veinticinco anos al morir), mujer caucasica, altura ciento sesenta y nueve centimetros, peso cuarenta y cuatro kilos y medio. Complexion delgada. El examen externo revelo que el rigor mortis se habia atenuado. Las ampollas de la piel rezumaban liquido a traves de los orificios. Esto situaba a mas de tres dias el momento de la muerte. La causa de la muerte era una herida de arma blanca en el pecho. La razon de la muerte era perdida de sangre y hemorragia masiva de la aorta derecha. Tambien tenia cortes en manos y dedos, en teoria porque habia querido defenderse de un ataque con arma blanca.

Carlson saco un bloc y su pluma Mont Blanc. Escribio: «Heridas de arma blanca en las manos?!?!». Y subrayo repetidas veces las palabras. Heridas defensivas. No era el estilo de KillRoy. KillRoy torturaba a sus victimas. Las ataba con una cuerda, hacia con ellas lo que queria y, cuando habia llegado tan lejos que ya no valia la pena seguir, las mataba.

?Por que, pues, heridas en las manos?

Carlson siguio leyendo. Paso por encima el color del cabello y de los ojos y, cuando ya iba por la mitad de la segunda pagina, encontro otro dato horripilante.

Elizabeth Beck habia sido marcada post mortem.

Carlson leyo de nuevo. Saco el libro de notas y garrapateo la palabra post mortem. No era lo normal. KillRoy siempre habia marcado a sus victimas mientras todavia estaban con vida. Se habia hablado mucho en el juicio de que disfrutaba con el olor a carne quemada, de que le encantaban los alaridos de sus victimas en el momento de socarrarles la piel.

En primer lugar, las heridas en las manos. Y ahora esto. Habia algo que no encajaba.

Carlson se quito las gafas y cerro los ojos. Confusion, se dijo para si. La confusion lo desorientaba. Cabia esperar algunas lagunas en la logica del caso, pero esto eran autenticos lagos. Por otra parte, la autopsia venia a corroborar su hipotesis inicial: el asesinato de Elizabeth Beck se habia presentado de manera que pareciese obra de KillRoy. Sin embargo, de ser verdad, la teoria comenzaba a desmontarse.

Trato de revisarla paso a paso. En primer lugar, ?por que Beck tenia tanto interes en ver aquel informe? Considerando las cosas de una manera superficial, la respuesta parecia obvia. Cualquiera que viese los resultados advertiria al momento que era muy probable que KillRoy no hubiera asesinado a Elizabeth Beck. A pesar de todo, tampoco podia darse por sentado que fuera asi. Pese a las cosas que se leen, los asesinos en serie no suelen tener unos habitos establecidos. Podia ser que KillRoy hubiera modificado su modus operandi o querido diversificarlo. Pese a todo, lo que leyo Carlson bastaba para hacerle reflexionar.

Todo esto, sin embargo, suscitaba la gran pregunta: ?por que nadie habia reparado en su momento en aquellas evidentes incongruencias?

Carlson quiso barajar todas las posibilidades. A KillRoy no se le habia juzgado nunca por el asesinato de Elizabeth Beck. Las razones de que hubiera sido asi estaban ahora muy claras. Tal vez los detectives habian sospechado la verdad. Tal vez habian advertido que Elizabeth Beck no encajaba en el cuadro general pero que, divulgar este hecho, no haria mas que contribuir a la defensa de KillRoy. El problema que plantea el juicio de un asesino en serie es que hay que echar unas redes tan grandes que es facil que se cuele por ellas algun pececillo. Todo lo que tiene que hacer la defensa es apartar un caso, buscar las discrepancias que puede haber con un asesinato y ?patapam! todos los demas casos quedan inmediatamente tocados por la asociacion. Por consiguiente, si no media una confesion, rara vez se juzga enseguida al asesino por todos los asesinatos que ha podido cometer. Se procede paso a paso. Es probable que los detectives, al seguir el procedimiento, quisiesen pasar por alto el asesinato de Elizabeth Beck.

Sin embargo, aquella version tambien tenia sus problemas.

El padre y el tio de Elizabeth Beck, dos hombres comprometidos con el deber del cumplimiento de la ley, habian visto el cadaver. Era probable, ademas, que tambien hubieran visto el informe de la autopsia. ?No se habrian planteado ninguna duda ante las incongruencias que presentaba? ?Habrian dejado que el asesino quedara impune con tal de que KillRoy fuera condenado? Carlson lo dudaba.

Asi pues, ?en que situacion quedaba el?

Continuo revisando el expediente y tropezo con otra sorpresa. El aire acondicionado del coche lo habia dejado helado, el frio habia calado hasta sus huesos. Carlson bajo el cristal de una ventana y saco la llave del contacto. En la parte superior de la hoja decia: Informe de Toxicologia. Segun las pruebas, en la sangre de Elizabeth Beck se habia encontrado cocaina y heroina. Tambien se habian encontrado restos de estas sustancias en el cabello y ropa de la victima, lo que indicaba que su uso no era algo esporadico.

?Encajaba esto en el cuadro general?

Lo estaba sopesando cuando sono el movil. Contesto.

– Carlson -dijo.

– Hay novedades -dijo Stone.

Carlson dejo el informe.

– ?Que?

– Beck. Ha encargado un pasaje a Londres desde el JFK. Sale dentro de dos horas.

– Voy para alla.

Tyrese, al salir, me puso una mano en el hombro.

– Putas -dijo por enesima vez-. No son de fiar.

No me moleste en contestarle.

En un primer momento me sorprendio que Tyrese hubiese podido localizar tan rapidamente a Helio Gonzalez, pero la red callejera estaba tan desarrollada como cualquier otra. Si uno pide a un ejecutivo de Morgan Stanley que busque un homologo suyo en Goldman Sachs seguro que lo encuentra en pocos minutos. Pidanme que envie un paciente a cualquier otro medico del Estado y la gestion se reducira a una llamada telefonica. ?Por que ha de ocurrir de otro modo con los delincuentes que andan sueltos por la calle?

Helio acababa de quedar en libertad despues de un periodo de cuatro anos en el norte del Estado por robo a mano armada. Su aspecto lo proclamaba a los cuatro vientos. Gafas de sol, un trapo atado a la cabeza, camiseta blanca debajo de una camisa de franela que solo tenia abrochado el boton de arriba a la manera de una capa o de las alas de un murcielago. Llevaba arremangadas las mangas de la camisa, que dejaban al descubierto los tatuajes del antebrazo y resaltaban los musculos que habia debajo, esos musculos que revelan de manera inequivoca la estancia en la carcel, esa calidad lisa y marmorea tan diferente de la de los gimnasios.

Nos sentamos en la entrada de un edificio de Queens. No podria decir exactamente donde. Se oia un fondo ritmico latino cuyo golpeteo me resonaba en el pecho. Deambulaban por la calle mujeres de oscura cabellera con tops de tirantes finos demasiado cenidos. Tyrese me hizo un ademan. Me volvi hacia Helio. Me miraba con sonrisa afectada. Trague saliva y mi cerebro me dicto una unica palabra: escoria. Escoria inalcanzable y cruel. Bastaba mirarlo para saber que aun le quedaba mucha destruccion por sembrar a su paso. Lo unico que restaba por precisar era en que cantidad. Sabia que mi acritud no era caritativa y que, de tener que juzgar por las apariencias, lo mismo podia decirse de Tyrese. En fin, no importaba. Seguramente Elizabeth creia en la redencion de seres endurecidos por la vida en la calle o con la moral anestesiada. Yo no lo tenia tan claro.

– Hace algunos anos que te detuvieron por el asesinato de Brandon Scope -comence-. Se que quedaste en libertad y no quiero causarte problemas. Pero me gustaria que me dijeras la verdad.

Helio se saco las gafas de sol. Lanzo una mirada a Tyrese.

– ?Me has traido a un poli?

– Yo no soy un poli -dije-. Soy el marido de Elizabeth Beck.

Esperaba una reaccion. No la hubo.

– La mujer que te proporciono la coartada.

– Se quien es.

– ?Estaba contigo aquella noche?

Helio se tomo un tiempo antes de contestar.

– Si -dijo con una sonrisa lenta que dejo al descubierto sus dientes amarillentos-. Estuvo conmigo toda la noche.

– Mientes -dije.

Helio volvio a mirar a Tyrese.

– Oye tio, ?que le pasa a este?

– Se que no estuviste con ella.

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