pudo durar unos cinco segundos.
La Glock, pense.
Trate de incorporarme, pero alguien me salto sobre la espalda. Tenia las manos inmovilizadas en el suelo. Oi un chasquido y senti que tenia la muneca sujeta con esposas en el suelo. Los tirones casi me descoyuntaron el hombro. Eran dos hombres. Ahora podia verlos: dos hombres, los dos blancos, debian tener unos treinta anos. Podia verlos claramente. Demasiado claramente. Y hasta podia identificarlos. Habrian debido saberlo.
No era un buen augurio.
Me esposaron la otra mano y quede espatarrado en el suelo. Se me sentaron en las piernas. Me encontraba sujeto con esposas y totalmente a su merced.
– ?Que quereis de mi? -les pregunte.
No me respondio nadie. La furgoneta paro bruscamente en la esquina. Se colo en el interior el musculoso asiatico y volvio a arrancar. Agachandose sobre mi, el asiatico me miro con lo que se me antojo una leve curiosidad.
– ?Que hacias en el parque? -me pregunto.
Su voz me causo sorpresa. Esperaba que fuera ronca y amenazadora, pero el tono era suave, agudo, ronroneante como la de un nino.
– ?Quien eres? -le pregunte.
Por toda respuesta me dio un punetazo en la barriga. Me golpeo con tal fuerza que estaba seguro de que habia tocado con los nudillos el suelo de la furgoneta. Intente doblar el cuerpo o hacerme una bola, pero las sujeciones y los dos hombres sentados en mis piernas me lo impidieron. Aire. No deseaba otra cosa mas que aire. Senti que iba a vomitar.
«Te seguiran…»
De pronto cobraban sentido todas las precauciones: los mensajes electronicos sin firmar, las palabras codificadas, las advertencias. Elizabeth estaba asustada. Todavia no tenia todas las respuestas, apenas tenia ninguna, pero yo habia comprendido por lo menos que las comunicaciones cripticas que me habia enviado eran consecuencia del miedo. Miedo de que la descubrieran.
De que la descubrieran esos hombres.
Me ahogaba. Todas las celulas de mi cuerpo reclamaban oxigeno a gritos. Por fin el asiatico hizo una sena a los dos hombres. Se levantaron de mis piernas. Enseguida me lleve las rodillas sobre el pecho. Trate de aspirar aire, agitandome como un epileptico. Al cabo de un momento volvia a respirar normalmente. Poco a poco, el asiatico, se acerco de rodillas a mi. Yo seguia con los ojos clavados en los suyos. O por lo menos eso intentaba. Pero no eran los ojos de un ser humano ni siquiera los de un animal. Aquellos eran los ojos de un objeto inanimado. Si un archivador hubiera podido tener ojos, habrian sido como los de aquel hombre.
Pero no parpadee.
Mi carcelero tambien era joven. No mas de veinte, como mucho veinticinco anos. Me puso la mano en la zona interior del brazo un poco mas arriba del codo.
– ?Que hacias en el parque? -volvio a preguntar con su voz cadenciosa.
– Me gusta el parque -dije.
Me oprimio con fuerza. Solo con dos dedos. Di un grito ahogado. Fue como si aquellos dedos se transformasen en cuchillos y me traspasaran la carne hasta alcanzar un manojo de nervios. Senti que los ojos se salian de las orbitas. Jamas habia experimentado un dolor como aquel. Un dolor que lo abarcaba todo. Me agitaba como un pez moribundo en el extremo del anzuelo. Intente patalear, pero las piernas cayeron, como tiras de goma. No podia respirar.
El asiatico no me solto.
Yo seguia esperando que dejase de atenazarme de aquel modo, o que aflojase un poco. No lo hizo. Proferi una especie de lloriqueo. Pero el persistio con expresion de aburrimiento.
La furgoneta seguia su marcha. Intente vencer el dolor, fragmentarlo, reducirlo a intervalos. Pero no dio resultado. Necesitaba alivio. Aunque solo fuera un segundo. Tenia que conseguir que parase de una vez. Pero el asiatico parecia de piedra. Seguia mirandome con aquellos ojos huecos. La presion en la cabeza aumento. No podia articular palabra. Aunque estaba dispuesto a decirle lo que deseaba saber, se me habia cerrado la garganta. Y el lo sabia.
Tenia que escapar a aquel dolor. No podia pensar en otra cosa. ?Como escapar al dolor? Era como si todo mi ser se concentrase y convergiese en aquel haz de nervios del brazo. Me ardia todo el cuerpo, aumentaba la presion intracraneal.
Cuando solo faltaban unos segundos para que me estallase la cabeza, aflojo de pronto la presion. Volvi a jadear, pero esta vez de alivio. Sin embargo, duro poco. Igual que una serpiente, hizo bajar la mano reptando hacia mi bajo vientre y se detuvo.
– ?Que hacias en el parque?
Quise pensar, trate de imaginar una mentira plausible. Pero no me dio tiempo. Apreto con fuerza y volvio el dolor, peor aun que antes. Uno de sus dedos me traspasaba el higado como una bayoneta. Comence a rebelarme contra las sujeciones. Abri la boca en un grito silencioso.
Sacudi con fuerza la cabeza hacia delante y hacia atras, como un latigo. Y, mientras me entregaba a aquel movimiento, vi de pronto la nuca del conductor. La furgoneta se habia parado, probablemente por un semaforo. El conductor miraba al frente, con la mirada fija en la calzada, supuse. Todo ocurrio muy aprisa.
Vi que el conductor volvia la cabeza hacia la puerta como si acabase de oir un ruido. Pero ya era tarde. Algo le habia alcanzado la parte lateral del craneo. Se derrumbo como un patito de tiro al blanco. Se abrieron las puertas delanteras de la furgoneta.
– ?Manos arriba!
Aparecieron las armas. Eran dos. Apuntaban a la parte trasera del vehiculo. El asiatico me solto. Yo estaba boca arriba desplomado, era incapaz de moverme.
Detras de las armas vi dos rostros familiares y casi grite de alegria.
Tyrese y Brutus.
Uno de los tipos blancos inicio un movimiento. Tyrese le descerrajo un tiro con la mas absoluta naturalidad. Le estallo en el pecho. Se derrumbo con los ojos abiertos. Muerto. De eso no cabia duda. En la parte delantera, el conductor emitio un grunido. Estaba volviendo en si. Brutus le propino un codazo en la cara. El conductor volvio a quedar sumido en el silencio.
El otro blanco tenia las manos levantadas. Mi torturador asiatico seguia imperturbable. Lo miraba todo como a distancia, sin levantar ni bajar las manos. Brutus ocupo el asiento del conductor y puso la furgoneta en marcha. Tyrese seguia apuntando al asiatico con el arma.
– Sueltalo -le ordeno Tyrese.
El blanco miro al asiatico y este asintio con la cabeza. El blanco me quito las sujeciones. Intente sentarme. Tenia la sensacion de que dentro de mi se habia roto algo y que las esquirlas se me estaban clavando en el tejido.
– ?Esta bien? -me pregunto Tyrese.
Asenti con mucho trabajo.
– ?Quiere que me los cargue?
Me volvi al tipo blanco, que todavia respiraba.
– ?Quien te ha contratado?
El muchacho desvio los ojos hacia el asiatico. Yo hice lo mismo.
– ?Quien te ha contratado? -repeti.
El asiatico sonrio finalmente, aunque su mirada permanecio inalterable. Y entonces, una vez mas, todo ocurrio muy aprisa.
No llegue a ver el movimiento de su mano, pero de pronto note que el asiatico me tenia agarrado por el cogote. Y sin hacer el mas minimo esfuerzo, me lanzo contra Tyrese. Realmente me senti volar y, ya en el aire, agite las piernas como queriendo frenarme. Aunque Tyrese me vio llegar, no consiguio esquivarme. Cai sobre el. Quise ponerme rapidamente de pie pero, cuando conseguimos reaccionar, el asiatico ya habia tenido tiempo de huir por la puerta lateral de la furgoneta.
Habia desaparecido.
– ?Jodido Bruce Lee anabolizado! -exclamo Tyrese.