde les aguardaba su contacto, que les proveeria de nuevas identidades. Alli tomarian el tren hacia Gatwick y por la tarde volarian a Nairobi, Kenia. Un jeep los trasladaria al pie de las colinas del monte Meru, en Tanzania, donde les esperaba una marcha de tres dias.

Cuando llegasen alli, a uno de los pocos lugares del planeta sin radio, television ni electricidad, serian libres.

Los nombres que figuraban en los pasajes eran Lisa Sherman. Y David Beck.

Se dio un retoque a la peluca y miro atentamente su imagen en el espejo. Se le nublaron los ojos y por un momento volvio a encontrarse en el lago. En su pecho se encendio la esperanza y por una vez no hizo nada para apagarla. Se las arreglo para sonreir y dio media vuelta.

Entro en el ascensor, que la llevo al vestibulo, y salio directamente a la calle Veintitres.

Desde alli le esperaba un hermoso paseo hasta Washington Square Park.

Tyrese y Brutus me dejaron en la esquina de las calles Cuatro Oeste y Lafayette, a unas cuatro manzanas al este del parque. Conocia la zona bastante bien. Elizabeth y Rebecca habian compartido un apartamento en Washington Square y se habian sentido deliciosamente vanguardistas en sus apartamentos del West Village, una fotografa y una abogada dedicada a la obra social, se esforzaban por ser bohemias y se mezclaban con aspirantes a revolucionarios, jovenes de la periferia de la ciudad que contaban con recursos economicos. A decir verdad, yo no me lo trague nunca, pero no estuvo mal.

Yo entonces estudiaba en la facultad de Medicina de Columbia y, tecnicamente, vivia en la zona residencial de la ciudad, en la avenida Haven, cerca del hospital conocido hoy como New York-Presbiterian. Como es natural, pasaba alli mucho tiempo.

Aquellos fueron anos buenos.

Faltaba media hora para el encuentro.

Me dirigi hacia la calle Cuatro Oeste, mas alla de Tower Records, y me adentre en una zona de la ciudad practicamente ocupada por la universidad de Nueva York. La universidad reivindicaba su derecho al territorio exhibiendo multitud de llamativas banderas moradas con la ensena universitaria. Ondeaba el morado chillon, mas feo que el demonio, en marcado contraste con el color apagado de los ladrillos de Greenwich Village. Una actitud excesivamente posesiva y territorial, pense, en un enclave liberal como aquel. Pero asi estaban las cosas.

El corazon aporreaba mi pecho como si quisiera emprender un vuelo de libertad.

?Habria llegado ya?

No quise correr. Procure mantenerme sereno y no pensar en lo que pudiera depararme la hora siguiente. Las huellas de mi reciente calvario me causaban entre escozor y quemazon. Los cristales de un edificio me devolvieron mi imagen reflejada en ellos, lo que me hizo considerar que estaba francamente ridiculo con aquella ropa. Aprendiz de delincuente. Ni mas ni menos.

Como me resbalaban los pantalones, procuraba sujetarmelos con una mano sin perder el ritmo de la marcha.

Ya se avistaba la plaza. Solo me faltaba una manzana para llegar al extremo sureste. Habia susurros en el aire, tal vez anuncio de una tormenta, pero probablemente solo eran efecto de mi imaginacion desbocada. Mantenia baja la cabeza. ?Habria salido mi fotografia en la television? ?Habrian echado el ancla y difundido la voz de alarma? Lo dudaba. Pero segui con los ojos clavados en el suelo.

Aprete el paso. Washington Square, en los meses de verano, siempre habia tenido a mis ojos una intensidad superior a mi capacidad de resistencia. Demasiada tension, ocurrian demasiadas cosas y ocurrian de una forma demasiado exagerada. Estaba al limite. En mi rincon favorito habia unas mesas de cemento alrededor de las cuales se apinaba la gente para jugar. A veces yo jugaba al ajedrez. Era bastante buen jugador, en este parque el ajedrez era el gran igualador. Ricos, pobres, blancos, negros, los que no tenian casa, los que vivian en rascacielos, los de los pisos de alquiler, los de las cooperativas de pisos… todos armonizaban sobre las antiguas figuritas blancas y negras. El mejor jugador que conoci en la zona era un negro que pasaba la mayor parte de sus tardes en la epoca pre-Giuliani acosando a los conductores para que le dejaran limpiar el parabrisas a cambio de unas monedas.

Elizabeth todavia no habia llegado.

Me sente en un banco.

Faltaban quince minutos.

Senti la tension en el pecho multiplicarse por cuatro. En mi vida habia tenido tanto miedo. Me acorde de la demostracion tecnologica que me habia hecho Shauna. ?Seria una patrana? No dejaba de darle vueltas. Si fuera un engano… Si Elizabeth estaba muerta… ?Que haria yo entonces?

Me dije al fin que todo aquello eran especulaciones inutiles. Un despilfarro de energia.

Tenia que estar viva. No habia otra posibilidad. Me recoste en el banco y segui esperando.

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