– Nadie conduce tres kilometros por un camino de tierra y luego cae a un rio por accidente -dijo MJ. Luego anadio-: Ni siquiera una mujer.

El comentario le valio una patada en la espinilla de Lisa.

Uno de los policias locales de Geelong que habia aparecido, el mas bajito y tranquilo de los dos, les dijo que seguramente el coche se habia utilizado en un delito y luego lo habian despenado. Quien lo hubiera dejado alli no habia contado con que la sequia provocaria que el nivel del agua bajara tanto.

Una mosca se poso en la mejilla de Lisa. Se dio un bofeton en la cara, pero el insecto era demasiado rapido. El tiempo era distinto para las moscas, le habia dijo un dia MJ. Un segundo para un humano era como diez para una mosca, lo que significaba que la mosca lo veia todo como a camara lenta. Disponia de todo el tiempo del mundo para escapar de una mano.

MJ lo sabia todo sobre moscas. No era sorprendente, penso, si vivias en Melbourne y te gustaba ir al monte. Te convertias en un experto mas deprisa de lo que jamas habrias creido posible. Se reproducian en el estiercol, le habia contado la ultima vez que habian ido de camping, lo que implicaba que nunca mas volveria a comer nada sobre lo que se hubiera posado una mosca.

Lisa miro el coche patrulla blanco con su franja a cuadros azules y blancos y la furgoneta blanca de la policia pintada igual, ambos con sus luces azules y rojas en el techo. De pie abajo entre los arbustos a orillas del rio, habia dos buzos de la policia con trajes de neopreno y aletas y mascaras en la cabeza, observando como el cabo de acero tenso salia sin pausa del agua.

Pero las moscas tambien tenian su funcion: ayudaban a quitar de en medio cosas muertas: pajaros, conejos, canguros y tambien seres humanos. Eran unos de los pequenos ayudantes de la Madre Naturaleza, solo que resultaba que tenian unos modales horribles en la mesa, como vomitar en la comida antes de ingerirla. En general no eran buenos invitados a cenar, decidio Lisa.

Le caian gotas de sudor por la cara debido al calor. MJ la rodeaba con un brazo y en la otra mano sostenia una botella de agua que compartian. Lisa habia pasado su brazo alrededor de la cintura de el, los dedos metidos en la cinturilla, notando el sudor en su camiseta humeda. A las moscas les gustaba beber el sudor humano, ese era otro dato valioso que le habia proporcionado MJ. No contenia muchas proteinas, pero si los minerales que necesitaban. El sudor humano era el equivalente para las moscas de Perder, o Badoit, o cualquier otra marca de agua embotellada.

El rio se convirtio en una masa repentina de remolinos justo delante de donde habia entrado el cable. Era como si el agua estuviera hirviendo. Las burbujas explotaban en la superficie y se transformaban en espuma. El policia mas alto y nervioso no paraba de gritar instrucciones que a Lisa le parecian innecesarias, ya que todo el mundo parecia saber que debia hacer. Tenia el pelo muy corto y la nariz aguilena y Lisa supuso que tendria unos cuarenta y pocos anos. Tanto el como su companero mas joven vestian de uniforme: camisa abierta con charreteras y un escudo tejido de la policia de Victoria en una manga, pantalones azul marino y zapatos resistentes. Las moscas tambien se divertian con ellos.

Lisa observo la parte trasera de un turismo verde oscuro rompiendo la superficie y el agua cayendo a borbotones de el.

El ruido anulaba el rugido del cabrestante y el bramido del motor de la grua. Leyo la matricula, OPH 010, y la leyenda que habia escrita debajo: Victoria – El lugar donde estar.

?Cuanto tiempo llevaba ahi abajo?

No era experta en coches, pero algo si sabia; lo suficiente como para reconocer que se trataba de un Ford Falcon antiguo, de mas de cinco anos o quizas incluso diez. Pronto aparecio el parabrisas trasero, luego el techo. La pintura brillaba con el agua, pero todo el cromo se habia oxidado. Los neumaticos estaban casi desinflados y se agitaron sobre el terreno arido y arenoso cuando el coche fue arrastrado por detras por la pendiente pronunciada. El agua salia del interior vacio a traves de las ranuras de las puertas y los arcos de las ruedas.

Era una imagen estremecedora, penso Lisa.

Al cabo de varios minutos, el Falcon por fin estuvo en terreno llano, inmovil sobre las llantas, los neumaticos como panzas negras. Ahora el cable estaba flojo y el conductor de la grua se habia arrodillado debajo de la puerta trasera para desengancharlo. El chirrido del cabrestante habia parado y el motor de la grua callo. Solo se oia el agua que caia del vehiculo.

Los dos policias rodearon el coche, observando con cautela por las ventanillas. El alto y nervioso tenia la mano sobre la culata de la pistola, como si esperara que alguien saltara de dentro en cualquier momento y le desafiara. El mas bajito aparto algunas moscas mas con la mano. El ave del paraiso volvio a cantar en el silencio renovado.

Entonces el policia mas alto pulso el boton de apertura del maletero. No paso nada. Volvio a intentarlo, tirando de la puerta al mismo tiempo. Se levanto unos centimetros con un chirrido agudo de protesta de las bisagras oxidadas. Entonces lo abrio del todo.

Y retrocedio un paso, impactado al oler lo que habia dentro antes incluso de verla.

– ?Oh, Dios mio! -dijo, se dio la vuelta y le entraron arcadas.

29

Octubre de 2007

El gris era el color por defecto de la muerte, penso Roy Grace. Huesos grises, cenizas grises cuando te incineraban, lapidas grises, radiografias dentales grises, las paredes grises del deposito de cadaveres. Te pudrieras en un ataud o en un desague, todo lo que al final quedaba de ti seria gris.

Los huesos grises sobre una mesa de autopsias de acero gris analizados por instrumentos de acero grises. Incluso la luz era gris aqui dentro, una luz eterea extranamente difusa que se filtraba por las ventanas grandes y opacas. Los fantasmas tambien eran grises; damas grises, hombres grises. Habia muchos en la sala de autopsias del deposito de cadaveres municipal de Brighton y Hove. Los fantasmas de miles de personas desafortunadas cuyos restos habian acabado aqui, en estas instalaciones sombrias con sus paredes grises y rugosas, para descansar detras de las puertas de acero gris de los congeladores antes de iniciar su penultimo viaje a la funeraria, luego al entierro o la incineracion.

Se estremecio, no pudo evitarlo. A pesar de que ultimamente le importaba menos venir aqui, porque la mujer a quien amaba era la encargada, este lugar todavia le ponia los pelos de punta.

Le ponia los pelos de punta ver el esqueleto, con sus unas postizas y mechones de pelo dorado todavia pegados al craneo.

Y le ponia los pelos de punta ver a todas esas figuras con batas verdes presentes en la sala: Frazer Theobald, Joan Major y Barry Heath, la ultima incorporacion al equipo de la oficina del forense de la zona. Era un hombre bajito, bien vestido y con cara de poquer que se habia retirado hacia poco del cuerpo de policia. Su sordido trabajo no consistia solo en acudir a las escenas de los crimenes, sino tambien a las escenas de muertes repentinas, como en el caso de las victimas de accidentes de trafico y suicidios, y luego asistir a las autopsias. Tambien estaba el fotografo del SOCO para registrar cada paso del proceso. Y Darren, el ayudante de Cleo, un chico de veinte anos perspicaz, guapo y de caracter agradable, con el pelo negro de punta muy moderno, que habia comenzado su vida laboral trabajando de aprendiz de carnicero. Y tambien Christopher Ghent, el odontologo forense alto y aplicado que estaba ocupado sacando moldes de arcilla de los dientes del esqueleto.

Y finalmente Cleo. No estaba de guardia, pero habia decidido que como a el le tocaba trabajar, ella tambien lo haria.

A veces a Roy le costaba creer que de verdad estuviera saliendo con aquella diosa.

La observo ahora, alta y de piernas largas y casi increiblemente hermosa con su bata verde, botas de agua blancas y la melena rubia recogida. Se movia por la sala, su sala, su territorio, con gracia y soltura, sensible pero al mismo tiempo impermeable a todos sus horrores.

Pero no dejo de preguntarse si, por efecto de alguna ironia terrible, estaria contemplando a la mujer que amaba amortajando los restos de la mujer que habia amado.

La sala apestaba a desinfectante. Estaba amueblada con dos mesas de autopsias de acero con ruedas, una fijada a la otra, en las que ahora descansaban los restos de la mujer. Habia un torno hidraulico azul junto a una hilera de neveras con puertas del suelo al techo. Las paredes estaban alicatadas en gris y un desague recorria todo

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