escasos. Sus rasgos eran maleables. Llevaba un traje a rayas de tres piezas, de los que hacia tiempo que no veia, y el chaleco tenia incluso bolsillo para el reloj, que llevaba sujeto con una cadena de oro falso.

– He venido a hacerle unas preguntas sobre un caso antiguo -dije.

Me apunto con unos ojos que todavia conservaban el azul frio de la juventud. Descubri en la mesa una foto de Flannery con una mujer regordeta y una nina de unos catorce anos sumida en una torpe adolescencia. Todos sonreian, pero percibi en ellos tambien esa crispacion del que espera un golpe.

– ?Un caso antiguo? -repitio.

– Hace ocho anos mi esposa le hizo una visita. Quisiera saber que queria.

Los ojos de Flannery saltaron a Tyrese. Este seguia con los brazos cruzados y de el se veia poco mas que las gafas de sol.

– No comprendo. ?Se trata de un divorcio?

– No -dije.

– Entonces… -levanto las manos y se encogio de hombros en un gesto como de me-gustaria-ayudar-pero…-. Existe la confidencialidad abogado-cliente. No veo en que podria serle util.

– No creo que ella fuera una cliente.

– Usted me confunde, senor… -se quedo a la espera de que yo colmase la laguna.

– Beck -dije yo-, y llameme doctor en lugar de senor.

Se le aflojo la papada al oir mi nombre. Me pregunte si habria oido las noticias, aunque no pense que fuera por eso.

– El nombre de mi mujer es Elizabeth.

Flannery no dijo nada.

– La recuerda,?verdad?

Volvio a mirar a Tyrese.

– ?Era una clienta, senor Flannery?

Carraspeo.

– No -dijo-, no era una clienta.

– Pero recuerda haberla visto.

Flannery se removio en su asiento.

– Si.

– ?De que hablaron?

– Ha pasado mucho tiempo, doctor Beck.

– ?Va a decirme que no lo recuerda?

No respondio directamente a la pregunta.

– Su esposa fue asesinada, ?verdad? -pregunto-. Recuerdo que dijeron algo al respecto en las noticias.

Trate de que no se apartara del tema.

– ?A que vino aqui mi esposa, senor Flannery?

– Soy abogado -contesto y fue casi como si la palabra le reventara el pecho.

– Pero no el de ella.

– Aun asi -dijo como tratando de conseguir una ventaja-, necesito que remuneren mi dedicacion -tosio tapandose la boca-. Usted hablo antes de un anticipo.

Mire por encima del hombro, pero Tyrese ya se habia puesto en movimiento. Habia sacado el fajo de billetes y estaba contando. Puso tres Ben Franklins sobre la mesa, fulmino a Flannery con la mirada a traves de las gafas de sol y retrocedio a su sitio.

Flannery miro el dinero, pero no lo toco. Junto las yemas de los dedos y, despues, las palmas de las manos.

– Suponga que me niego a darle informacion.

– No veo por que -dije-. Su trato con ella no fue confidencial, ?verdad?

– No me referia a eso -respondio Flannery, fijando en mi sus ojos y titubeando-. ?Queria usted a su esposa, doctor Beck?

– Muchisimo.

– ?Se ha vuelto a casar?

– No -dije-. Pero ?que tiene esto que ver con el asunto?

Se recosto en la silla.

– Vayase, por favor -dijo-. Coja su dinero y vayase.

– Es importante, senor Flannery.

– No entiendo por que. Hace ocho anos que esta muerta. Su asesino esta en el corredor de la muerte.

– ?Que es lo que no se atreve a decirme? -pregunte.

Flannery no respondio enseguida. Tyrese volvio a despegarse de la pared y se acerco a la mesa. Flannery lo miro y me sorprendio con un suspiro de cansancio:

– Oiga -le dijo a Tyrese-, dejese de posturitas, ?quiere? He representado a psicopatas y usted a su lado parece Mary Poppins.

Por un momento crei que Tyrese iba a responderle, pero eso no habria ayudado. Pronuncie su nombre, me miro y negue con la cabeza. Tyrese se hizo atras. Flannery se estaba pellizcando el labio inferior. Le deje hacer. Yo podia esperar.

– No querra saber la verdad -me dijo un momento despues.

– Si, quiero saber la verdad.

– Esto no le devolvera a su mujer.

– Tal vez si -dije.

Aquello desperto su atencion. Fruncio el ceno, pero algo se habia suavizado.

– Por favor -insisti.

Hizo girar el sillon hacia un lado y lo inclino hacia atras al tiempo que fijaba la mirada en las persianas de la ventana, amarillentas y costrosas desde los tiempos de las escuchas del Watergate. Enlazo las manos y las dejo descansar sobre la barriga. Observe como subian y bajaban las manos al compas de la respiracion.

– Yo era abogado de oficio en aquel entonces -empezo-. ?Sabe de que le hablo?

– Si, defendia a los indigentes -dije.

– Mas o menos. Los derechos Miranda. Dicen que uno tiene derecho a dejarse aconsejar por un abogado siempre que pueda pagarlo. Yo soy el tipo que acude cuando no puedes hacerlo.

Asenti, pero el seguia mirando las persianas.

– En cualquier caso, me asignaron uno de los juicios por asesinato mas importantes del estado.

Senti que en mi estomago hormigueaba una cosa muy fria.

– ?Cual? -pregunte.

– El de Brandon Scope, el hijo del multimillonario. ?Recuerda el caso?

Me quede helado. Casi no podia respirar. Por algo me habia resultado familiar el nombre de Flannery. Brandon Scope. A punto estuve de negar con el gesto, no porque no recordase el caso sino porque habria preferido oir cualquier nombre menos aquel.

Para dejar claras las cosas, dejenme contarles lo que dijeron los periodicos. Brandon Scope, de treinta y tres anos de edad, habia sido objeto de robo y asesinato hacia ocho anos. Si, ocho anos. Unos dos meses antes de que fuera asesinada Elizabeth. Le dispararon dos tiros y arrojaron su cadaver en unos edificios en construccion del barrio de Harlem. Le robaron el dinero que llevaba encima. Los medios de comunicacion se explayaron a fondo. Se hablo mucho del trabajo benefico de Brandon Scope, de lo mucho que ayudaba a los ninos de la calle, de como eligio trabajar con los pobres en lugar de ocuparse de la multinacional de papa. En fin, ese tipo de musica. Fue uno de aquellos asesinatos que «estremecen a una nacion» y condujo a multitud de insinuaciones y a mesarse mucho los cabellos. Se habia instituido una fundacion benefica con el nombre del joven Scope. Mi hermana, Linda, se encarga de su direccion. Es increible la cantidad de obras buenas que lleva a cabo.

– Lo recuerdo -dije en voz baja.

– ?Recuerda que hubo una detencion?

– Un nino de la calle -dije-. Uno de los ninos a los que ayudaba, ?verdad?

– Si. Detuvieron a Helio Gonzalez, que entonces tenia veintidos anos. Estaba alojado en Barker House, en Harlem. Su historial le habria permitido entrar en el Salon de los Personajes Ilustres: robo a mano armada, incendio

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