Asenti con la cabeza.
El conductor volvia a moverse. Cuando Brutus ya estaba preparando el puno, Tyrese lo detuvo con un gesto.
– Ese par no sabe nada -me dijo.
– Lo se.
– ?Que hacemos? ?Los liquidamos o los soltamos?
Lo dijo sin darle importancia, como si lo decidiese a cara o cruz.
– Que se vayan -conteste.
Brutus busco una calle tranquila, seguramente en el Bronx, no estoy seguro. El tipo que todavia respiraba se fue por su propio pie. Brutus tiro del vehiculo al muerto y al conductor como quien saca la basura del dia anterior. Volvimos a ponernos en marcha. Durante unos minutos nadie dijo nada.
Tyrese entrelazo las manos bajo la nuca y se recosto.
– Menos mal que no estabamos lejos, ?eh, doc?
Asenti con un gesto a lo que pense era el eufemismo del milenio.
32
Los archivos de las autopsias antiguas se guardaban en un almacen de Layton, en Nueva Jersey, no lejos de la frontera con Pensilvania. El agente especial Nick Carlson llego solo. Le gustaban muy poco aquel tipo de almacenes. Le ponian los pelos de punta. Abiertos las veinticuatro horas del dia, y sin vigilancia, solo tenian una simbolica camara de seguridad en la entrada. Solo Dios sabia que guardaban aquellas enormes cajas de cemento cerradas con candado. Carlson sabia que muchas contenian drogas, dinero y contrabando de todo tipo. Pero aquello no le preocupaba demasiado. Recordaba, sin embargo, el caso de un ejecutivo del petroleo al que secuestraron unos anos atras; lo habian embalado y almacenado en una de aquellas cajas. El ejecutivo en cuestion habia muerto asfixiado. Carlson estaba presente cuando lo encontraron. Desde entonces siempre imaginaba que alli dentro podia haber personas vivas, esas que desaparecen sin explicacion, a pocos metros del lugar donde se encontraban, encadenadas en la oscuridad, luchando por librarse de la mordaza.
La gente suele comentar que este mundo esta enfermo. Pero no tienen ni idea.
Timothy Harper, el medico forense del condado, salio de una especie de garaje con un gran sobre de papel manila en la mano atado con un cordel. Tendio a Carlson el informe de la autopsia de Elizabeth Beck.
– Tendra que firmar el recibo -dijo Harper.
Carlson firmo el documento.
– ?No le dijo Beck por que queria ver el informe? -pregunto Carlson.
– Hablo de que era un marido apesadumbrado, dijo algo sobre que tenia poco tiempo, pero aparte de eso…
Harper se encogio de hombros.
– ?Le pregunto algo mas sobre el caso?
– Nada especial.
– ?Y que hay de lo que no es especial?
Harper reflexiono un momento.
– Me pregunto si recordaba quien habia identificado el cadaver.
– ?Lo recordaba?
– Al principio, no.
– ?Quien lo identifico?
– Su padre. Tambien me pregunto cuanto rato tardo.
– ?Cuanto rato tardo que?
– En hacer la identificacion.
– No comprendo.
– Tampoco yo lo entendi, francamente. Al parecer, queria saber si el padre de la chica habia hecho la identificacion de inmediato o si habia tardado unos minutos.
– ?Por que querria saber eso?
– No tengo ni idea.
Carlson intento buscarle algun sentido a aquello, pero no lo encontro.
– ?Y usted que le respondio?
– Le respondi la verdad. De hecho, no lo recuerdo. Supongo que haria la identificacion en el tiempo habitual, de otro modo lo habria recordado.
– ?Algo mas?
– No, en realidad, no -dijo-. Mire usted, si ya hemos terminado, me estan esperando un par de chicos que han empotrado un Civic contra un poste de telefonos.
Carlson cogio el sobre con el informe.
– Si -dijo-. Hemos terminado. ?Si necesito volver a hablar con usted?
– Me encontrara en mi despacho.
Peter Flannery, abogado, rezaba el estarcido en oro viejo del vidrio granulado de la puerta. En dicho vidrio habia un agujero del tamano de un puno. Alguien lo habia querido disimular con cinta adhesiva gris. La cinta estaba sucia.
Mantenia la visera de la gorra baja. Despues de mi terrible experiencia con el asiatico, las tripas me dolian. Habiamos oido mi nombre a traves de la emisora de radio que promete el mundo a cambio de veintidos minutos. Oficialmente, la policia me buscaba.
Costaba acomodar mi antiguo cerebro a la situacion. Tenia serias dificultades y, sin embargo, todo me parecia extranamente lejano, como si no me ocurriera a mi sino a alguien con quien estaba de alguna manera emparentado. Yo, la persona que estaba ahi, en realidad tenia poca importancia. Porque yo no tenia mas que un solo objetivo: encontrar a Elizabeth. Lo demas eran pamplinas.
Tyrese estaba junto a mi. En la sala de espera habia media docena de personas. Dos llevaban complicados aparatos ortopedicos en el cuello. Otro hombre llevaba un pajaro enjaulado. No entendi por que. Nadie se molesto en mirarnos, como si tras sopesar el esfuerzo de desviar los ojos hacia nosotros hubieran decidido que no valia la pena.
La recepcionista, que lucia una espantosa peluca nos miro como si acabasemos de salir de la nada.
Pregunte por Peter Flannery.
– Esta con un cliente -la frase no fue como un portazo en las narices, pero poco le falto.
Tyrese tomo las riendas. Con la ligereza de manos de un prestidigitador, hizo aparecer un fajo de billetes del grosor de mi muneca.
– Digale que le daremos un buen anticipo -y con una sonrisa astuta, anadio-: Y lo mismo le digo a usted. Tenemos que verlo enseguida.
Dos minutos despues nos hacian pasar al sanctasanctorum del senor Flannery. El despacho olia a humo de puro y a Lemon Pledge. Habian tenido de oscuro los muebles, como esos que venden en Kmart o Bradlees; eran de imitacion roble y caoba y daban el pego como un tupe en Las Vegas. De las paredes no colgaban titulos universitarios como los que suelen exhibir algunos farsantes cretinos para epatar a la gente facilmente. Habia uno que atestiguaba que Flannery pertenecia a la Asociacion Internacional de Catadores de Vino y otro muy historiado que certificaba que en 1996 habia asistido a un Congreso Juridico en Long Island. ?Vaya trofeos! Unas fotos descoloridas por el sol mostraban a un Flannery mas joven con una gente que supuse eran celebridades o politicos locales, pero nadie que yo reconociese. Detras de la mesa, adornaba un lugar privilegiado una foto con marco de imitacion madera de un doble de golf.
– Por favor -dijo Flannery haciendo un gesto amplio con la mano-, tomen asiento, caballeros.
Me sente. Tyrese siguio de pie con los brazos cruzados, apoyado en la pared del fondo.
– Ustedes diran -dijo Flannery, alargando las palabras como si fueran goma de mascar-, ?en que puedo servirles?
Peter Flannery tenia aspecto de atleta envejecido. Sus rizos, en otro tiempo dorados, se habian vuelto mas